SOCIEDAD / LO INCOMPRENSIBLE
LO INCOMPRENSIBLE
Recuperarme del estado de shock tras el resultado de las últimas
elecciones me ha llevado un par de días. Que hayan fallado las encuestas de
todos los medios de comunicación, desde los más progresistas a los más
conservadores; que ningún politólogo haya sido capaz de vaticinar este
resultado sorpresa; que ni las encuestas a pie de urna, las más fiables, se
hayan acercado a los resultados oficiales de las elecciones generales del 26J
suscita la perplejidad incluso en el partido que ha ganado los comicios. ¿Se
han equivocado todas las encuestas, todos los pronósticos? Existe, y eso ya se
tiene en cuenta en los estudios demoscópicos, el voto vergonzante, el que se
oculta, curiosamente el del que vota al PP (¿cómo se puede votar a un partido y
te avergüenza reconocerlo?), pero se sitúa en un 10%. Las encuestas a pie de
urna se hacen de forma aleatoria, en diversos colegios electorales, en
diferentes comunidades, y arrojaban un resultado similar al de todos los
sondeos previos. Todas fallaron. ¿Todas fallaron?
El responsable último del escrutinio es un sujeto, el ministro del
interior, bajo sospecha después de las grabaciones que hemos oído en los
últimos días. La fórmula viene a ser la habitual. Los que menosprecian lo
público lo utilizan para fines privados, en este grave caso para desprestigiar
al enemigo político. En ningún país con salud democrática esa es una función de
ningún ministro del interior. Un ministro del interior tan torpe, además, que
deja que le graben una conversación delicada. En Francia, Alemania o el Reino
Unido ese sujeto habría presentado su dimisión
o se le habría cesado. Aquí no y él es el responsable último del proceso
electoral. ¿Nos podemos fiar? El tipo que cargó contra los titiriteros,
tachándolos de enaltecedores del terrorismo, cuya causa acaba de ser sobreseída,
es el que controla el proceso electoral. Hago un esfuerzo y lo asumo.
A lo largo de la historia de la democracia, y, en diversas ocasiones,
las elecciones han sido amañadas. Recordemos, sin necesidad de remontarnos muy
lejos, el caso de México que enfrentó a AMLO
y Felipe Calderón durante meses con
la plaza del Zócalo de DF ocupada por los seguidores de López Obrador, o el de Estados Unidos y esas papeletas perforadas de
Florida harto sospechosas que dieron la victoria a George W. Bush por la mínima. En el caso de las elecciones del 26J,
si hay algún atisbo de sospecha de fraude, deberían revisarse las votaciones,
pero me cuesta aceptar la teoría del fraude que implicaría la complicidad de
los interventores de los partidos en las mesas electorales y la de los
informáticos que introducen los datos de las votaciones. ¿Se pueden falsear
esos datos? Sí, pero se pueden cotejar con los resultados de todas las mesas y
el tsunami tendría consecuencias parecidas a la mentira del 11M. O quizá no,
dado el pasotismo del electorado español.
Si aparcamos el hipotético fraude electoral, debemos aceptar que ha
habido un votante de derechas motivado que ha retirado su confianza a
Ciudadanos para devolvérsela al PP (no le ha gustado nada el pacto PSOE
Ciudadanos) y que se ha producido una abstención masiva del votante a la
izquierda del PSOE que se ha quedado en casa o se ha ido a la playa. La
coalición Unidos Podemos, la del botellín de cerveza entre Alberto Garzón y Pablo Iglesias,
no ha sumado sino que ha restado, algo ilógico pero que explica el fallo de las
encuestas. Las sospechas no se dirigen a la formación de Pablo Iglesias sino a la de Alberto
Garzón. Al votante de Izquierda Unida no le ha motivado que su formación
haya sido poco menos que engullida por el partido morado ni que Pablo Iglesias haya ido moderando su
discurso precisamente para atraerse un voto más conservador, objetivo que no ha
conseguido. La figura del león enjaulado que gráficamente ha dibujado Juan Carlos Monedero es un buen retrato
del dirigente podemita. Cayo Lara, el
defenestrado dirigente de Izquierda Unida, en una de sus intervenciones
públicas, decía bien a las claras que no le apetecía votar en estas elecciones.
