CINE / LA ODISEA DE ALICE, DE LUCIE BORLETEAU
LA ODISEA DE ALICE
Lucie Borleteau
Efervescente
comedia sentimental francesa con toques
eróticos y ambientada en un mar en calma chicha. Alice (una deslumbrante y
hermosa Ariane Labed a la que
ya hemos visto en Langosta de Yorgos Lanthimos y Antes de medianoche de Richard
Linklater) es una marinera que se
embarca en un carguero y deja a su novio noruego Felix (Anders Danielsen Lie) en tierra, rutina a la que él no acaba de
acostumbrarse. El capitán del viejo barco Fidelio (el nombre del navío, el personaje femenino de la única ópera de
Beethoven que se hacía pasar por varón para rescatar a su amado esposo, no es
casual), Gäel (Melvile Poupaud),
resulta ser el primer novio de la marinera. Durante la travesía reanuda con él
su relación amorosa, y, sobre todo, sexual, pero, a pesar de todo, no puede
olvidarse del novio al que le es infiel pero le rinde fidelidad.
Este
tramo narrativo entra bien, no chirría, pero Lucie Borleteau, una directora debutante, se exige una cierta complejidad y la entreteje
con la historia del marinero muerto en un accidente oscuro, al que suple precisamente
Alice, y en cuya vida se sumerge a
través de su misterioso diario encontrado. Así es que Alice conocerá, mientras
el viejo barco completa su singladura oceánica, la vida sentimental y sexual de
ese desdichado marinero cuyo camarote ocupa y que le vampiriza, y ahí es donde
no acaba de funcionar el film.
La odisea de Alice
no es una película pretenciosa, sino todo lo contrario, aunque lata en ella una
reivindicación feminista encarnada por esa Alice que realiza trabajos asociados
al hombre y tiene autoridad sobre ellos por encima de su condición sexual en un
ambiente teóricamente machista como es un barco. Podría clasificarse como un
film costumbrista de la vida a bordo de cualquier buque mercante, con el toque
original de ese carismático personaje femenino que adopta un papel netamente
masculino (el tópico de un novio en cada puerto, que persigue a la marinería,
lo aplica sin complejos sobre su persona la joven marinera) que le hace
compartir todo tipo de juergas, sobre todo alcohólicas, con sus compañeros de singladura
y liarse con alguno de ellos cuando el cuerpo se lo pide, y se lo pide con
frecuencia. Así es que la película de Lucie
Borleteau se convierte, también, en una reivindicación de la promiscuidad
femenina tan denostada por una sociedad con tics machistas: el hombre puede
irse a la cama con quien quiera, pero que lo haga una mujer no está bien visto.
Un
film efervescente, entretenido, con hermosas escenas eróticas filmadas con
gusto exquisito, que pasa como un suspiro y a la misma velocidad se olvida,
aunque se disfrute mucho mientras se está viendo, porque la directora tiene la
habilidad de meternos en el barco y que viajemos en él por aguas tranquilas y
en compañía de una troupe variopinta de marineros interraciales e
interculturales.
Publicado en Tarántula, Entretanto Magazine y El Cotidiano,
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