SOCIEDAD / EL DESASTRE
EL DESASTRE
El poder es un mal compañero de viaje. Lo
imagino, porque jamás ostenté poder y dudo que lo haga en una próxima reencarnación.
El espectáculo que ha dado el PSOE capitaneado por Pedro Sánchez en los últimos ochenta días debería inhabilitarle de
por vida para ejercer funciones de presidente de una nación. Confieso que, en
un momento de debilidad emocional, cuando fue defenestrado por su propio
partido, acuchillado por la espalda como Julio César, sentí simpatía por él.
Debe de ser mi querencia por los perdedores. Luego, cuando en su lucha
titánica, recuperó la secretaría del partido contra su propio aparato y los
barones, con el apoyo de sus bases, concebí la vaga esperanza de que el PSOE,
por fin, se escorase a la izquierda. Me equivoqué, como en casi todo.
A nadie, con dos dedos de inteligencia,
se le ocurre no dialogar con su socio preferente, sino insultarlo, humillarlo
en todos los foros y echarle encima la culpa de una negociación que nunca tuvo lugar
por la sencilla razón de que Pedro
Sánchez jamás se planteó un gobierno de coalición. Anda flojo de
matemáticas y los resultados de su sesión de investidura acreditan el suspenso.
El bloque de la moción de censura estaba dispuesto, a cambio de casi nada, a
darle la presidencia del país, pero él se encargó de ningunearlo y despreciarlo.
Seamos serios. Pedro Sánchez tuvo 80
días para sentarse con Unidas Podemos, con el PNV y con ERC, y no lo hizo. No
sabemos con quién se reunió en ese largo periodo vacacional que se tomó tras
disolver las cortes y ganar las elecciones. Pedro Sánchez es jugador de póker mediocre, pero no político. El buen
político se caracteriza por su habilidad de llegar a acuerdos y pactos con sus
afines, tener cintura y reflejos, ser conciliador y seductor. Suerte que Unidos
Podemos era su opción preferente. El desprecio con que ha tratado a esa formación
y su resentimiento personal hacia Pablo
Iglesias, pasarán seguramente a la historia política de este país. Pablo Iglesias pecó de inocente si
creyó que alguna vez iba a sentar a miembros de su formación en el consejo de
ministros. Esto no se había planteado. Pedro
Sánchez quería la sumisión total y absoluta de su formación a su izquierda
sencillamente para laminarla, y, a ser posible, liquidarla. El caínismo que
siempre persigue a la izquierda, suponiendo que el PSOE sea izquierda y pulpo
animal de compañía, ha propiciado el desastre. Es de una torpeza inaudita que, en su sesión de investidura, el presidenciable se harte de hacer guiños a la
derecha e insulte a su socio preferente. Dicho esto, Pablo Iglesias, que se cercenó la cabeza para nada, no estuvo a la
altura al no aceptar la última oferta del PSOE, arrancada con arcadas al
partido fundado por su homónimo, aunque habrían saltado chispas en cada consejo
de ministros. Esa última oferta no era tan mala como para ser rechazada, pero
los puentes ya estaban rotos y la testosterona de los dos machos alfa estaba
muy subida.
En el Congreso se enterró la posibilidad
de un gobierno progresista que habría salido sin ningún problema si hubiera
primado la política, porque los números daban y el país lo exigía. Pedro Sánchez, como le vaticinó Pablo Iglesias, jamás será presidente
del gobierno otra vez. Su incapacidad para gestionar esa coalición que le
pidieron sus electores y los de Unidos Podemos le pasará factura si convoca
nuevas elecciones. La izquierda castiga este tipo de comportamientos con la
abstención y sus asesores deberían decírselo. Si cree que un mejor resultado
electoral le va a capacitar para formar gobierno sigue suspendiendo las
matemáticas. La última oportunidad la ha dejado escapar. Pedro Sánchez le ha disparado un tiro en la nuca a Pedro Sánchez. No se pierde el país gran
cosa, la verdad.
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