CINE / ON FALLING, DE LAURA CARREIRA
Ejercicio implacable que
subraya el subtexto, lo que no se ve y se intuye. On falling es la denuncia
demoledora del nuevo esclavismo al que se ve abocado la clase trabajadora en
Europa, no digamos en el resto del mundo, en un film que deja un regusto muy
amargo a lo largo de su metraje. Si la clase trabajadora en las películas de
Ken Loach, y es muy pertinente la comparación porque el director británico
apadrina a su directora, era valiente, luchadora, estaba llena de esperanza,
combatía el sistema que la oprimía y hasta daba muestras de alegría cuando
conseguía quebrarle la muñeca en su pulso social al capitalismo desalmado, en
esta admirable película de la portuguesa Laura Carreira la esperanza se ha
esfumado y reina el pesimismo existencial.
La alegoría la establece
la directora a través Aurora (Joana Santos), una chica portuguesa que trabaja
en un almacén de Amazon (aunque no se diga parece más que evidente que se trata
de la multinacional norteamericana) en Escocia como picker (persona que
escanea y localiza los pedidos que luego enviarán los repartidores a los
compradores) junto a otros trabajadores comunitarios (hay, entre ellos, una
española) y debe compartir piso porque no puede permitirse el lujo de tener uno
para ella. Su vida se reduce exclusivamente en hacer un trabajo rutinario,
intentar llegar a final de mes, cosa que no siempre consigue y le obliga a
hurtar chocolatinas y snacks a sus compañeros de piso, y salir de noche de vez
en cuando, una existencia vacua y sin ningún tipo de aliciente. La empresa
establece el más riguroso control de todos sus empleados y cuando estos se
relajan los llaman al orden.
Laura Carreira, en un
ejercicio de sutileza que se sirve de la rutina (las secuencias en el almacén,
reiterativas, en las que Aurora va escaneando productos de las estanterías y
colocándolos en cestos de plástico para su envío no son en nada gratuitas)
utiliza la figura de su protagonista para hacer una demoledora crítica a un
moderno sistema de explotación que va de la mano de la digitalización. Aurora
se levanta casi de noche, va en el coche de su compatriota Vera (Inés Vaz), con
la que comparte gasolina, al almacén, come allí un triste condumio con sus
compañeros de trabajo y regresa a su piso compartido en un día a día sin el más
mínimo aliciente.
La portuguesa Joana
Santos compone un personaje sin servirse de la gestualidad, interpreta hacia
adentro. La soledad (cuando va a un pub, se deja caer sobre el hombro del nuevo
compañero de piso polaco esperando en vano alguna señal de acercamiento por
parte de él); la precariedad (ese apagón que se produce en el piso compartido
mientras se está duchando porque no ha podido pagar la parte correspondiente de
luz porque se lo ha gastado en reparar su móvil); la vacuidad de su vida (que
exterioriza cuando la psicóloga que la entrevista para un nuevo trabajo le
pregunta qué hace cuando termina la jornada laboral y se da cuenta de que no
hace nada, de que su vida es un vacío absoluto y se inventa un viaje al Caribe);
y el ansía de cariño (se aferra a los brazos del anciano desconocido que se
preocupa por ella cuando se desmaya en el parque y vuelve en sí), se
exteriorizan en ese sinfín de pequeños detalles que el espectador va captando
en la rutina diaria de Aurora y que su directora coloca en un primer plano para
describirnos un tipo de vida que no lo es, que no merece incluso ser vivida
(uno de los compañeros de trabajo se suicida).
Este régimen de
explotación que reina en la gran plataforma comercial Amazon ya había sido
denunciado por la china Chloé Zhan en la oscarizada Nomadland en la que
Frances McDormand era la precaria trabajadora explotada de la multinacional.
Hay en el film de Laura Carreira una sola escena de esperanza, hacia el final: un
apagón informático obliga a la plantilla a un receso, y los empleados de ese
almacén juegan a pelota en ese enorme hangar y por primera vez asoman las
sonrisas a sus rostros, se humanizan, dejan de ser meros robots en un engranaje
despiadado.
On falling
es el retrato de ese proletariado precarizado, esclavizado, insolidario, porque
carece de los mecanismos de lucha obrera que el nuevo capitalismo ha ido
erradicando, en la antítesis del cine esperanzando de Ken Loach, precisamente
el padrino de esta joven directora portuguesa en su espectacular debut
cinematográfico. Y sin aspavientos, con una caligrafía absolutamente precisa.
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