SOCIEDAD / PAREN EL MUNDO, QUE ME BAJO
Paren el mundo, que me bajo
Hoy
comentaba uno de esos muchos amigos de los que me enorgullezco, el argentino Guillermo Orsi, que ya no quedan
cronopios en este mundo dominado, y arrasado, por las famas. Los cronopios
estamos en fase de extinción, le contestaba.
John Bolton, ese tipo que es consejero de Donald Trump y se parece a Geppetto con
el ceño fruncido, el carpintero de Las
aventuras de Pinocho, se ha mesado el bigote por la masacre orquestada por
el régimen de Nicolás Maduro en los
puestos fronterizos de Venezuela con
Colombia y Brasil para impedir la entrada de esa ayuda que el imperio envía con
el único deseo de desestabilizar, aún más, el país caribeño y asaltar sus
inmensas bolsas de petróleo. Con el Todas
las opciones están sobre la mesa, la administración Trump parece haber
encontrado su guerra y se prepara para la diseñada, de antemano, intervención
militar. Si en otros países del Cono Sur la liquidación de regímenes
progresistas se ha hecho a golpe de talonario, en Venezuela parece que se opta
por la vía más clásica: el golpe de estado. Y como el Ejército en Venezuela no
está bajo las órdenes de EE.UU., pues se prepara la invasión que venderán como
ayuda humanitaria al pueblo venezolano que les pide lo libere de la dictadura
chavista. La industria armamentista lo demanda. Las víctimas colaterales serán
apuntadas en el haber de Nicolás Maduro.
John Bolton asegura que Nicolás Maduro responderá por sus execrables crímenes ante la
justicia (la horca de Sadam Hussein
espera al caribeño, o vestir el mono naranja en Guantánamo) por sus masacres de
civiles en un ejercicio de cinismo que cuela entre los desmemoriados. Aún vagan
por el Hades, pidiendo justicia, los más de cuatrocientos mil muertos iraquíes
que lo fueron a consecuencia de una invasión cobarde y por la que los
mandatarios norteamericanos no han rendido cuentas ante la justicia, ni
rendirán. Tampoco lo harán con los miles de venezolanos que serán salvados de la
tiranía de Nicolás Maduro por sus
bombas inteligentes. El mandatario venezolano no dispone de la bomba atómica,
ni de cohetes de largo alcance: ese es su problema en su pulso contra el
imperio. Ya Juan Guaidó, el
autoproclamado presidente que reconocen casi todas las cancillerías europeas
aparte de las americanas, se ha quitado la máscara, corre a reunirse con el
vicepresidente norteamericano y el Grupo de Lima, suponemos que para preparar
la invasión de su propio país, y rechaza el guante lanzado por Nicolás Maduro de presentarse a
elecciones: en su democracia de nuevo cuño no cabrá el chavismo. Los mismos que
cargan contra el impresentable e ineficaz Nicolás
Maduro que, con su mala gestión lo ha puesto todo muy fácil, (no se olviden del petróleo, su maná que se ha
convertido en maldición, no hay más detrás de ese movimiento popular
insurreccional encendido por la ineficacia gubernamental) son los que bailan,
sable en mano, con los descuartizadores de Arabia Saudita y le ríen las gracias
a Kim Jong-un. Los primeros exportan
terrorismo, es decir inseguridad, es decir, negocio, por todo el mundo; el
segundo parece ser que sí tiene armas de destrucción masiva y no va de farol.
Mientras
eso pasa al otro lado del charco, aquí, a orillas del Mediterráneo, a dos
pasos, la situación se encalla y empeora en Cataluña, el oasis que dejó de
serlo desde hace muchos años. Los independentistas parecen mucho más lúcidos
ante los jueces que ante su parlamento o la población, hay que reconocer que
están brillantes en sus argumentaciones. El juicio al Procés se desmonta cada día que pasa cuando ni la fiscalía ni la
abogacía del estado consiguen que su relato ficticio de lo que sucedió se
sustente mínimamente. Vendrá ahora algún policía nacional con una uña rota a
atestiguar que sí hubo violencia. Los procesados se desdicen, argumentan que
todo era simbólico, que dónde dije digo, digo Diego, que la culpa la tienen los
que no están y que son buena gente. Pues nos podían haber ahorrado todo esto,
digo yo, si la cosa iba de broma, algo que yo ya sabía.
Coincide
el proceso al Procés, valga la
redundancia, con el torpedo lanzando por los independentistas al gobierno de Pedro Sánchez, que lo descabalga y va a
facilitar un tripartido de extrema derecha, y el rechazo a una buena suma de
millones que paliarían la penosa situación de servicios e infraestructuras que
padece Cataluña y el Govern, que vela
por el bienestar de los catalanes,
rechaza. Votando en el Congreso al lado de la Triple Alianza (Vox aún no
está, pero ya se siente su aliento), PDeCAT, o cómo se llame, y ERC se retratan
en la búsqueda del cuanto peor, mejor.
Realmente no sé qué estrategia siguen los partidos independentistas, si es que
algún día la han tenido, ni qué harán cuando los del 155 lleguen al gobierno de
la nación. El papel de víctima que se auto otorga una parte del pueblo de
Cataluña es tan aburrido como cansino, y no lo veo cambiando las tornas, aunque
los fiscales hablen de una épica que no existió: lanzamiento de masas contra
las fuerzas de orden público estatales cuando lo que hubo fue porrazos, pelotas
de goma, patadas y lanzamiento de pacíficos ciudadanos escaleras abajo. La
verdad es siempre la primera víctima de los conflictos.
Entre Venezuela
y Cataluña hay un nexo. Se ha hablado, hasta en exceso, de ambas y no para
arreglar los problemas sino para exacerbarlos. Los que apoyan un golpe de
estado allí, condenan, el que no hubo, aquí. En Venezuela hay tiros reales y
muertos en las calles, y posiblemente está a punto de empezar una escalada de
violencia que dejará miles de víctimas que son los muertos útiles que necesitan
las multinacionales y los lobbies que están detrás de la estrategia de la tensión,
implementando la doctrina del shock que tan buenos resultados da (creas
desorden y luego ordenas; destruyes y luego construyes), y en Cataluña los independentistas
se acaban de pegar un tiro en el pie para que la Triple Alianza se lo pegue en
la cabeza pasado el 28 de abril.
Como
cronopio exijo que se detenga el mundo, que me bajo.
LA NOVELA SOBRE LOS AÑOS DE PLOMO. UN RELATO DOLOROSO SOBRE NUESTRA HISTORIA RECIENTE.
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