CINE/ IRRATIONAL MAN
IRRATIONAL
MAN
Woody
Allen
No puede faltar a su cita anual Woody Allen que cada año rueda una película. El estajanovista
director neoyorquino siempre está presente en la cartelera y, además de rodar
rápido y con escaso presupuesto, los actores internacionales se rebajan el
sueldo para formar parte de su casting. Joaquin
Phoenix, uno de los grandes, un actor que ha crecido de una forma
exponencial desde que pasara por las manos de Paul Thomas Anderson en The
Master, es su último fichaje.
El último trabajo del director de Annie Hall tiene aromas de Delitos y faltas o de Match Point, es decir, de algunas de sus
mejores películas. Irrational Man es
una comedia negra y moral, porque los dilemas morales son una de las obsesiones
de este director atormentado que se psicoanaliza a través su cine. Está muy
presente Fiodor Dostoievski y Crimen y castigo. ¿Es lícito asesinar si
así se mejora el mundo? La misma pregunta que se hacía el asesino Raskólnikof
antes de eliminar a la usurera.
El protagonista de Irrational Man es Abe, un profesor de filosofía algo fondón que
tiene los rasgos de Joaquin Phoenix.
Le precede la fama de provocador, alcohólico (siempre hay una petaca en el
bolsillo de su americana para dar un trago) y mujeriego. Una de sus alumnas,
Jill (Emma Stone) se lo quiere
ligar, pero se le adelanta una profesora Rita (Parker Posey). El profesor se cura de su impotencia sexual con un
curioso procedimiento. Pero, claro, no hay nada perfecto, y los detalles más
nimios, como, por ejemplo, esa linterna que gana en una feria apostando a un
número y regala a su enamorada alumna, le juega una mala pasada. Como la pelota
de tenis que en Match Point cae al
otro lado de la red, o ese anillo que no cae al Támesis y desencadena la
tragedia. La vida, o la muerte, depende, muchas veces, de nimiedades.
Bien
dialogado, como de costumbre, y con ese tono pedante que, en realidad, se ríe
de lo pedante (citas filosóficas ad hoc)
el film de Woody Allen entra con
suavidad en la retina del espectador y se olvida rápidamente como el setenta
por ciento de su filmografía. Impera en su última película el cinismo (el
profesor Abe parece un entusiasta seguidor de Thomas de Quincey y su obra El
asesinato considerado como una de las bellas artes), pero está ausente el
humor. El director de Match Point
tiene varias categorías de películas. Esta encajaría en la categoría de las
medianías. Parece que el director neoyorquino está muy cómodo haciendo un cine
a la medida de sus espectadores fieles que no le exigen más. ¿Cuándo tardará en
facturarnos una obra maestra? Quizá la próxima.
publicado en Tarántula, El Cotidiano y Entretanto Magazine
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