LITERATURA / BELTZA, DE JAVIER SAGASTIBERRI

 

Llamadme Beltza si queréis que me dé por aludido, o que os preste la más mínima atención, por favor, llamadme Beltza. Con esa contundencia narrativa empieza esta novela del vasco Javier Sagastiberri que obtuvo, muy merecidamente, el premio BMB 2025 de novela negra que otorga el festival Black Mountain Bossòst y que engrosa la ya larga lista de novelas que se han escrito sobre la banda terrorista que sembró de muerte y destrucción buena parte de la historia de nuestro país en el pasado siglo y parte de este hasta su disolución en tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero. No es por autobombo, pero el que esto escribe es quien más ha tratado el tema de ETA en la ficción (Tu corazón, Idoia, La caraqueña del Maní, Cazadores en la nieve, El bosque sin límites y El final feliz), hasta cinco veces, seguido, seguramente, del recientemente desaparecido Salvador Robles Miras (Contra el cielo, Paga o muere, Despiadados). Javier Sagastiberri se mete en un terreno pantanoso, sobre todo siendo vasco, y sale con buen pie de él. ETA forma parte de la moderna historia del Euskal Herria.


Beltza, un solitario pistolero de ETA, no entra en la banda por casualidad sino por razones personales, como tantos otros componentes de la organización independentista vasca que sufrieron las arbitrariedades de los txakurras de las fuerzas de seguridad del estado, los allanamientos de morada, las detenciones arbitrarias, las torturas y hasta la muerte en los calabozos del tristemente cuartel de Intxaurrondo. En la misma página podías encontrar noticias de presuntas torturas en Bilbao o San Sebastián, del robo de una pistola a un policía, del traslado a la audiencia nacional de los miembros de un comando, de la reivindicación del asesinato de un militar, de un posible secuestro de un industrial, todavía sin confirmar, o detenidos como resultado de un atraco a una sucursal bancaria. La acción se sitúa a finales de los 70 del siglo pasado, cuando se producían escisiones en la banda por la llegada de la democracia a España — Franco había muerto en su cama tras su larga agonía de viejo pasado de cuentas, y casi todos los españoles habían asistido a la crónica obscena de su enfermedad— y los polimilis se plantearon dejar las armas y seguir la lucha por métodos pacíficos encuadrados en Euskadiko Esquerra, y los milis, junto con los comandos especiales bereziak de  ETA PM, formaron ETA M, la facción más irreductible y violenta, la menos política: Las tensiones son posteriores, vienen del momento en que nuestros pistoleros, los bereziak, se dieron cuenta de que preferían ser cabeza de ratón que cola de león.


En esos años convulsos y muy politizados que Sagastiberri dibuja a la perfección — No estábamos en la Universidad para estudiar y para formarnos como perfectos burgueses, sino para transformar el mundo; el que no era de ETA V, era de ETA VI, había trotskos, chinos, anarquistas. Competíamos entre nosotros por estar más a la izquierda que nadie—Beltza, que toma el apelativo de su hermano modelo que se suicida tras una detención para librarse del estigma de haber cantado, decide tomarse la justicia por su mano y nada mejor que hacerlo bajo el amparo de unas siglas revolucionarias: Pero, como ya he dicho, para mí no eran importantes las siglas; yo estaba embarcado en una expedición de venganza y lo que menos me preocupaba era saber qué organización me daba cobertura para la realización de mi proyecto. Y a ello se dedica con una frialdad espantosa: Apoyé el cañón contra su ojo izquierdo, el que todavía estaba intacto. No era capaz de mirarle a la cabeza, pero sí pude apretar el gatillo. Creo que las tres balas entraron hasta el cerebro.


Escrita en primera persona, la novela es casi una confesión de los crímenes, pero también de las dudas morales que tiene, que comete este eficaz sicario al que se le da muy bien matar y se siente justificado porque lo hace bajo un paraguas político, el de la lucha armada contra un estado opresor, así es que cuando cumple su acción justiciera sigue apegado a la banda y cumple disciplinadamente todas las órdenes que recibe: Me había convertido en un militante de una organización armada y formaba parte de un comando de cuya existencia nadie dudaba, salvo yo mismo.


