CINE / TIERRA BAJA, DE MIGUEL SANTESMANES
Tema recurrente el de lo
que pudo ser y finalmente no fue. Me viene a la cabeza mientras veo Tierra
baja la película Desconocidos, esa historia de amores gais que solo
se materializa en la cabeza de su protagonista y que tenía por intérpretes a
Paul Mescal y Andrew Scott, de lo mejorcito de la cosecha del 2024. En el film
de Miguel Santesmases (Madrid, 1961, director, guionista y fotógrafo, que
podría parecer un spot de la España vaciada y de que Teruel existe, Carmen
Membrado (el papel es un regalo para Aitana Sánchez Gijón), una conocida
guionista desencantada del cine, deja la gran ciudad y se retira a la finca de
su abuela para cuidar sus olivos, pero una postal que recibe de un antiguo
amante que le pide que no lo olvide, el productor Eduardo Llanos (Pere
Arquillué, la voz masculina más extraordinaria de nuestro cine), trastoca su
vida cuando le ruega que regrese a su profesión y escriba el guion de su vida
que él esta dispuesto hasta a dirigir.
Tierra baja,
con un guion muy elaborado de Ángeles González Sinde y del propio director y
unos diálogos perfectos que dibujan certeramente a sus dos personajes
principales, apela a la magia de la literatura como esa otra dimensión en la
que los sueños pueden cobrar vida, y así la ficción, la novela que Carmen
Membrado se pone a escribir de su puño y letra en un cuaderno, se convierte en
esa historia de amor con final feliz que los dos personajes quisieron vivir
pero no pudieron por circunstancias vitales.
Tierra baja es
una de esas pequeñas películas que, sin sobresaltos se instala en el corazón
del espectador, magníficamente fotografiada por Alberto Pareja y musicada por
Alejandro Román, en la que se siente como gorgotea en las copas el buen vino,
el viento mece las ramas de los olivos y las miradas que intercambian sus
protagonistas, las frases que dejan colgadas en el aire, su lenguaje gestual,
dicen tanto como un beso o un abrazo. Es como si Eric Rohmer hubiera resucitado
sin tanta pompa intelectual. Es una película que bien podría haber firmado
Richard Linklater. Y el duelo interpretativo sencillamente soberbio.
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