SOCIEDAD / ESTADÍSTICA
Soy
un fanático de la estadística a la hora de dimensionar la barbarie humana y el
dolor que causa. Los números son importantes porque multiplican esto último. Los
más despiadados asesinos en serie los tenemos entre los que nos gobiernan, y a
algunos de ellos hasta los elegimos con nuestros votos y les aplaudimos cuando
asesinan.
En
el hit parade de las atrocidades cometidas por el ser humano está, sin lugar a
dudas, el Holocausto, el asesinato sistemático, con un esquema fabril, de más
de once millones de personas indefensas en los mataderos del III Reich, seis
millones judíos, pero también gitanos (medio millón), homosexuales, eslavos,
disidentes de izquierdas, el sobrante como lo denominaban los enloquecidos
dirigentes de ese distópico estado alemán aupado al poder por los votos de la
tercera parte de sus electores, pero no conviene olvidar los catorce millones
de rusos muertos y desaparecidos en el conflicto frente a los cuatro de
alemanes. Los muertos por ambos bandos se creen que fueron 65 millones. Las
estadísticas, muy tozudas ellas, hablan también de los veinte millones de
rusos, o más, que eliminó el propio Stalin a lo largo de su brutal dictadura en
el Gulag, con las deportaciones masivas y con hambrunas. Claro que el georgiano
que iba para monje distribuyó sus veinte millones de asesinados en sus doce
años de dictadura (1941-1953) y su homólogo Hitler lo hizo en mucho menos
tiempo y fue más sistemático: la eficacia alemana. Un récord en barbarie en ese
período se lo llevó Harry Truman, presidente de Estados Unidos, cuando decidió
probar la capacidad destructiva de su nuevo juguete letal, la bomba atómica, y
borró en dos días dos ciudades de Japón, Hiroshima y Nagasaki, evaporando a 246.000
seres humanos en segundos y superó el ratio letal de Auschwitz que en días
punta consiguió eliminar a más de 5000. Los norteamericanos perdieron en ese
conflicto en Europa y Asia cuatrocientos mil hombres. Muchos, pero pocos si
hacemos caso de las comparativas.
En
España sufrimos durante cuarenta años la dictadura sangrienta del general
Franco que dio un golpe de estado que provocó un millón de muertos y una
represión, una vez ganada la guerra, que llevó a las fosas comunes a decenas de
miles de asesinados.
Malas
lenguas dices que el poeta metido a revolucionario Mao Tse Tung liquidó a
sesenta y cinco millones de sus compatriotas entre hambrunas, deportaciones,
fusilamientos y linchamientos durante su revolución cultural, una forma
drástica de controlar el crecimiento de su población, que lo sitúa entre los
grandes asesinos en serie de la historia de la humanidad. Su discípulo aventajado
Pol Pot, educado en la Sorbona parisina, también comunista y fanático
visionario que llevó a su país al año cero, se cargó a la tercera parte de su
población en Camboya, unos tres millones, en sus campos de exterminio agrícolas
o en las cárceles a golpes de azada para economizar gastos.
La
guerra de Vietnam causó algo menos de 60.000 fallecidos por parte de Estados
Unidos, suficientes para que se retiraran, y unos tres millones por parte de
los vietnamitas del norte y del sur. Las dictaduras de Pinochet en Chile y de Videla y su cohorte de milicos en Argentina causaron miles de muertos y desaparecidos en ambos países que, además, fueron salvajemente torturados antes de ser asesinados. En la masacre fratricida de Ruanda casi un
millón de tutsis fueron masacrados a machetazos por los hutus y las mujeres fueron
violadas sistemáticamente en una orgía de violencia desatada que duró algo más
de un mes. La cruenta guerra de la ex Yugoslavia, que duró cerca de diez años,
dejó un saldo de cien mil víctimas mortales, el 65 por ciento bosnios
musulmanes, y 44.000 violaciones, sobre todo de mujeres bosnias. Entre la
primera y segunda guerra de Irak, unos ocho años de destrucción sistemática del
país por parte de Bush padre e hijo, se calcula que unas 460.000 muertes son
imputadas a la invasión norteamericana frente a los cuatro mil muertos entre las
tropas invasoras. Buen ratio que habla de la letalidad extrema de la primera
democracia del mundo.
La
invasión rusa de Ucrania se ha saldado, de momento, con la muerte de
seiscientos mil rusos y cuatrocientos ochenta mil ucranianos, fundamentalmente
militares, una carnicería entre ejércitos más o menos igualados, unos con
efectivos ilimitados y otros con tecnología militar de la OTAN. De estos
últimos hay que destacar que diez mil muertos, entre ellos quinientos niños,
eran civiles. La actual masacre de Gaza, sin olvidarnos de Cisjordania, deja
unos 60.000 muertos entre los palestinos (se calcula que hay más de diez mil
cadáveres bajo las ruinas), de momento, frente a más de mil asesinados entre
los israelíes el 7 de octubre y unas trescientas bajas del ejército invasor en
poco más de un año. La desproporción es evidente y se explica porque de un lado
está uno de los ejércitos más letales del mundo, armado hasta los dientes y con
tecnología punta, y del otro un grupo terrorista mal pertrechado. De esas
60.000 víctimas civiles (en Ucrania 10.000) se calcula que hay 15.000 que son
niños (en Ucrania 500). La carne palestina cotiza a la baja. Y seguimos porque
no hagan caso de esta pausa que terminará cuando los pocos rehenes israelitas
que aún viven sean liberados.
Pongan
cara, cuenten las familias y amigos de cada uno de esos millones de muertos
violentamente por los desastres que genera la humanidad en los últimos cien
años y el dolor causado no tiene curación posible. Las estadísticas sirven para
comparar y evaluar, para deslindar lo que son guerras convencionales, atroces y
crueles, de simples masacres cuando el adversario está prácticamente inerme y
no solo no tiene con qué defenderse sino que no puede escapar. Estoy hablando
de Gaza, claro, y de los desalmados que a lo largo de la historia de la
humanidad han sido artífices de tantos desastres. No hay un infierno
suficientemente grande para que ardan durante toda la eternidad.
Treinta y un relatos llenos de negritud, salvajes, distópicos, poéticos y fantásticos, ambientados en Barcelona, la Costa Brava, la Costa del Sol, Ibiza, el Valle de Arán, Valencia, Granada, Munich, La Habana, Buenos Aires, Texarkana, Nueva York y Nueva Orleans, en los que el humor se cruza con la violencia, y esta con el erotismo, y por los que campan a sus anchas sicarios, psicópatas, atracadores, violadores, revolucionarios, policías, torturadores, nudistas, travestís, prostitutas, cocineros, reos, suicidas, pintores, justicieros y pirómanos. Los infiernos es un cóctel literario explosivo servido por uno de los maestros del genero negro español.
Comentarios