CINE / FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

63 edición del Festival de San Sebastián. Octava jornada
Tempus fugit. Al menos el mío, aquí, en Donostia. Compromisos literarios me requieren en Francia mañana por la mañana. Así es que hoy es mi último desayuno en Tánger; mis últimos pases de películas; mi última comida en La Piazzetta (no me dejaron la botella de vino entera, como ayer, porque me la bebí toda; optaron por el copa a copa).
La película a competición que veo en el Victoria Eugenia, la canadienses Les Démons, me confirma que este año la selección ha sido muy floja y las opciones para el premio gordo se reducen de forma drástica entre cuatro películas a lo sumo, porque de las demás mejor olvidarse. Philipe Lesage, un canadiense francófono, parece querer componer un drama iniciático alrededor de su niño protagonista de diez años, Félix, y sus miedos en relación con el mundo exterior. Hay un arranque notable, con una presentación curiosa de personajes (esa madre que realiza las tareas de limpieza doméstica completamente desnuda y es sorprendida por su hijo y un amigo) y una escena muy dramática (una pelea brutal entre los padres en la que deben mediar los hijos para separarlos), pero luego todo se diluye y, sobre todo, se ralentiza. Les Démons es una película que se alarga como un chicle sin tener ningún sentido. Si una secuencia se cuenta en un minuto, el director emplea cinco. Esa molesta sensación de relleno persiste en la película hasta el final. Cuando entran en la zona argumental unos brutales secuestros y asesinatos de niños por la zona, ya todo está perdido. Además, el realizador, se olvida de la existencia de sus padres (uno cree que han abandonado a su suerte a sus tres hijos cuando, de improviso, los recupera en una escena). Hay pequeños apuntes positivos. El enamoramiento del muchacho de su profesora, que lo desprecia. La tensa secuencia del parque de atracciones en la que los rutilantes tiovivos se convierten en un elemento dramático gracias a una banda sonora efectista. Pero el balance general de la película es flojo.   

La sección Perlas me da un respiro. Va a resultar que me está gustando más el cine convencional, con un guion sólido y capacidad de síntesis por parte del realizador que cuenta cosas en la película, que los experimentalismos vacuos. Scott Cooper (Senderos de libertad, Dioses y generales, Crazy Heart) dirige la última película interpretada por Johnny Depp en la que el actor norteamericano se aleja mucho de los papeles que lo han hecho popular. Black Mass, que en España se va a estrenar con el título de Estrictamente criminal, es un thriller que narra la vida del mafioso irlandés James Whitey Bulger (Johnny Depp), un gánster de origen irlandés, hermano de un senador (Benedict Cumberlain), que quiere dominar la ciudad de Boston y para ello no duda en convertirse en informador del FBI para desplazar a las familias italianas del territorio. A través del interrogatorio de los miembros detenidos de la banda, la película explora las oscuridades de un personaje violento y cruel que no duda en torturar y asesinar con sus propias manos hasta a las parejas de sus allegados cuando hay la más mínima sospecha de traición. Crucial en la intriga es el personaje del agente del FBI John Connelly (Joel Edgerton), un tipo turbio, compañero de calle y juegos del mafioso irlandés, que lo protege y cubre toda su actividad delictiva a cambio de información sobre bandas rivales.  Black Mass es una película canónica, con una violencia tan seca como efectiva, que bien podría haber sido filmada por Martin Scorsese y cuenta con un reparto estelar que incluye, aparte de los actores anteriormente mencionados, a Dakota Johnson, Guy Pearce, Kevin Bacon y Sienna Miller que hacen muy creíbles a los personajes que interpretan. Johnny Depp no sólo cambia de registro, sino de look, con escaso pelo pegado al cráneo y gafas de sol, para parecerse al personaje real.
Me complace comprobar que no soy el único afectado por el catarro del festival, así es que nos debemos estar pasando las bacterias unos a otros. En cuanto empiezan las proyecciones mi tos se une a un coro que me acompaña, entre ellos el crítico de El País, Carlos Boyero, que tenía a mi lado y siguió atentamente la proyección de la película negra interpretada por Johnny Depp, una de las más notables del festival, que no va a concurso, precisamente por ello lo de notable.
Tras el almuerzo en La Piazzetta, con racionamiento de verdejo (el camarero me ha calado, pero a la señora de delante le dejó la botella entera en un enfriador),  toca enfrentarse en el Kursaal con After Eden, película canadiense de Hans Christian Berger que gira en torno al universo de la pornografía en internet. Con sólo dos actores, sin sus entornos sentimentales o familiares, ni ningún tipo de antecedentes, de los que nada sabemos salvo que ella, una actriz porno que responde al nombre artístico de Eva (Alyssa Reece), está decidida a hacerse un nombre en ese tipo de cine zoológico, rueda sus películas sin tapujos, a pesar de su escasa edad, veinte años, y luego se machaca en el gimnasio para mantener su cuerpo en forma; y él, Adán (Cameron Crosby), es un estudiante  aficionado a las armas de fuego, está enganchado al porno y enamorado de Eva, su estrella con la que sueña. Cuando Adán, que ha estado siguiendo y filmando clandestinamente a Eva entrando en su casa, en la productora porno o divirtiéndose en una discoteca, cumple su sueño de citarse con ella en la habitación de un hotel para filmarse su propio video porno, puede más la virtualidad, el sexo visto, que el practicado. Metáfora de estos tiempos de virtualidad en todo, en el sexo, pero también en la política, en las amistades, que es una reflexión sobre la soledad en tiempos de máxima comunicación. La simpática y extrovertida Eva, en cuanto deja su trabajo, esa cámara que la enfoca y explora sus intimidades corporales, apea sus sonrisas encantadoras, sus mohines de lolita perversa y sus poses sexys y se convierte en una mujer adusta y ensimismada; Eva es una mera interpretación. A Adán le van más las armas de fuego y la galería de tiro que el sexo real. Adán y Eva que han perdido su Edén, su paraíso. Una película que   Hans Christian Berger resuelve en cinco o seis largos planos secuencia, con una economía de medios encomiable, e invita a la reflexión.

