SOCIEDAD / EL PEOR PRESIDENTE DE ESTADOS UNIDOS
El peor presidente de
Estados Unidos
Viendo
la campaña de descrédito que le cae a Donald
Trump (con todo merecimiento) desde que ganó las elecciones contra todo
pronóstico, el presidente más patán de la historia norteamericana, un auténtico
iletrado incapaz de hilvanar un discurso inteligente y construir una frase más
allá de los caracteres de un twitter, me propuse hacer un estudio de cuál
podría ser el peor presidente de la historia de los Estados Unidos (de los que
he ido conociendo a lo largo de mi vida) y la verdad es que me sobran
candidatos.
Vaya
por delante que el poder de un presidente en Estados Unidos es aún más limitado
del que tiene cualquier presidente en un país europeo, que presidir el país más
poderoso del planeta no conlleva, ni de lejos, tener el poder efectivo de las
decisiones, que todos los presidentes que han gobernado el país se deben a los lobbies
económicos que han contribuido en sus campañas, han invertido millones de dólares
en ellas y, como contraprestación, exigen la devolución de ese dinero prestado
más sus intereses correspondientes a cargo del erario público, algo que está
perfectamente regulado en la primera democracia del mundo mientras en Europa es
considerado corrupción.
Donald Trump, aparte de ser un patán maleducado y tener
un gusto pésimo (las torres Trump son grandiosos monumentos a lo kitsch) no ha
perpetrado, de momento, demasiadas barbaridades a nivel internacional, no ha
invadido ningún país ni ha declarado ninguna guerra como sí han hecho algunos
de sus predecesores. A regañadientes, y por compromiso, tiró unas cuantas
bombas en Siria que pasaron inadvertidas en un país destrozado de norte a sur, y
mantuvo un pulso tragicómico con el enloquecido dirigente de Corea del Norte Kim Jong-un con el que, finalmente, ha
terminado llevándose bien y le une compartir estrafalarios cortes de pelo. Algo
parecido le ha sucedido con el zar Putin
(que debe tenerlo cogido con algún video comprometedor: según el dirigente ruso
las prostitutas rusas son muy guapas y me jugaría cualquier cosa que Trump habrá caído en sus redes en
sus numerosas visitas a Moscú) que
parece estar detrás de su victoria electoral. Sus bravuconadas con México son
pura retórica (el muro ya está construido y ni siquiera Barack Obama le ha hecho ascos sino que lo ha prolongado) y las
barbaridades que se hacen en la frontera (separar hijos menores de padres) son
asuntos internos de los estados. Donald
Trump repatría emigrantes ilegales, cierto, pero Barack Obama, el presidente con buena figura, bailarín como Fred Astaire y voz de predicador,
expulsó a muchos más. En su relación con los socios de la NATO, pidiéndoles una
mayor implicación, no anda nada desencaminado, y en cuanto a Europa sigue el
camino de sus predecesores solo que pregonando a voz en grito lo que otros
callaban con una cierta diplomacia: no le gusta nada el Viejo Continente, ni se
fía de él. Y en cuanto a los aranceles a las importaciones está siendo fiel a
lo que prometió, la defensa de la productividad norteamericana haciendo añicos
el fantasma de la globalización que ha provocado incremento de las tasas de
desempleo y precariedad laboral en los países afectados. Así es que, de
momento, Donald Trump es un insigne
bocazas, peligroso para algún sector de su país (la tiene tomada con la prensa)
y bastante inofensivo para el resto del mundo hasta que encuentre su guerra, si
la encuentra. Hasta ahora la barbaridad mayor que ha cometido es reconocer a
Jerusalén como capital de Israel y trenzar una amistad con el peligroso Benjamín Netanyahu con el que sitúa en
el eje del mal al Irán moderado de Hasán
Rohaní.
Al lado
de presidentes como el demócrata y católico John F. Kennedy, la vida sexual de Donald Trump del que se conocen relaciones con actrices del porno
recauchutadas que están siendo silenciadas a golpe de talonario, es bastante
miserable. El encantador presidente cocainómano (por dolores de espalda) de
Estados Unidos demostró una voracidad sexual como ninguno de sus colegas hasta
el punto de necesitar desahogos sexuales cada vez que debía pronunciar un
discurso y por la Casa Blanca pasaron algunas de las actrices más deseadas de
Hollywood además de Marilyn Monroe. John F. Kennedy, que llegó a la Casa
Blanca seguramente con trampas (como George
W. Bush), cometió la bisoñez de no devolver los favores a los lobbies que
le auparon al poder (mafia, la industria armamentista y los cubanos de Miami) y
pagó su osadía con dos disparos en la cabeza, una ejecución del sistema: ese
presidente no entendía las reglas del juego.
