CINE / CORAZONES ROTOS, DE GILLES LELLOUCHE
Hay en el actual cine francés una cierta tendencia a la hipérbole y al histrionismo que somete al espectador a una especie de montaña rusa de la que no encuentra el momento de bajarse. Corazones rotos de Gilles Lellouche (Savigny-sur-Orge, 1972), un actor todoterreno con una ingente carrera de interpretaciones a sus espaldas y también director ocasional, no es ajena a esa tendencia. El realizador de Todo o nada rueda con buen pulso narrativo y sobredosis de testosterona una nueva versión de Romeo y Julieta ambientada en una pequeña población de Francia y se lanza a tumba abierta para contarnos una historia de pasiones desbocadas que sobrevuelan lo racional.
La historia de Jackie y
Clotaire, sus protagonistas absolutos, la segmenta Gilles Lellouche en dos
partes bien diferenciadas. Una, cuando ambos son dos adolescentes que estudian
en un colegio de provincia francés y Jackie (Mallory Wanecque), una joven de
buena familia que vive con su padre (Alain Chabat), tontea con el chico malo de
su clase, Clotaire (Malik Frikah), hijo de una familia desestructurada que vive
con un padre (Karim Leklou), que no se preocupa de él, y es el típico malote
que abandona sus estudios y se dedica a haraganear todo el tiempo. Y una
segunda parte cuando una Jacqueline ya madura (Adéle Exarchopoulos), a un paso
de casarse, que no ha olvidado esa historia amorosa de juventud, se reencuentra
con un Clotaire (François Civil) recién salido de la cárcel tras doce años de
privación de libertad convertido en delincuente y líder de una banda que se
dedica a robos con violencia, del que sigue, a su pesar, perdidamente
enamorada.
En realidad, el principal
atractivo del largometraje, que roza las tres horas, del director francés es
haber unido estas dos historias, que pertenecen a dos géneros bien
diferenciados —la primera, una comedia sentimental de adolescentes; la segunda,
un thriller con guiños al género negro y social— en una. Corazones rotos se
mueve en el terreno del exceso y trata de transmitir al espectador la
intensidad amorosa y explosiva de sus protagonistas, así es que la realización,
el montaje, la sucesión de imágenes, los frenéticos movimientos de cámara, todo
es enervante, y Gilles Lellouche pasa de los clichés de un esteticismo
claramente impostado del cine romántico —escenas de amor en trigales a la
puesta de sol— de su idílica primera parte, a la violencia en unas imágenes que
se suceden a un ritmo vertiginoso en su segunda parte para no dar tregua al
espectador.
La película es una
adaptación de la novela irlandesa Jackie Loves Johnser ¿Ok? de Neville
Thompson que se traslada a Francia. El film de Gilles Lellouche habla de la
sinrazón del amor en esas relaciones de las que la mente está totalmente ajena
y sus protagonistas y víctimas son esclavos de la locura de sus corazones. Una
vorágine de imágenes a ritmo endiablado, y muchos clichés, con lo que el
director francés consigue coger al espectador por las solapas sin soltarlo en
ningún momento.
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