DIARIO DE UN ESCRITOR
Escondido 20 de junio de 2013
This is the end,
cantaba Jim Morrison, el alma de The Doors.
Y éste es el fin de un viaje que ha durado más de 80
días recorriendo el Far West, Canadá y Alaska por tierra, mar y aire,
literalmente, y que me ha servido para conocer, y comprender, un poco más este
país fascinante y contradictorio con el que tengo una relación compleja de
amor/odio y me da muchos argumentos literarios. Hay muchas cosas que me gustan
de Estados Unidos, y otras que me disgustan, seguramente en la misma proporción
que ocurre con España.
Un
viaje también son estadísticas. Una somera relación numérica. 15.632 kilómetros
son los que hemos recorrido sin apenas incidentes, sin habernos estrellado,
pinchado rueda alguna ni nada por el estilo. Hemos utilizado tres GPS, porque
uno desapareció en el Chinatown de Vancouver, y casi siempre tuvieron la razón,
aunque los hemos maldecido a gusto haciéndoles responsables de nuestra torpeza.
Habré escrito unas cuatrocientas páginas, más o menos, detallando el viaje, comentando
lo que me chocaba, reflexionando en voz alta, con una disciplina diaria que ha
resultado agotadora. He impresionado 21.340 fotografías digitales para las que
necesitaré aproximadamente el mismo tiempo en minutos que no sé si tendré. He filmado
8118 vídeos que ignoro cuándo veré, si los veré, o qué haré con ellos. Hemos
pasado de estar a diez grados bajo cero en Denali, Alaska, a 45 grados en el
Desierto de la Muerte, California. He conocido a tipos muy curiosos como a
Justin, Wayne, Tina Blondie, pioneros que se van a Alaska y deseo que tengan
suerte, chinos bromistas y prestidigitadores, rusos perdidos en la foresta,
chicas tan delgadas como otras gruesas, ogros de cuento, una nativa americana
preciosa, una mexicana enamorada de su novio cuyos bonitos ojos brillaban de
amor cuando hablaba con él, misioneros mormones que no intentaron convencerme
de sus curiosas creencias, policías de fronteras achulados, Jack Swann…personajes
que utilizaré, sin duda, en mi novela Brother,
la excusa para este viaje. Hemos tropezado con un centenar de ciervos, otro
tanto de bisontes, incluido aquel solitario que se iba a tomar una birra al
pueblo sin saber que en él imperaba la ley seca, más ardillas que hormigas,
seis renos, seis osos, una docena de perros de trineo, 224 focas, 110 pelícanos,
tres coyotes, de uno de los cuales me hice amigo y a punto estuve de adoptar, seis
ballenas, y un abejorro gigante en Denali, Alaska, al que combatimos con
nuestros palos, pero no nos mordieron más que los mosquitos. He experimentado
la emoción de entrar con un barco, a toda máquina, en un golfo ártico, y sentir el gélido viento en la cara mientras
me aproximaba a un espectacular glaciar cuyos témpanos caían al mar, y no era
una película sino cruda realidad. He sentido el silencio de los navajos y su
orgullo como nación. He comido unas veinte apple
pie. He tomado treinta cuencos de sopa clam
chowder. He estado casi a 4000 metros de altura en las Montañas Rocosas y a
80 bajo el nivel del mar en el Desierto de la Muerte. He discutido dos docenas
de veces con Mary Jo sobre la política norteamericana, su sistema judicial y la
peculiar forma de conducción de sus paisanos. He consumido unos veinte paquetes
de patatas fritas Pringle, treinta latas de zumo de tomate, un centenar de
sodas, veinte de jugos de mango, melocotón y albaricoque. Hemos bebido unos
cuarenta litros de cerveza. He reñido a MJ cada vez que comía helados y la he
acompañado en su pecado. No me he acostumbrado al café americano ni creo que me
acostumbre jamás. No pisé, por principios, ningún McDonald ni Kentucky Fried
Chicken. Me comí, a desgana, un bocadillo de un pie en un Subway pero hice el
propósito de no hacerlo más. Tiré a la basura unos cuantos kilos de comida
basura. Me he convertido en cliente a ultranza de los Starbucks Coffe. He
asistido a los fenómenos de las noches que nunca acaban de serlo en Valdez y
Denali, Alaska, y me he paseado a las tres de la madrugada como si fuera las
seis de la tarde. He visto osos muertos, uno convertido en oso mecánico en un
bar, y otro llamado Otto; ciervos mula decapitados en vestíbulos de hoteles;