Salen en la novela algunos de los miembros emblemáticos de la banda, como Idoia López Riaño, la Tigresa, una especie de mantis seductora por la que el protagonista siente una poderosa atracción: La cara se le transformaba cuando sonreía. Sentí que sería capaz de hacer cualquier cosa, lo que me pidiera, por esa sonrisa. Desde ese día soñaba con ella, Y cuando follaba con otras tías siempre acababa poniéndoles el rostro y los gestos de Idoia. Y referencias a Argala, el más político e inteligente de la banda: Por mucho que busques, desde que murió Argala, no encontrarás entre los milis ninguna mente política capaz de analizar de manera coherente los cambios que están ocurriendo en España.


Javier Sagastiberri, al mismo tiempo que no descuida la acción en su novela, la carrera criminal de ese eficaz pistolero que sirve a la banda por su eficacia a la hora de matar — Cayó hacia atrás, al mismo tiempo que un poderoso surtidor de color rojo se elevaba desde alguna arteria seccionada por el segundo proyectil —nos describe el modus operandi de los terroristas, sus citas de seguridad, sus contraseñas (todos llevan en las manos un ejemplar de El lobo estepario en sus encuentros para identificarse), lo que evidencia una concienzuda documentación que maneja el autor y que le sirve para adentrarnos de forma muy realista en los entresijos de la banda: El lapso de tiempo que transcurre desde que ya has marcado a tu objetivo hasta que llevabas a cabo la acción siempre me ha parecido un tiempo extraño, vacío.

 

Habla Sagastiberri de esos gudaris que se creían importantes por el hecho de ir armados, a los que les costaría una eternidad regresar a la normalidad en donde no serían nada absolutamente: La mayoría, en su pueblo, después de tantos años, ¿qué pueden esperar si vuelven? Sin estudios, totalmente desfasados para los oficios en los que trabajaban, en su pueblo no son nada. Aquí son soldados, sargentos, comandantes, y, con un poco de sangre fría, algunos de ellos pueden aspirar al generalato.


Especial relevancia tiene la novela cuando la organización lo manda, junto a otro compañero, a esa escuela de terrorismo en Líbano en donde los adiestran, junto a otros grupos armados, para ser letales incluso con las manos — Descubrí que para matar a un ser humano bastaba con un golpe seco del borde de la mano en el cuello justo debajo de la nuez. También se lograba lo mismo con diversas técnicas de estrangulamiento en esa zona del cuello —. Y ahí es cuando se llega a esa línea roja que ETA cruzó con aquello que bautizó como socializar el terror, algo que el protagonista no está dispuesto a aceptar porque, a pesar de todo, tiene un código moral que se lo impide: Desde donde mirábamos se podían ver brazos desgajados y también a hombres sin piernas intentando arrastrarse lejos de las llamas. Cerca del fuego se podían ver sus cabezas arrancadas de sus cuerpos, una en posición horizontal, apoyada sobre una oreja…


No es una novela maniquea en absoluto, para nada se lo plantea Javier Sagastiberri, entre otras cosas porque es el asesino el que nos cuenta la historia, una trama en donde también hay una parte de investigación y misterio que lleva a un final sorprendente, a la altura de esta excelente narración. El escritor donostiarra maneja con soltura los recursos narrativos, dibuja perfectamente a sus personajes con diálogos incisivos y da testimonio de esa época afortunadamente pretérita en la que unos salvadores de la Patria Vasca se arrogaron el derecho de asesinar a sus oponentes. No se juzgan las acciones violentas que se describen en la novela, simplemente se muestran. Beltza es una de las mejores novelas escritas sobre la banda, dura, sin concesiones, terriblemente realista y se lee sin respirar. Javier Sagastiberri ha dado en la diana.  


Me miraba en el espejo y luego examinaba la foto de ese intelectual con pinta de sapo llamado Sartre y no acababa de entender como Simone de Beauvoir había adorado a ese sujeto. Porque no todo es muerte y también hay alguna que otra pulla del pistolero Beltza contra uno de los santones de la izquierda.


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