Lindon B. Johnson, que siguió a Kennedy (y que probablemente estuvo
detrás de su muerte) se distinguió por embarrar la política exterior
norteamericana metiéndose de lleno en el avispero de Vietnam, la guerra más
impopular librada por la primera potencia y que le arrebató todo el crédito que
tenía como salvadores de Europa contra la barbarie nazi en la Segunda Guerra
Mundial. Vietnam, la guerra más sucia y televisada del mundo (los ataques se
producían en prime time), fue asumida por el republicano Richard Nixon, un tipo nefasto y siniestro que metió además la
zarpa en Latinoamérica, estuvo detrás de las asonadas militares que acabaron
con regímenes democráticos de izquierdas y adiestró a torturadores a través de
la Escuela de las Américas. Triky Dicky el mentiroso se retiró de Vietnam (la
primera derrota militar sufrida por la gran potencia) y de la política cuando
fue descubierto espiando la sede del partido demócrata en el caso Wattergate
que le estalló en las narices. Como le sucediera a Al Capone, el siniestro
político cayó por un caso menor y no por uno mayor (el golpe de estado en Chile,
derrocamiento de Salvador Allende y
apoyo a la dictadura de Augusto Pinochet).
Ni Gerald Ford ni Jimmy Carter dejaron mucha impronta en su paso por la Casa Blanca. Ronald Reagan, el actor mediocre y
chistoso, se limitó a seguir el camino trazado por Richard Nixon, expandir el liberalismo económico por el orbe y
estrechar los lazos fraternales con el Reino Unido de Margaret Thatcher, tanto que ante el dilema de apoyar a la
dictadura militar argentina presidida por el dipsómano Leopoldo Fortunato Galtieri u ofrecer apoyo estratégico a la Royal
Navy en la recuperación de las Malvinas, optó por lo segundo.
A Bill Clinton le salvaba su carácter
campechano y extrovertido. Sus devaneos sexuales estuvieron a un paso de
costarle la presidencia e histórica fue su defensa numantina negando que la
felación de Monica Lewinsky, la
becaria más famosa de la historia, la que no lavó esa inoportuna salpicadura de
semen presidencial de su vestido, fuera hacer sexo. En algún momento álgido de
su proceso de impeachmet, para desviar
la atención, se apuntó literalmente a un bombardeo: tiró unas cuantas bombas a
Sadam Hussein que, de amigo de Estados Unidos, iba convirtiéndose en demonio,
más cuando tuvo la ocurrencia de tirarse al euro y no al dólar, decisión que
fue su sentencia de muerte literal. Y, aunque se tiende a olvidar, Bill Clinton, el ahora conferenciante y hasta novelista, fue el que
construyó ese muro de la vergüenza fronterizo.
.
Y
llegamos, en opinión del que esto escribe, al presidente más nefasto de la
reciente historia norteamericana, a George
W Bush, que heredó de su padre la primera guerra de Irak, la terminó con la
invasión, destruyó el país sirviéndose de una flagrante mentira (de la que no
ha respondido judicialmente), normalizó la tortura y es el causante de la
desestabilización de Oriente Medio y las consecuencias que tiene en Europa con
la llegada masiva de emigrantes que huyen de países que ya no existen. George W. Busch dio un salto muy
cualitativo con respecto a Johnson o
Nixon al privatizar, sin disimulo,
un conflicto bélico y repartirse entre los miembros de su gobierno (Dick Cheney y Donald Rumsfeld) los despojos de un país devastado. Bajo el mandato
de ese presidente iletrado (leía los libros al revés) se produjo el más
sospechoso atentado que sufrió los Estados Unidos: el 11S. Sobre ese atentado Bush junior, el dipsómano reconvertido
en cristiano renacido y creacionista que rezaba con todos los miembros de su
gobierno antes de mandar al infierno a cientos de miles de personas, mintió
como un bellaco (echó las culpas a Sadam
Hussein que nada tuvo que ver con las Torres Gemelas) y se inventó la
existencia de armas de destrucción masiva en Irak (las que le vendió la
industria armamentista norteamericana para que el sátrapa las gastara en la guerra
contra Irán y con los kurdos), actuaciones que el pueblo norteamericano ha
pasado por alto. Es mucho más grave, al parecer, hacer una felación a un presidente que
declarar una guerra ilegal, al margen de la ONU, devastar una zona del planeta
(Oriente Medio), causar 400.000 muertos ajenos y 4.000 propios (marines) y
mentir por sistema. Barack Obama, el
cantor de jazz, lo perdonó todo, incluidas las torturas, y se ganó ese premio
Nobel de la Paz asesinando con drones a presuntos islamistas, los que habían
surgido (ISIS), precisamente, con la destrucción de Irak, Siria y Libia, el
regalo emponzoñado con el que tiene que lidiar Europa.
¿Son
todos estos desaguisados políticos cagadas personales de una serie de
presidentes incompetentes o fruto de una estrategia programada a muy largo
plazo que entra dentro de la doctrina del shock apuntada por Naomi Klein? Seguramente lo segundo.
Hay un refrán español que dice Piensa mal
y acertarás y yo aplico. Los presidentes de Estados Unidos pueden ser muy
estúpidos, conviene que lo sean, pero los que mueven los hilos por detrás, no. Ellos
saben lo que hacen y tienen una visión a muy largo plazo. Que sus decisiones
causen cientos de miles de muertos, destrucción y dolor les importa un bledo.
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