LITERATURA / MUERTOS Y OLVIDADOS, DE MANUEL NONÍDEZ
Ríe
ella, mientras se deshace de la blusa y alrededor todo aumenta de temperatura.
Menos el café, que se va enfriando en el olvido, es una de las frases brillantes
de Manuel Nonídez (Madrid, 1954) que encontrará el lector de Muertos y
olvidados, una novela negra que gira en torno a una ausencia dramática, al
desengaño vital, el dolor y la persistencia de la venganza.
Llevaba
años el autor sin publicar, desde el 2011 con El cementerio de las estrellas,
a pesar de una larga trayectoria con libros de géneros muy diversos a sus
espaldas, infantiles, juveniles, novelas históricas y también policiales: Bartolo
de Hormigos y sus amigos, El lado oscuro de la luna, El mercurio, el azufre y
la sal, La cripta de los Templarios, Tres palmos de cuerda blanco, El perfume
del diablo, En el nombre de los hombres, Mortuus, liber, El aliento negro de
Dios, El cementerio de las estrellas, y haber ganado con Frío de muerte
el prestigioso premio Francisco García Pavón.
Muertos
y olvidados, su
última novela negra publicada por Cosecha Negra, tiene un título que engaña al
lector: muertos sí, pero olvidados, no. Porque de eso va precisamente el
argumento de esta novela, de que el olvido no es posible cuando el dolor es tan
próximo y desbarata tu vida para siempre.
Han
pasado dieciocho años desde la tarde en la que atracaron una farmacia de barrio
madrileña y el asunto se les fue de las manos a los atracadores que mataron de
un disparo accidental a la farmacéutica y a una chica —Dispararnos casi a la
vez. Él cayó de espaldas sobre un velador y no se volvió a levantar entre el
humo y los gritos. El tipo que la acompañaba desapareció. También las chicas
subieron a la trastienda, todas menos la que se encontraba conmigo, que había
recibido el tiro en el cuello, estaba caída detrás de la barra—, pero Ginés
Doliva, un expolicía retirado del caso, no olvida porque la víctima es su hija
y recuerda los hechos cada mañana, minuto a minuto, hasta que su existencia le
resulte insoportable. El caso está cerrado. El tipo que mató a tu hija y a
la farmacéutica también murió y los que iban con él ya cumplieron su condena.
Colócate en el centro del ring y levanta los brazos. Combate ganado. A los
puntos, vale, pero ganado, ostia, que es lo que importa. Pero no es así.
Esta
historia de venganza aplazada es narrada por Manuel Nonídez con oficio y
talento desde el punto de vista de ese policía desencantado — El alcohol
mata lo que toca: el ayer, los recuerdos y la tembladera de ansiedad
entretejida en el pulso. — de la vida, porque esta lo ha noqueado, y que
arrastra heridas sentimentales de las que no se ha curado: Julia, la mujer a
la que amó con todas sus fuerzas y nunca supo compensar, pero sin hacerla daño.
De la que se escondía en otras mujeres. A la que él, en su ingenuidad, trataba
de engañar cuando se equivocaba.
Describe
con precisión a sus personajes, hasta los más decadentes como esta antigua
conocida del expolicía antaño sexy—Tenía más tatuajes que los que recordaba
el expolicía, pero tan encastrados en los pliegues de la piel que se tornaban
difíciles de interpretar. El águila de las alas desplegadas que luciera antes
en el escote había implosionado hasta convertirse en un palomino ahogado en el
canal de sus senos— y no rehúye el humor cuando toca: Ginés le preguntó
qué hacía una futura veterinaria en un club de alterne. Prácticas, respondió
ella. No te imaginas la cantidad de animales que pasan por aquí. Aprovecha el
autor para cargar contra los medios de información, convertidos en crónica de
sucesos, cuando se le presenta la ocasión: Volvió al televisor, al carrusel
alocado de canales de entretenimiento, a la información infantilizada y sin
profundidad, emitido por su megáfono de verbena, construido para consumir y
olvidar al momento, subrayado por el subtítulo deslizante de la próxima noticia
y la imagen en bucle del último asesinato.
Domina
Manuel Nonídez el argot carcelario cuando la acción se traslada a ese ámbito — Antes
de bajar al patio, Miguel Rosario de Luis, el Charo, se da una vuelta por el
salón de actos por guipar, por integrarse a un grupo, aunque sea de
comediantes, sin parecer un pipa. Pipar en el talego sale caro si te pillan al
roneo de algo que largar a los chapas, te marcan de chota y arrastras la mala
vida de los chivatos. — y describe la vida carcelaria y las
banderías que se forman según el origen de los presos: En invierno y en
Segovia no queda otra que amontonarse en la esquina que pega el sol y allí se
reúne el personal a su conveniencia: los musulmanes por su lado y los latinos
por otro, en montoncitos, según del país que sean.
Este
contable, diplomado por la hoy desaparecida escuela sindical de banca y bolsa,
aunque profesionalmente nunca ha realizado un asiento contable, que disfruta
tanto o más leyendo que escribiendo, vuelve a la novela negra después de un
largo silencio y los aficionados al género deseamos y esperamos que su próxima
publicación no se dilate tanto en el tiempo porque narradores rigurosos como él
se echan mucho en falta.
Cuando Agustín Serch, un novelista frustrado que no encuentra sentido a su vida, ni inspiración para la novela en la que está inmerso, se embarca en un navío en el puerto de Barcelona que no por casualidad se llama el Nostromo, no sabe lo cerca que va a estar del corazón de las tinieblas conradiano.
Una misteriosa y tensa singladura, porque la vida del barco es muy dura y los compañeros no siempre amistosos con los recién llegados, le lleva a Monrovia, la capital de Liberia, en un momento de inestabilidad política y allí se queda junto a Pablo Cienfuegos, el maquinista que le enroló en ese barco fantasma, un tipo cínico y sin escrúpulos, para abrir una taberna a las afueras de Monrovia que se empecina en bautizar con el nombre de El corazón de las tinieblas.
Cuando se produce un golpe de estado cruento encabezado por el sargento Samuel Doe y las calles de Monrovia se llenan de muerte y destrucción, Agustín Serch decide romper su sociedad con Cienfuegos y adentrarse en la selva en busca de Hugo, un argentino trotskista huido del horror de su país, metido a agricultor, que vive con la bella nativa Kayuma y organiza una pequeña tropa armada para hacer la revolución, pero de nuevo la violencia y el caos en la que se ve inmerso ese país africano darán al traste con sus sueños.
Monrovia es
tanto una novela negra y de crítica social como una narración de aventuras
ambientada en uno de los países más inestables de África negra, el primero en
ser independiente, y cuya capital fue asociado al horror. La novela es un
homenaje a esa obra maestra de Joseph Conrad titulada El corazón de las
tinieblas que sigue estando, por desgracia, muy presente en África.
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