EL LIBRO

VERANO
J.M. Coetzee

Mondadori, 2010
255 págs.

¿Hasta dónde llega el egocentrismo de los escritores que, hartos de buscar argumentos externos, se dedican a novelarse en una especie de autocanibalismo literario y ejercicio endogámico? Este es el desafío que se propone Coetzee en Verano, impúdico libro sobre sí mismo.
Es ésta una novela camuflada de autobiografía, o una autobiografía con piel de novela. En cualquiera de los casos, un excelente ejercicio literario, y juego divertido ─ atentos los que piensan que el nobel sudafricano es un autor excesivamente serio cuya concepción dramática de la vida le permite rasgos de humor, porque están muy equivocados─ en el que Coetzee ironiza sobre si mismo y sobre su fama de persona fría. “¿Así qué, después de todo, este tipo seco tiene sentimientos?”
Un periodista prepara la biografía de Coetzee a poco de morir éste. Para ello cuenta con los puntos de vista, las opiniones y las anécdotas de cinco personas que le conocieron y no daban un céntimo por él. Así el periodista entrevista a una amante que tuvo, Julia, que no tiene muy buena opinión del autor de Desgracia. “Dos autómatas inescrutables, cada uno de los cuales mantiene un inescrutable comercio con el cuerpo del otro: así me sentía en la cama con John. Dos empresas independientes en marcha, la suya y la mía. No puedo decir cómo era su empresa conmigo, pues me resultaba opaca. Pero para resumir: el sexo con él carecía por completo de emoción”; noveliza una chusca historia con el autor que tuvo su prima Margot cuando la pick-up de John los dejó tirados en medio del desierto. “¿Por qué será que el cuerpo de su primo no la calienta? No solo no la calienta, sino que cree extraerle su propio calor corporal. ¿Es por naturaleza incapaz de emitir calor como es asexuado?”; entrevista a una brasileña emigrante en Sudáfrica, profesora de baile latino, Adriana, cuya hija lo tiene como profesor de inglés. “Pero le faltaba una cualidad que una mujer busca en un hombre, una cualidad de fuerza, de virilidad; No, no era neutro, solitario. No estaba hecho para la vida conyugal…¿Cree que debería sentirme halagada porque quiere que aparezca en su libro como la amante de Coetzee? Se equivoca. Para mi ese hombre no era un escritor famoso, no era más que un profesor y, además, un profesor sin título”; entrevista a Martin, profesor con el que compitió, y perdió, por una plaza de enseñante; y termina con Sophie, la amante que resulta más condescendiente con el nobel sudafricano. El Coetzee literato tiene una liviana presencia en esta divertida falsa autobiografía. Veamos lo que opina quien le conoció entre las sábanas sobre su faceta de escritor: “No puedo decir que Tierras de poniente me guste. Sé que parezco anticuada, pero prefiero que los libros tengan héroes y heroínas como es debido, personajes a los que puedas admirar”.
Reina el humor en este endiablado e inteligente retrato que Coetzee hace de sí mismo y que uno intuye como autodefensa del autor, consciente de la imagen que proyecta y que se encarga de destruir con diálogos desternillantes.
“—Para la mujer adecuada, serías un marido de primera, dije—. Responsable, trabajador, inteligente. Un buen partido y además excelente en la cama. —Aunque eso no era estrictamente cierto—. Cariñoso— añadí como una idea tardía, aunque eso tampoco era cierto”.
Con todos estos materiales, hábilmente dispuestos, no sólo Coetzee organiza una mirada cargada de cruel humor autocritico sobre sí mismo sino que analiza, de soslayo, su país, su apartheid, el desarraigo de sus habitantes que, por mucho que se reclamen hijos de esa tierra, nunca lo serán, habla de gente común, como su padre y de su relación con él, algo que parece obsesionarle. “No, claro que John no quería a su padre, no quería a nadie, no estaba hecho para amar. Pero tenía un sentimiento de culpa con respecto a su padre. Se sentía culpable y, en consecuencia, cumplía con su deber”. Y pasa por alto su faceta literaria para centrarse en un tipo paleto, soso, poco atractivo para las mujeres, de escasas palabras, al que le gusta, sobre todo, …hormigona, y así se define.
“Las mujeres no se enamoraban de él... por lo menos las mujeres que estaban en su sano juicio. Lo inspeccionaban, lo husmeaban, tal vez incluso lo probaban. Y entonces seguían su camino”.
Una original y sorprendente autobiografía de uno de los escritores más importantes de nuestro tiempo que desmitifica el rol de escritor y lo baja del Olimpo para hacerle pisar tierra, la árida y dolorida de Sudáfrica. Una sutil trampa en la que cada latigazo que el autor descarga sobre su espalda se convierte en autoelogio, pues el lector opta por detener ese flagelo inmisericorde con el que se lesiona. En definitiva, un libro egocéntrico, trufado por un elenco de extraordinarios secundarios como Julia, Margot, Martín, Sophie y Adriana, cuyos relatos constituyen auténticas novelas breves conectadas por ese Coetzee difunto que nos habla desde el más allá a través de las personas en las que dejó huella, liviana como se encarga de subrayar, y que el lector agradece por lo inteligente y divertido que es y lo maravillosamente bien escrito, un cambio de registro en uno de los autores que mejor han sabido plasmar la soledad, el dolor y la amargura del ser humano, que sorprenderá a los que creían que J.M. Coetzee era incapaz de despertar una sonrisa porque lo catalogaban como un tipo cenizo. Pues no, Coetzee, maravilloso escritor, también se puede reír, de sí mismo, como se espera de un narrador de humor, aunque deslice, a través de ese género literario que es la falsa entrevista, pensamientos demoledores sobre él y los suyos, que se concentran en la parte de la novela que protagoniza Martín, profesor que le arrebató un puesto de enseñante. “Teníamos un derecho abstracto a estar allí, un derecho de nacimiento, pero la base de ese derecho era fraudulenta. Nuestra presencia se cimentaba en un delito, el de la conquista colonial, perpetuado por el apartheid. Nos considerábamos transeúntes, residentes temporales, y en ese sentido sin hogar, sin patria”. Pura declaración de principios coetzianos de una novela que, pese a su apariencia, es muy seria.
José Luis Muñoz

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