lobos árticos; focas; tantos bichos disecados que he temido terminar en manos
de un taxidermista. No he leído las numerosas biblias que tuve a mi disposición
en los hoteles por donde pasé. No llamé a ninguna call girl de Las Vegas ni perdí en sus mesas más allá de diez
dólares. He notado cómo me evaporaba en National Archs Park; y cómo me estaba
congelando en Alaska. Me he sentido infinitamente pequeño contemplando los
cañones del Colorado y Green River en Canyonlands. He sentido la atracción del
abismo en las cataratas de Yellowstone. He creído en Dios, o en quien sea,
viendo otra vez Grand Canyon. Me he sentido joven al lado de un arco natural que
tenía doscientos millones de años. He cabalgado con mayor o menor fortuna sobre
Peaches, al que llamaba Peach y por eso no me hacía caso, por los cañones de
Chelly. He contemplado en Monument Valley los escenarios de casi todas las
películas de John Ford y he visto el fantasma de John Wayne cabalgando entre
las montañas winchester en mano. He visto una Alaska lluviosa y otra con sol, y
me quedo con las dos. He visto una de las ciudades más bonitas y europeas del
viaje, Victoria, en Canadá, y el pueblo más desolador y feo, sin duda Chinle,
Arizona. He recorrido un país que las estadísticas indican que es muy violento
pero no he visto en estos más de ochenta días un solo acto de violencia, ni un
solo revólver o pistola en mano de nadie.
He presenciado una detención en directo en Seattle por un sheriff que
iba en bicicleta y vestido con mallas. Nos ha detenido un policía de carretera
en Alaska. Me han mirado una y otra vez la cara y la fotografía del pasaporte
sospechando que no era el mismo, y acertaban. He maldecido, en general, la
dieta americana, pero he disfrutado comiendo el mejor salmón del mundo en
Alaska. Me ha crecido la barba exactamente tres dedos, a dedo por mes, y podría
haberme hecho una coleta en el pelo. He viajado hacia dentro, en esos largos
desplazamientos en coche por paisajes desiertos en donde no había una sola
población, a mi pasado y a mi futuro, imaginándomelo. He disfrutado del aquí
ahora, que es el principio básico de mi octava vida, ¿o estoy ya en la novena?
Y
todo eso gracias a MJ, Mary Jo, sin cuya colaboración, fortaleza, buena
conducción, sentido del humor y pasión por viajar este periplo de kilómetros
mareantes no habría tenido lugar. Ella ha sido mi intérprete, mi agencia de
viajes, mi guía y mi informadora sobre muchos detalles de este gran país que
desconocía y que ahora conozco un poco más, porque para eso sirven también los
viajes, para conocer el lugar al que se viaja y las personas que en él habitan.
Y así he comprendido que Estados Unidos sigue siendo tierra de pioneros, para
mal o para bien, y que sin ellos no se entiende; de individuos que luchan para
mejorar su situación y tener su oportunidad en la vida; país de libertades
extremas y también de prohibiciones, en el que cada cual va vestido como quiera,
construye su casa como le viene en gana, pero en el que transgredir las normas
tiene un precio muy elevado.
Hace
cincuenta y tres años MJ y yo viajábamos a Alemania y en esta fotografía sepia
navegábamos por el Rin sin saber ella que acabaría viviendo en Estados Unidos y
yo que iba a ser un solitario corredor de fondo que iría a hacerle una visita
medio siglo después para escribir la crónica de un viaje y tomar notas para una
novela que nadie sabe si llegaré a escribir. Ahora hemos vuelto a viajar por el
Oeste de Estados Unidos, Alaska y Canadá, con más años y las mismas ganas de
viajar y vivir. En algo fundamental coincidimos: la vida es un viaje. Y estamos
decididos a viajar hasta el fin.
Y
ahora, diario mío, me tomo unas merecidas vacaciones.
Comentarios
Un saludo.
Un gran abrazo
Mme. Deveriá
Besos
José Luis
Gran compañera de viaje y perfecto look de hermitaño.
Gracias por las noches que nos has regalado con tu pericia como escritor esperamos con ansias pasar mas de mil y una noches leyendote con gusto.
Un abrazo desde Aran.
En la foto se los ve agotados a los dos, pero creo que a ti más que a tu hermana. Qué fortaleza tenéis los dos para haber afrontado semejante aventura.
Me ha encantado leerte, como siempre.
Espero verte pronto.
Cariños