DIARIO DE UN ESCRITOR

Agen, 11 de marzo de 2012
Agen está entre Burdeos y Toulouse, territorio gascón, a unos pasos del hermosísimo Gerd, tierras de D’Artagnan y Armagnac. El Garona pasa uno de sus extremos. El río de mi pueblo. Pero aquí es ancho como el Ebro, profundo, se desliza con placidez por delante del muelle portuario en desuso, cruzado por cuatro puentes, uno, pura extravagancia, un canal de agua por el que, de cuando en cuando, pasan barcos de turismo. La ciudad es pequeña y agradable, tiene una enorme y moderna librería, cafeterías, tráfico tranquilo.
Las mañanas de estos dos días del Polar Encontre (irónico nombre de las jornadas que hace referencia a la población de Bon Encontre, a pocos kilómetros de Agen, en donde una virgen se apareció a unos pastores, se encontró con ellos, y por eso esa gigantesca y espantosa estatua blanca de la madre de Dios que observa el pueblo desde un pequeño cerro) transcurren dentro del amplio salón, un hangar que se utiliza para los acontecimientos musicales. Los autores ocupamos nuestras mesas, encendemos las lamparillas y organizamos nuestra puesto de libros. Asumimos de buen grado nuestro papel de libreros de nosotros mismos. Los dibujantes, con sus rotuladores, tienen bastante más éxito que nosotros dedicando sus álbumes: ellos siempre tienen cola mientras los autores recibimos con cuentagotas a nuestros lectores. Sensibles los organizadores a mi poco dominio de la lengua de Moliere, me han situado al lado de una escritora de novela histórica y manga que es hispanoparisina: Cristina Rodríguez. Nos hemos reído durante estos dos días de convivencia en la mesa de firmas contando anécdotas. Pierre Schuller, un alsaciano hiperactivo, optimista y comunista ortodoxo, se pasea con su elegante pajarita y se acerca muchas veces a hablar conmigo. Durante cuarenta y ocho horas el amigo alsaciano y yo hemos hecho muy buenas migas hablando de política francesa, de política española, que sigue con apasionamiento, y de música. Monsieur Schuller canta a la menor ocasión, preferentemente en los restaurantes, algo impensable en la rígida España que he dejado trescientos kilómetros al sur. El alsaciano, casado dos veces, no aparenta en absoluto la edad que tiene. Es alto, elegante, rubio, ojos azules y fuma constantemente en pipa. Me habla de su colección de libros (algunos, los de las portadas sexys, forman parte de este Polar Encontre) una de las mayores, quizá la mayor, de Francia: 40.000 volúmenes. A su lado mis 10.000 libros no son nada. Durante estas mañanas en Bon Encontre, sentado en esa mesa, parapetado tras mis libros, he ido leyendo Diario de invierno de Paul Auster que me regaló días atrás una lectora firme candidata a presidir mi club de fans. De cuando en cuando un lector se acerca con uno de mis libros en la mano para que se lo dedique. Algunos me conocen de cuando estuve en Toulouse, en Noviembre. Uno viene con su esposa de Toulouse porque disfrutó mucho con Llueve sobre La Habana y quiere leer otra novela mía. Se lleva Tu corazón, Idoia. Pero lo habitual es que me vengan con ejemplares de Le derniere enquête de l’inspecteur Rodríguez Pachón o Babylone Vegas. Aunque mi francés es pésimo, procuro hablar con ellos y, cuando no me entiendo, abuso de mi vecina Cristina Rodríguez que, amablemente, hace de intérprete. Escribo las dedicatorias en francés. Y me maldigo, siempre, de mi escasa habilidad con los idiomas.
El amigo Claude Mesplede aparece a las 11 de la mañana. Pasa a saludarme. Mesplede es el mayor enciclopedista mundial de género negro que existe en el mundo. Su diccionario de género negro, dos gruesos volúmenes con dos mil páginas, es la Biblia del policial. Departimos durante un buen rato. A Mesplede le conocí en el tren de la Semana Negra, leyendo Le derniere enquête de l’inspecteur Rodríguez Pachón. Es amigo del camarada alsaciano y, como él, comunista de la vieja escuela.
No puedo quejarme por los libros que dedico esta mañana, ni los que dediqué la mañana anterior. Los lectores que entran en el salón son verdaderos aficionados a la literatura y salen con sus bolsas repletas de novelas dedicadas. Un francés rubio y con aspecto de alternativo me compra una novela erótica en español: El sabor de su piel; y Barcelona negra. Los cuatro ejemplares de Llueve sobre La Habana que me traje desaparecen muy pronto y acaban en manos de españoles que viven en Agen, como el amable Ángel, un asturiano que me hizo de traductor simultáneo en mi intervención de la tarde anterior, su esposa y una amiga vasca, ambas admiradoras de Cuba y lo cubano. También hay quien se me acerca y se excusa por no poder comprar ninguno de mis libros por la crisis económica, pero toma nota de ellos para otra ocasión. O una señora de cierta edad (quince o veinte años más de los muchos que ya tengo), elegante y guapa, que departe conmigo en un correcto español porque tiene una casa en el Valle de Arán y le hace gracia que un autor español presente en el Polar Encontre venga de allá.
Al mediodía vamos a comer a un bonito restaurante de Bon Encontre. Me siento con Pierre, Claude y un grupo de dibujantes italianos. La comida, que gira en torno al pato y al cerdo, es buena, como el vino tinto. Acabamos cantando a voz en grito canciones revolucionarias cubanas (Comandante Che Guevara), italianas (Bandera Rosa) y de la guerra civil (Ay Carmela). Claude y Pierre conocen las letras de todas las canciones y forman un dúo magnífico. Yo me añado en algún momento, cuando sé la letra de algunas de esas canciones incendiarias.
A las 16 45 regreso al Valle y hago caso de la recomendación de mi amigo alsaciano. No cojo la autopista a Toulouse sino que me interno por carreteras secundarias con el Gerd y Gasconia. El paisaje rural, con suaves lomas verdes de pastos, idílicos lagos, canales navegables y arboledas todavía desnudas de hojas, es tan bello que me detengo en numerosas ocasiones para tomare fotos. Llego al anochecer, saboreando hasta la última luz de ese maravilloso paisaje.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Ohlalá ¡¡ Se magnifique.
;)
Anónimo ha dicho que…
Se me escapó este día, y hoy lo descubro.
En Burgos, hay una taberna El Patillas, donde se canta, y mucho, boleros, rancheras...y más de una vez la del comandante Che Guevara y muchas de Lorca y de la posguerra...
¡pero qué bien que escribe, cachís!
Pilar M. Sancho
José Luis Muñoz ha dicho que…
Usted que me lee con amor. Ya me conviene. Que me lean con amor. Juan Madrid, que es muy bruto, siempre me dice que escribe para que le quieran. ¿El Patillas? Eso suena a mote bandolero, amiga. Estando un ratito en Francia me he dado cuenta de que somos muy serios, salvo en el sur. Deben de ser los garbanzos. Gracias por sus comentarios que son siempre bien recibidos, doña Pilar.

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