SOCIEDAD / LAS ARMAS DEL TERROR
Las armas
del terror
En Estados
Unidos no hace falta que vengan yihadistas del Estado Islámico a perpetrar
masacres; los autóctonos, generalmente WASP, se encargan de cometer matanzas
masivas periódicamente, de modo que dejarán de aparecer como noticias novedosas
en los medios de comunicación cansados de repetir siempre las mismas imágenes
de policías que llegan tarde a la escena del crimen, gente llorando y
ambulancias retirando cadáveres. Sí sería novedoso publicar que en tres meses
no ha habido ninguna matanza, ni en un bar, ni en una universidad, ni en una
escuela. Sería Hombre muerde a perro,
más o menos.
El
último descerebrado de un país descerebrado que tiene un presidente descerebrado
ha sido un ex marine con shock postraumático, un tipo que se ha puesto hasta
las cejas matando afganos y no se ha enterado que eso está mal visto en
California. La policía ya le había hecho varias visitas, porque el tipo daba
señales de no estar muy cuerdo, y, claro, no se le ocurrió decomisar el arsenal
de armas de guerra que tenía en su casa, las que empleó para asesinar a doce
personas y luego acabar con su vida.
La
sociedad norteamericana está aquejada por un sinfín de traumas y siempre vivió
atemorizada ante amenazas externas, por eso son tan aficionados al cine de
casquería y al de extraterrestres que los invaden. Allí los psiquiatras, junto
con los brókeres y los abogados, son los que mejor se lo montan. Puedes
demandar a un establecimiento de café (es un decir, lo del café) porque tú te
lo tiras encima y te quemas (en realidad los cafés americanos abrasan; yo doy
dos vueltas a la manzana antes de dar el primer sorbo o dejo el vaso de
parafina enterrado en la nieve que hay en la Quinta Avenida neoyorquina), pero
no a la Asociación Nacional del Rifle si te quedas parapléjico a causa de un
tiroteo o te han arrebatado a tu esposa e hijos. El iluminado que ocupa el
Despacho Oval receta contra las matanzas más armas, como si le dices a un tipo
que para acabar con su alcoholismo debe pimplarse una botella de bourbon al
día. Acabará con su alcoholismo, y con su vida. De nada vale decir que los homicidios
por arma de fuego en Estados Unidos son 24 veces más frecuentes que en España y
100 veces más que en Japón.
La lógica
racionalista que suele imperar, cada vez menos, en el ámbito europeo, no sirve
de nada allí. Estados Unidos te rompe los esquemas y compruebas que algo grave le
pasa a esa sociedad cuando cuentas las iglesias que hay por metro cuadrado,
tantas como bares en España. En su simplificación de la libertad, los que
detentan los trescientos millones de armas de fuego que hay en la sociedad
norteamericana, más que habitantes, apelan a la famosa Segunda Enmienda, que
ningún presidente pone en tela de juicio, para tener un kalashnikov en su sala de estar por
si alguien entra sin llamar o una bazuca para pulverizar a quien pise el césped
de su jardín. Puedes reventarle la cabeza a un tipo que encuentres dentro de tu
coche, pero no puedes beber una lata de cerveza en una terraza porque te puede
ver un niño. Las armas de fuego no son en sí malas, lo pernicioso es el mal uso
que se hace de ellas, suelen decir los de la ANR. Es como decir que la bomba
atómica es como la mascletá valenciana.
Pero hay que reconocer que esos argumentos me descolocan tanto como los de una
mexicana que me comparó los sacrificios de los aztecas con el ritual de comer y
beber la sangre de Cristo de la misa católica, y de ahí no la sacaba.
En
Estados Unidos puedes morir en una simple infracción de tráfico, si no colocas
bien las manos sobre el salpicadero del coche, o por sacar el teléfono móvil
ante un policía, y si eres negro tienes diez veces más posibilidades que si
eres WASP de morir por los disparos de un policía racista, entrar en presidio o
hacer cola en el corredor de la muerte.
Los
policías tienen el gatillo fácil porque no saben si el que tienen delante va
armado y disparan primero para curarse en salud. Lo hay que se curan tanto que
acribillan al pobre que cae en sus manos. Y no les pasa nada.
Las
paradojas de esa sociedad, que llevo años intentado comprender sin avanzar
mucho, darían para un libro o más. Mientras,
el inquilino de la Casablanca está tan volcado en que no lo invada un puñado de
hondureños (sin blanca, como dijo
Barack Obama) y en que las actrices porno que frecuenta no hablen del tamaño de
su pene, que se está olvidando de la promesa que hizo al lobby armamentístico de
buscar su guerra. Tiraba más bombas su predecesor, que era Premio Nobel de la
Paz, que él.
Las
sangrías locales son migajas al lado de esas orgías de destrucción masiva con
fuegos artificiales que de vez en cuando se marca el imperio para enseñar
músculo y hacer negocio cuando invade y arrasa un país. Creo que Irán puede
tener armas de destrucción masiva. Me lo dijo un taxista el otro día, yendo hacia
el aeropuerto de Barcelona.
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