CINE / LA VIRGEN ROJA, DE PAULA ORTIZ
Es sin duda Paula Ortiz (Zaragoza,
1979) una de las directoras más pujantes del panorama cinematográfico español.
Si su biografía de Teresa adolecía de una excesiva teatralidad y no me
acababa de convencer, la adaptación de la novela de Hemingway Al otro lado
del río y entre los árboles me pareció sencillamente espléndida. Retoma la
realizadora tres veces nominada a los Goya la trágica vida de Hildelgart
Rodríguez, que ya había sido llevada a la pantalla por Fernando Fernán Gómez en
Mi hija Hildelgart, para lanzar
un dardo contra el fanatismo y de como un ideal, cuando se aplica a la vida
real, puede devenir en monstruosidad, lo que hace que la película tenga una
tremenda vigencia.
Hildelgart (Alba Planas)
fue un experimento de su madre, Aurora Rodríguez (Najwa Ninri), que pretendió,
mediante una educación rigurosa y un control férreo de su personalidad, hacer
de ella la mujer del futuro y demostrar la superioridad de la mujer sobre el
hombre empleando una técnica eugenésica (aunque ella se declarara de
izquierdas, estaba muy próxima al nazismo en su ansia de crear la raza perfecta).
Hildegart, que se crio sin ir a ninguna escuela y recibió directamente la
formación por parte de su madre, fue una niña prodigio que a los 2 años ya sabía
escribir, a los ocho hablaba perfectamente cuatro idiomas, a los 13 colaboraba
con artículos en prensa en El Socialista (se desvinculó luego del PSOE porque
le parecía poco progresista) y a los 17 había publicado una docena de sesudos
ensayos relacionados con el feminismo y la sexualidad (una paradoja, porque
eran meramente teóricos ya que ella era virgen) y frecuentaba los círculos socialistas
y ácratas de Madrid en donde se la escuchaba con devoción y ella hacía hincapié
en la poca presencia femenina en esos actos. Cuando la joven, cansada de ese
control férreo de su vida por parte de la madre, quiso independizarse la
respuesta materna fue dispararle de forma ritual en el sexo, el corazón y
finalmente en la cabeza.
Paula Ortiz hace una
brillante recreación de la época (proclamación de la Segunda República y fin de
la monarquía) y, lo que para mi es más interesante, deslinda del feminismo
actual esas actitudes masculino fóbicas que consideran al hombre el enemigo
natural de la mujer. Hay una secuencia en el film de la zaragozana muy gráfica
que es cuando Aurora, la madre, enseña a Hildegart cómo estimular sus zonas
erógenas, localizar el clítoris mediante un espejo, para ser autosuficientes en
materia de obtener placer sexual. Lo que no prevé esa madre manipuladora y
obsesiva es que su hija tenga la debilidad de enamorarse de su compañero de
lucha Abel Velilla (Patrick Criado).
La ambientación y la
puesta en escena del film es excelente, lo mismo que su fotografía, pero cabe
destacar por encima de todo la interpretación de Najwa Ninri que borda su
terrorífico personaje y lo hace especialmente odioso. El film, que adopta el
punto de vista del verdugo (la narradora, que se auto justifica, es Aurora
Rodríguez) y no de la víctima, es un alegato claro contra el fanatismo. Aurora
Rodríguez odia a los hombres, pero se deja embarazar por uno de ellos, un
sacerdote, que por razones evidentes no reclamará a la criatura. La película
podría también titularse de cómo una mala praxis enturbia una buena ideología.
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