Gaspar Llamazares, en una entrevista
en la Sexta, mostraba nulo interés por la coalición antes de entrar en un mitin
con auténtica cara de asco. En las filas de Unidos Podemos se perfila con
claridad cuál ha sido la causa de su fracaso: Izquierda Unida; su más de un
millón de votantes se ha desentendido por completo y no ha seguido las
directrices de su nuevo dirigente Alberto
Garzón. Algunos de sus dirigentes en territorios conflictivos como Madrid, han pedido la abstención o han votado a
otro partido. La izquierda sigue en este país con su problema endémico de
siempre: su desunión y fragmentación, el cainismo que es una de nuestras señas de identidad y nos persigue a lo largo de los siglos. La izquierda política no está al servicio del
pueblo, como repiten una y otra vez las formaciones, sino de sus intereses partidarios que al
ciudadano le importan bien poco. Así es que el 26 J se ha desaprovechado una
oportunidad clara de mandar al PP a la oposición y gobernar con un programa de
izquierdas por una frívola lucha de egos y siglas. El enemigo no era el PP. El
enemigo estaba dentro, era el caballo de Troya de Desunidos No Podemos.
El votante del PSOE no se ha ido a Unidos Podemos como erróneamente
predije. Me equivoqué en todas mis predicciones, más que en los Oscar. Si uno
observa el cuadro electoral y suma los ocho diputados que pierde Ciudadanos y
los cinco del PSOE el resultado se acerca bastante a esos catorce que aumenta
el PP, el ganador indiscutible de estas elecciones. Y ahí, en ese incremento
sustancial de votos, como sustancial ha sido el decremento de Unidos Podemos,
tampoco funciona la lógica de los politólogos, ni siquiera de los de derechas:
nadie se explica que el partido que abandera la corrupción en España, con
decenas de altos dirigentes encausados, condenados y encarcelados, con su
presidente cobrando sobresueldos de dudosa procedencia durante años, con una
legislatura marcada por la subida de los impuestos y los recortes sociales, con
alto índice de desempleo y pobreza, con la última guinda del saqueo del fondo de las pensiones (a ver qué dicen cuando no se puedan abonar las mensualidades, de dónde van a sacar el dinero) haya subido en escaños de forma tan
espectacular con respecto a los anteriores comicios. ¿Ha calado el discurso del
miedo a Pablo Iglesias y a la liquidación de España por los movimientos
separatistas? El problema secesionista crece con el resultado: tras el 26J los
que quieren la independencia de Cataluña han aumentado de forma exponencial. El discurso del miedo ha funcionado a la perfección, como ha reconocido Pablo Iglesias, y ha movilizado al votante conservador.
Quién vota a un partido corrupto se hace cómplice de él, como el receptador
se hace cómplice cuando le compra lo robado al ladrón. Quizá Mariano Rajoy, el presidente que sólo lee diarios deportivos, se
identifique con el español medio como le sucedió al iletrado George W. Bush con los estadounidenses,
que metieron en la Casa Blanca a uno de los suyos que cogía los libros al revés
y aprendió geografía a base de destrozar países. Vimos, en la noche electoral,
dar botes a Mariano Rajoy en el
balcón de la sede del PP reformada con dinero negro mientras sus seguidores
coreaban, con escarnio, el Sí se puede
de Podemos, que en realidad tampoco es de Barack
Obama sino de un líder sindical chicano, y repetían la palabra español, muy parco ideario, mientras el
derrotado Pablo Iglesias
reivindicaba a Salvador Allende
(tras decir, días antes, en el programa de Ana
Pastor que se había hecho mayor y ya no era comunista, como si serlo fuera
síntoma de infantilismo) y entonaba la canción El pueblo unido jamás será vencido, que lo ha sido por desunido.
El que coreaba a un Mariano
Rajoy, que no se creía su propio resultado, es el votante que identifica a
Podemos con los malos, como si de una película del Oeste se tratara, en una
simplificación que resulta insultante para una inteligencia media, Ante el
grupo enfervorecido de seguidores que agitaba banderas azules, Mariano Rajoy, en otro de sus alardes
de brillo político, largó, según él, uno de los discursos más difíciles de su
vida, una palabra repetida: Gracias, gracias. Difícil, sí.
El 26 J es el fin de una ilusión que ha pinchado como un globo, el
entierro de la ética política en nuestro país y la demostración de que la derecha
siempre vencerá a una izquierda, históricamente desunida, que consume sus
esfuerzos en atacarse con saña. Bien harían Pedro Sánchez y Pablo
Iglesias yendo a un monasterio budista a meditar sobre lo catastrófico de
sus estrategias electorales. El pueblo español ha hablado y no vamos a discutir
la victoria del PP aunque a algunos nos siente como un ataque de piedra. El
pueblo norteamericano quizá hable pronto eligiendo a Donald Trump. Así es que siempre hay algo peor que puede suceder.
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