CINE / MEGALOPOLIS, DE FRANCIS FORD COPPOLA
En la primera secuencia el protagonista está a punto
de precipitarse al vacío desde el edificio Chrysler, pero detiene el tiempo y
vuelve a recuperar el equilibrio. Una metáfora que puede aplicarse a su
director Francis Ford Coppola que no detiene el tiempo y se precipita al vacío
más absoluto.
¿Dónde está ese director italoamericano enorme del que
salió la trilogía de El padrino, Drácula de Bram Stoker, la mejor
versión jamás rodada sobre el vampiro, Apocalipse now, una de las
mejores películas bélicas de todos los tiempos? Uno va al cine, aguanta con
estoicismo las más de dos horas de proyección y se pregunta si el realizador de
Rumble fish, otra de sus películas notables, se vendió su bodega o se la
bebió para alumbrar semejante despropósito.
Ya, al inicio del film, Francis Ford Coppola nos advierte
de que se trata de una fábula. Podría creer el espectador iluso que se trata de
la caída del imperio americano por el burdo símil de que los personajes toman
nombres de prohombres de la Roma imperial: Cesar Catilina (Adan Driver), el
visionario arquitecto, una especie de Albert Speer, que quiere alumbrar una nueva América a base
de convertir Nueva York en la ciudad del futuro; Julia Cicero (Nathalie
Emmanuel), su amante; el alcalde Cícero (Giancarlo Esposito), padre de la
anterior; Hamilton Crassus III (Jon Voight), Fundai Romaine (Laurence
Fishburne), el chófer de Cesar Catilina, Clodio Pulsher (Shia LaBeouf), etc., o
que es una enloquecida distopía, o que se trata de una tomadura de pelo del
director para hacernos pasar un buen rato, y no, nada de eso, porque aparte de
que la película no tiene ni pies ni cabeza, el guion es inexistente (eso se lo
podía permitir Federico Fellini) y los personajes son mero cartón piedra que
recitan citas rimbombantes y absolutamente ridículas, lo que caracteriza a Megalopolis,
el proyecto que Francis Ford Coppola llevaba acariciando desde cuarenta años
atrás y se convierte en su testamento cinematográfico, es absolutamente
aburrida además de infame.
Resulta imposible engancharse a una película que,
salvo sus delirios cromáticos, que ya le vienen de Corazonada, y esa escena romántica entre Julia Cicero y
Cesar Catilina suspendidos en el vacío sobre una viga, clonando la mítica foto
de los obreros del Empire State Building, camina por la nada absoluta.
Confieso que en mis tiempos me quedé muy sorprendido
cuando a un director que había realizado un musical sencillamente ñoño, El
valle del arco iris, y una película anodina y prescindible como Llueve
sobre mi corazón, le dieran un proyecto de la envergadura de El padrino.
Es más, el director italoamericano reniega de sus mejores películas, Apocalipse
now, entre ellas, y alaba sus más infames como Tetro que rodó en
España, con lo que creo que este testamento, que no habla de la decadencia del
imperio americano sino de la del propio director, figurará también entre una de
sus favoritas. Megalopolis agota todos los calificativos. La caída del
imperio americano es la caída de Francis Ford Coppola.
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