The Last Picture Show. Pero no estamos hablando de Peter Bodganovich sino de mi última película del festival, en el teatro Princesa, a las 19:30. London Road es un musical británico de Rufus Norris que va a competición. Habiendo visto hace años Amanece en Edimburgo, me espero lo peor. Pero la película supera las peores previsiones. Convertir en musical, pretendidamente jocoso (hubo un espectador que se rió), el asesinato de cinco prostitutas en una calle penosa llamada London Road es querer rizar el rizo. Si, además, el mensaje de la película parece ser que gracias a que un asesino en serie violó y asesinó a las cinco desafortunadas trabajadoras del sexo, el barrio renació (de hecho acaba con una fiesta por todo lo alto y la que organiza el evento lamenta no tener valor para estrechar la mano del asesino que limpió el barrio de indeseables), podemos pensar que detrás de Rufus Norris está el fantasma de Margaret Tatcher, o alguien mucho peor. Pongámonos serios. London Road, en donde aparece un perdido Tom Hardy de taxista con estrofa, es una inmensa bobada, un musical insoportable e irritante, una de las peores películas que tengo que sufrir, y, además, la última.
Cabría preguntarse qué ha pasado este año con esta sección oficial floja, en la que las películas visibles se pueden contar con los dedos de una mano y las demás son sencillamente prescindibles, una pérdida absoluta de tiempo y dinero. Y no soy el único que piensa de ese modo. Vale que hay muchos festivales de cine en el mundo, y que algunos, como el de Berlín o el de Cannes, se llevan las mejores películas que se ruedan, pero no es plausible que un festival, en teoría modesto, como el de Gijón, tenga una programación mucho más atractiva que el de San Sebastián.
Hora de despedidas y elucubraciones. Ricardo Darín puede llevarse la Concha de Oro a la mejor interpretación masculina por Truman; y Julianne Moore la femenina por Freeheld. La islandesa Sparrows puede llevarse la Concha de Oro a la mejor película. Evolution, por su originalidad y su atmósfera, el trofeo a la mejor dirección. El domingo salimos de dudas. Seguro que no acierto y premian a Eva no duerme o a London Road.
Publicado en El Destilador Cultural

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