LITERATURA / NADIE HABLARÁ DE NOSOTROS CUANDO HAYAMOS MUERTO
NADIE HABLARÁ DE NOSOTROS CUANDO HAYAMOS MUERTO
Robo el título de una
excelente película de cine negro español que protagonizara Victoria Abril a las órdenes de Agustín Díaz Yáñez. Me sirve para hablar del rápido olvido que
rodea a los muertos en unas fechas, estas, en las que, revisando mis contactos
telefónicos y mis mails, he dado de baja a unos cuantos colegas más: Gregorio Morales y Manuel Villar Raso. Ya no podré hablar más con ellos. Como tampoco
con Bigas Luna.
En una breve conversación,
previa a la presentación de mi último libro, con dos colegas, Nani Riera y Cristina Fallarás, exiliados ambos en Madrid tras haber vivido en
Barcelona, reparamos en algo que nos negábamos a admitir: el mundo literario se
ha olvidado por completo de Manuel
Vázquez Montalbán. Se ha olvidado, fundamentalmente, el mundo editorial que
lo iba publicando hasta su repentina muerte en el aeropuerto de Bangkok hace
doce años a la edad de los 64 años, la edad que acabo de alcanzar.
Si uno busca libros de
Manolo por los anaqueles de las librerías, difícilmente los encontrará. A
muchos años de su muerte, y sin que el régimen por el que había que brindar
haya caído, las nuevas generaciones de lectores españoles van a tener muy poca
noticia de ese escritor profundamente ético, y estético, que con pluma acerada
e inteligente dio impulso y refuerzo a la menospreciada novela negra y le
ofreció un halo de intelectualidad ante tanto crítico pacato. Así que habrá que
reivindicar de nuevo su nombre, decir que fue el irónico creador del detective
Carvalho, una suerte de alter ego, comunista desencantado, gastrónomo y lector despiadado
que quemaba obras infames en su chimenea de Vallvidrera, el mirador desde el
que Vázquez Montalbán miraba su
Barcelona a sus pies, cuando cumplió el sueño de ir de la parte sur de la
ciudad a la norte, y más allá de la norte: salirse.
Manuel
Vázquez Montalbán era un escritor polivalente. Una de las veces que
le entrevisté, en su chalet, tenía un busto de Marx en su despacho junto a otro
de Franco, comprensible por cuanto estaba escribiendo la autobiografía apócrifa
del Dictador y quería tenerlo delante. Un Vázquez
Montalbán juguetón y pesuquero (tuvo
el carnet del PSUC siempre), capaz de asesinar a su secretario general Santiago Carrillo en Asesinato en el Comité Central y a un
director argentino en Asesinato en Prado
del Rey porque no le gustó como adaptó para televisión su Carvalho.
Gaznate exquisito y paladar
de oro, no pudo asistir a la decadencia de la cocina española, desmoronada con
la crisis y con la entrada en los fogones de estajanovistas venidos de oriente,
ni al cierre de su restaurante emblema de Barcelona, Casa Leopoldo, por donde
su espíritu anduvo rondando hasta que echó el cierre. Tampoco vio, así es que
morir también tiene sus ventajas, cómo esa vieja e insólita librería, que el
quijote Paco Camarasa había montado
en la calle La Sal de la Barceloneta, bajaba la persiana para siempre y los negrocriminales nos quedábamos sin club
adonde ir a comer mejillones con vino negro.
Manuel
Vázquez Montalbán escribía divertidas novelas policiacas, algunas
paródicas, trepidantes thrillers como ese Galíndez
que lo enemistó a muerte con los Trujillo, y novelas con enjundia literaria
como El pianista. Un tipo cercano y
tímido, en las antípodas de Juan Madrid,
que casi nunca tenía un no en la boca,
y eso también lo mató, y ayudaba con espíritu de militante al recién llegado a
las lides literarias mientras otros te echaban las manos al cuello para
ahogarte.
Él escribía novela negra, me
decía, mientras yo las escribía de todos los colores del arco iris, fucsia,
entre otras, con su sentido del humor que siempre le acompañaba.
Ese Vázquez Montalbán lúcido e intelectual comprometido que, antes de
dar esa vuelta al mundo premonitoria (la serie Carvalho acababa con otra, y los
dos, detective y autor, emularon al Julio
Verne de La vuelta al mundo en
ochenta días) y morir en un asiento del aeropuerto de Bangkok (los
aeropuertos son agotadores y, en vez de asientos, deberían tener camas), por
donde sobrevolaban sus pájaros,
escribió un premonitorio artículo previendo que este siglo, el que vivimos y él
apenas rozó, sería el de las migraciones y los negocios mafiosos en torno a
ellas.
Manuel
Vázquez Montalbán, a quien despedimos con todos los honores y
emociones en un sonado acto en la Universidad Central de Barcelona, y del que
los editores se han olvidado para que no lo conozcan los nuevos lectores.
Nadie hablará de nosotros
cuando hayamos muerto.
Comentarios