LITERATURA / ANTES DE ABANDONARLO TODO, DE JERÓNIMO GARCÍA TOMÁS

 


Si no fuera por la presencia de teléfonos móviles, y si tacháramos con un rotulador negro el nombre del autor de la portada, más de uno caería en la trampa de que Antes de abandonarlo todo, novela negrísima que publica Vencejo Ediciones, es la obra de un Jim Thompson o un W.R. Burnett que haya salido de la tumba. Pues no. Jerónimo García Tomás es de Valencia, cosecha 1977, licenciado en filología inglesa y autor de una serie de novelas notorias como Cautivos, La rabia del peón, Lidia, Las alas rotas de la libélula, coescrita con Eva Molina, y los libros de relatos Trama de grises y Fumadores de manos sucias, le gusta mucho el cine, especialmente el de género negro — Cuando la vi, no paraba de preguntarme por qué coño no podía Rachel Weisz coger y cargarse esos cabrones en lugar de darse de hostias contra un muro intentando convencer a los diplomáticos que pasaban de las tías como si estuvieran muertas.—y el gallo (nada que ver con gallináceas) italiano.


Hacía años que nadie me apuntaba con un arma. Así arranca el relato de Curt, que recibe el encargo de localizar a Jack Aldrich, el exconvicto que acaba de atracar un banco llevándose el botín de su antiguo jefe. Y el sabueso al servicio de la mafia confía en que el ladrón se atenga a razones y no tenga que ser muy expeditivo con él, y se equivoca. Y, a partir de ahí, una persecución que se convierte en el núcleo de la novela y a lo largo de la cual el autor va abriendo puertas.



Ambienta su novela Jerónimo García Tomás en Los Ángeles— En Los Ángeles, uno terminaba asociándolo todo con un decorado. Quizás ese fuese el problema. El cine había puesto el listón demasiado alto a la realidad.—, en esa California árida que, sin embargo, albergó la fábrica de sueños, y describe con precisión ese paisaje trufado por pozos de petróleo que es el escenario de su novela: Entre dunas con matojos resecos, altos postes de madera y depósitos cilíndricos, el paisaje se volvía extrañamente móvil, convertido en un inquieto hormiguero de metal donde las máquinas parecían funcionar de forma autónoma, abandonadas allí para seguir bombeando hasta la extenuación.


La novela es seca, cortante, está exquisitamente bien escrita bajo los cánones de la buena literatura negra norteamericana clásica sin que sea un pastiche, arroja al lector frases de una enorme brillantez y sintéticas ante las que hay que descubrirse sencillamente: El calor picante del bourbon cayó en mi estómago vacío como una rociada de napalm sobre una playa desierta. O esta otra: Me miró resoplando con expresión furibunda, un pitbull hambriento frente a un cachorrillo de terrier. Mi revólver era su correa. Literatura en estado puro.


Jerónimo García Tomás arma una trama negra que funciona como el mecanismo de relojería y bebe directamente de los clásicos americanos, y, como en toda buena película, o novela, de ese género, los secundarios resultan fundamentales para que la narración llegue a buen puerto: Recordaba perfectamente a Harry Mitchell, por ejemplo, que solo se negaba a hacer daño a mujeres menores de treinta por el motivo que fuera. Y a Charlie Brooks, con una cojera crónica que lo hacía demasiado reconocible para la policía y a quien el bigote y las patillas daban un aire de secundario de películas sobre la revolución de México, aunque era tan mexicano como la estatua de la libertad.


Es Antes de abandonarlo todo un relato de perdedores sin arraigo social, adictos a la botella, noctámbulos de moteles de carretera baratos, cuyos personajes femeninos nada tienen que envidar a los masculinos en su soledad hopperiana: Sobre la cama vi una bolsa de papel marrón que ella debía de haber traído de la calle. La abrí. Pan de molde, un tarro de crema de cacahuete y una botella de ginebra. El menú de los despechados. Transitan por sus páginas strippers de bares baratos con cuerpos recosidos para que sus babosos espectadores las jaleen: Se pellizcó los pezones con dedos de largas uñas postizas. Sacó la lengua e inclinó el rostro, ahora hacia un pezón, ahora hacia el otro. Los focos de luz blanca delataban las cicatrices de sus implantes. Chicas de mal vivir que se aferran a quien les puede lanzar un salvavidas antes de que se hundan definitivamente en la miseria y traspasen la puerta del no retorno: Procedente de una mísera familia de Oklahoma, emigrada a Los Ángeles para escarbar entre sus despojos, a los veintiocho años se había casado con el policía de cuarenta que la había salvado de una condena por robo.


Es muy preciso el autor en las descripciones, que funcionan como planos cinematográficos milimétricamente medidos: Mal sentada en la cama una pierna estirada y la otra caída al borde, con el pie en el suelo, el pelo estropajoso partido por una raya que le surcaba tortuosamente el cráneo desde la frente pecosa y arrugada. Llevaba el sufrimiento marcado a su pesar, la intransigencia con la que lo había asimilado y transformado en agresividad soterrada. Tiene Antes de abandonarlo todo textura de road movie, así es que se sube el lector en el coche de su protagonista, va sentado en el asiento de atrás, confiando en que ningún policía estricto lo pare: Conducir con un revólver en el maletero supone entregarte a una lucha continuada contigo mismo. Jamás en tu vida has tenido tanta urgencia por llegar a tu destino, pero al mismo tiempo sabes que nunca ha sido tan importante como en ese momento evitar que un coche de policía te pare por sobrepasar el jodido límite de velocidad. Y describe de forma extraordinaria el resultado de la violencia física sin necesidad de rozar lo gore: Tenía los párpados entreabiertos y sus ojos se movían muy despacio, como si flotasen en la superficie de una lata de aceite. Las aletas de su nariz palidecían al contraerse. Abrió la boca tanto como pudo, lo cual no era ya mucho. Gráfico.


Regla de oro que cumple a rajatabla Jerónimo García Tomás: credibilidad del relato servida por unos diálogos impecables, propios de un buen guion de cine.  Segunda regla de oro: un personaje con la suficiente sustancia y entidad. Pienso en Sterling Hayden, el protagonista de La jungla del asfalto de John Huston y Atraco perfecto de Stanley Kubrick. Encaja en ese Curt, el sabueso de la mafia, que podría ser de la policía, o un cazarrecompensas, un tipo duro, un profesional que mide tanto sus palabras, haciendo gala de un laconismo ejemplar, como sus actos, frío y duro a la vez: Antes de ir a hablar con nadie, tenía que pasar por la tienda a coger mi revólver. No quería encontrarme desnudo ante cualquier complicación.


Curt Garland, el bienhechor de las strippers en decadencia no es un tipo feliz ni la alegría de la huerta, no sonríe en ningún momento, no tiene sentido del humor, (ni existe en toda la novela un guiño humorístico), pero tampoco es gratuitamente violento si no es necesario serlo. Es posible que ese Curt tenga continuidad. Creo que se lo merece. Jerónimo García Tomás tiene la habilidad de aproximarlo al lector sin que apenas sepamos nada de su vida anterior que, intuimos, ha sido todo menos balsámica: Esperé la noche sin hacer nada, bebiendo cerveza y mirando al techo, ignorando la suciedad y el desorden de la casa. Caos, por supuesto. Infierno, faltaría más. No futuro. Y un gran talento literario, lo que no siempre sucede en novelas de género.

Saber, es reconfortante, ¿verdad? Son las sospechas las que nos vuelven locos.






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