SOCIEDAD / CUL DE SAC
CUL DE SAC
En eso
estamos. En un callejón sin salida y una estupidización
del debate político parlamentario que alcanza cotas de grosería jamás vistas.
Si en el Parlament de Catalunya Carlos Carrizosa, de Ciudadanos, se creía
en el patio de la escuela cuando le decía al diputado de ERC Rubén Wagensberg que eso, no me acuerdo
qué era, se lo dijera en la calle, en el congreso de los Diputados era el
televisivo Gabriel Rufián, de ERC,
el que encendía el hemiciclo con su habitual estilo tabernario contra el
ministro Josep Borrell afeándole que
fuera a las manifestaciones de Sociedad Civil Catalana, sin venir a cuento, y éste,
en la desbandada del grupo republicano del Congreso, tras la expulsión de Rufián por parte de la paciente Ana Pastor, se quejaba del escupitajo
que, según él, porque nadie más lo vio, le lanzó el diputado de ERC Jordi Salvador.
El fake de Josep Borrell (no ha esgrimido prueba física de ello, seguramente
interpretó un gesto despectivo del diputado saliente como amago de escupitajo)
ha copado portadas de diarios, sobre todo digitales, ha salido en telediarios y
en programas de debate político como si el ministro de asuntos exteriores del
gobierno de Pedro Sánchez hubiera
sufrido un atentado terrorista. En un gag de humor el programa FAQS de TV3
comparaba el atentado de Josep Borrell
con la teoría del fiscal Jim Garrison
sobre la bala mágica que acabó con la vida de JFK en Dallas. Si no es con humor, esto es intragable.
Mientras
Ciudadanos, sumándose al PP de Pablo Casado a la competición por el espacio de la
extrema derecha, ya ha condenado a los
presos políticos catalanes, puesto que está haciendo una ridícula campaña
contra un posible indulto de ellos por parte de Pedro Sánchez, y utiliza un autobús con la cara sonriente de Oriol Junqueras que, según ellos, está
pasando unas vacaciones de lujo en la prisión de Lladoners, Vox, con la ayuda
inestimable del pope ultraderechista norteamericano Steve Bannon (el mago que hizo ganar las elecciones a Donald Trump y va a levantar en Italia
una universidad para formar cachorros hitlerianos que defiendan las raíces
judeocristianas de Europa) llena palacios deportivos con el aplauso de un Fernando Sánchez Dragó, más feliz desde que su hija quedó finalista
en el último Planeta, que de comunista pasó a ácrata (un libertario que besaba
al caudillo José María Aznar y lo invitaba en Negro sobre Blanco para que hablara… de literatura), y de ácrata a
la extrema derecha nostálgica del franquismo.
Franco, todo hay que decirlo, sigue más vivo que
nunca quizá porque nunca murió del todo. El 20N, nostálgicos del aguilucho y
del Generalísimo daban una paliza y escupían (ellos sí) a las valientes chicas
de Femen que, a pecho descubierto, se infiltraron en su manifestación ultra y gritaron
“Fascismo legal, vergüenza nacional” (ellas tienen un valor del que yo carezco)
mientras se corre el peligro de que la momia incorrupta del dictador vaya del
Valle de los Caídos a la Almudena de Madrid. Contra Franco vivíamos mejor.
Y
mientras, como si nada de eso fuera con ellos porque ya se han desconectado, de
España y del mundo real y están en otra galaxia, en una realidad paralela, los
ilusionados con esa República Catalana, la que duró lo que una cerilla entre
los dedos, la que fue vista y no vista, un fake
como el escupitajo de Josep Borrell,
y hablan de implementarla contra la mitad de la población de Catalunya, se
niegan a dar apoyo a unos presupuestos sociales que, entre otras cosas, llevan
suculentas partidas que la nació catalana necesita urgentemente. La estrategia
suicida del independentismo catalán parece ser la de cuanto peor, mejor, forzar unas elecciones generales y arriesgarse
a que quien se siente en la Moncloa sea Rafael
Casado, Albert Rivera o un
tripartido formado por PP, Ciudadanos y Vox (es lo que pide José María Aznar, el siniestro tipo
que mueve la cuna mientras sus allegados van entrando en prisión) que aplique
de nuevo el artículo 155, cierre la televisión pública catalana e intervenga la
educación. Saben ellos, PDCat, o cómo demonios se llamen ahora, ERC y la CUP,
que Pedro Sánchez no puede ir más
allá e interferir en el procedimiento judicial. Pero da igual; el plan del
independentismo catalán es que no hay plan.
Si siempre
me cargó el nacionalismo español, el de la megabandera rojigualda que mandó izar
José María Aznar en la madrileña Plaza
Colón tras poner los pies en la mesa de George
W. Bush, hablar en texmex con él
en la intimidad y hacerse esa foto histórica en las Azores, las demostraciones
patrióticas catalanas me recuerdan a los juegos florales del franquismo y también
me hartan. Sorprendentemente esos dos millones que han comprado el relato
independentista no decrecen sino que crecen y parecen buscar ese contra el PP vivíamos mejor a juzgar por
su deriva última. Por eso creo que me he ido a vivir a Aran, territorio de
frontera, bastante virgen y casi deshabitado, y desde allí extiendo mi mirada
sobre un mundo que ni entiendo ni pretendo entender. Loco, loco, loco.
Me sueno
la nariz con todas las banderas, Dani
Mateo, incluida la negra, y me cago en todos los dioses, Willy Toledo.
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