EL APUNTE

DELIRIOS DE SANT JORDI

No fue una sorpresa. Pero la realidad bordó la ficción. Aunque mejor gente concitada alrededor de un escritor que de una estrella del balón. Sus ventas alteran las cifras y nuevamente la estadística traiciona. Se vendieron dos pollos y los números dicen que usted se comió uno y yo otro. Pero usted se comió los dos.

El fenómeno Carlos Ruiz Zafón eclosionó. Disponía de jaima, en el cruce del paseo de Gracia con la Gran Vía, vigilantes jurados, azafatas que le entregaban los libros, pasaban las páginas y le decían al oído el nombre del agraciado lector al que dedicar el libro. Puede que hubiera un equipo médico para paliar el efecto desgarrador de su muñeca estampando cientos, miles de firmas. Lo normal fue hacer un par de horas de cola, pero hubo quien estuvo cinco horas cuando el señor Ruíz Zafón se fue a comer. Los de Planeta repartieron botellines de agua porque el sol caía a plomo. Fue un público educado y serio, militante, nada que ver con los histéricos e histéricas que perseguían a Boris Izaguirre y coreaban su nombre, se fotografiaban con él, lo tocaban y besaban y a punto estuvieron de destrozarme mi paradita de libros. Mucha gente, mucha rosa, mucho libro en un día, ahora a todo pasado, en el que yo nunca compro libro, por no hacer cola. La noche anterior un via crucis en busca del canapé. Primero en el maravilloso edificio de Casa Fuster de Mayor de Gracia, en su terraza, disfrutando de una visión panorámica de Barcelona y charlando con amigos negrocriminales que suelen ser los escritores más amistosos ya que sólo matan en las novelas. Luego en la fiesta de QUÉ LEER en el Hotel Palace en donde los canapés sólo llegaron cuando se produjeron los discursos, no antes, para evitar la desbandada. Y el 23 la Fiesta del Mundo Diario, previa contraseña, en Dry Martini, con tapas de diseño.

Agotador, como todos los años. Pero que no falte el ritual y que no falte ninguno de nosotros a él

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