EL ARTÍCULO DEL DÍA

Siguiendo con los artículos que escribí sobre la primera guerra de Irak, EL DÍA DESPUÉS refleja la tensión ante lo que se avecinaba, la estrategia de Estados Unidos en la crisis, que no encontró ninguna voz discordante en la Unión Europea que, por entonces, se consolidaba, y el triste papel jugado, una vez más, por España, gobernada por Felipe González, que cedió todas sus bases a Estados Unidos para que desde ellas se bombardeara suelo iraquí. Y aunque hubo una respuesta ciudadana, ésta no alcanzó a la que se produjo durante la guerra de Vietnam ni a la de la segunda guerra del Golfo, que sigue.
El Sol, miércoles 16 de enero de 1991


EL DÍA DESPUÉS
José Luis Muñoz

El autor considera que lo que preocupa a EELTU en el conflicto del Golfo Pérsico no es el petróleo, sino el peligro lejano e hipotético que representa un líder capaz de aglutinar a la nacion árabe y enftentarla, con posibiÍlidades, a su enemigo ancestral, Israel.

EL DIA después ha comenzado a las 12 de la noche del día 15 de enero. A las doce, a la una, a las cuatro, depende de la ciudad en que se consulte el reloj. A partir de ese momento, la fuerza multinacional estacionada en el Golfo Pérsico puede utilizar todo su potencial militar para arrasar Irak, que en definitiva es el objetivo últímo de la coalición multinacional. Con una gran dosis de sinceridad, que es de agradecer por venir de quien viene, el ex presidente Nixon, de triste recuerdo entre los pacifistas del mundo, lo ha reconocido así en un artículo publicado en The New York Times la semana pasada.
EEUU y su principal aliado visible, Gran Bretaña, y su aliado en la sombra, Israel, no han movilizado todo su potencial bélico para restablecer el status quo de la región, alterado por el brutal acto de Sadam Hussein, ni están por el restablecínuento de una democracia, ya que nadie ignora que el régimen de Kuwait dista mucho de serlo, ni, apuntaría yo, es el petróleo la causa últíma de esta aventura colonial como se han encargado de pregonar a los cuatro vientos para convencer a los que creen justificado, y son muchos, incluso entre los intelectuales, un acto de guerra por controlar tan preciado bien al que de forma indefectible está ligada nuestra civilización.
Estados Unidos, nuevamente convertido en valedor de Occidente, líder absoluto del mundo tras el fin de la guerra fría, se mueve una vez más en el plano de lo que considera una hipotética amenaza para sus intereses, y de lo que considera que son también los intereses de todo Occidente, y no duda en desencadenar una ofensiva militar desproporcionada y cruenta. EEUU tiene el suficiente petróleo, los suficientes yacimientos petrolíferos ínexplotados, como para que el acto de piratería de Sadam Hussein no le afecte lo más mínimo. Lo mismo podríamos decir de Europa que, durante todos estos meses, los que ha durado el embargo, ha subsistido sin problemas, consumiendo el petróleo de la OPEP con la exclusión del que producen Irak y Kuwalt, y todo esto sin contar con los yacimientos subexplotados de la Unión Soviética.
Lo que preocupa a Estados Unidos es el peligro lejano e hipotético que representa un líder, -y Sadam Hussein, al que con razón se le ha presentado como tirano sanguínario, nadie duda que lo es -, capaz de aglutinar a la nación árabe y enfrentarla con posibilidades al enemigo ancestral, Israel. Por esa hipótesis se ha enviado un impresionante ejército a la Península Arábiga, y las tropas desplegadas allí, que en principio eran defensivas - oficialmente la misión de los americanos era simple y llanamente defender Arabia Saudí de un posible ataque iraquí- han acabado convirtiéndose en claramente ofensivas y agresoras, marcándose un plazo para el inicio de hostilidades. EEUU, con esta impresionante y audaz operación, consigue dos objetivos fundamentales: asegurar la estabilidad de su aliado israelíta, máxime cuando dos millones de judíos, que van a llegar a la Tierra Prometida desde la URSS, necesitarán territorios para asentarse y formar un gran Israel, y conseguir una presencia fija en una zona estratégica que le va a permítir controlar dos continentes casi simultáneamente, consolidar su dominio absoluto en el Mediterránéo, y controlar una de las mayores zonas productivas de crudo del mundo. Algo que ya estaba en el punto de mira de los Estados Unidos mucho antes de que empezara la crisis y que Sadam Hussein se lo ha puesto en bandeja invadiendo a su vecino Kuwait.
A partir de este fatídico día D pueden llover del cielo toneladas de bombas, gases tóxicos, armas biológicas y hasta bombas nucleares que diezmen soldados y civiles en toda la zona. Si se desata el conflicto y se libera todo el arsenal que hay almacenado en las tripas del desierto, las consecuencias pueden ser devastadoras para todos, y no sólo para los que se encuentren en el teatro de las operaciones. Se habla de una guerra controlada; se habla, por parte de la alianza multinacional antiiraquí que en horas, días, a lo sumo semanas, Sadam Hussein debera rendírse incondicionalmente. Sin embargo, si por causas ajenas a los cálculos del Pentágono y de los estados mayores de las fuerzas aliadas, no se consigue doblegar rápidamente al nuevo Saladino o las bajas alíadas superan las previsiones iniciales, las consecuencias de la aventura bélica pueden ser irreversibles para la humanidad.
Greenpeace ha realizado un escalofriante inventario de lo que hay almacenado en ese triángulo en el que casi confluyen tres continentes: 600 bombas atómicas, 80 misiles nucleares, minas en los casi mil pozos de petróleo de Kuwait cuyo estallído provocaria la combustión de tres millones de litros de petróleo por día, cientos de cohetes con armas químicas y biológicas, y eso sin contar con las armas convencionales, que incluyen miles de aviones de combate, más de un centenar de barcos, miles de tanques, piezas de artíllería y más de un millón de soldados, unos armados con los artilugios más sofisticados del mercado bélico, otros con el fanatismo y el Corán, ignorando el devastador arsenal con el que se van a encontrar, algo que sus dirigentes les han ocultado criminalmente para enfrentarlos a ciegas a una muerte segura. Si todo este potencial mortífero se pone en marcha, y la fuerza multinacional está dispuesta a ello si no salen las cosas según sus cálculos, iríamos, y no es una exageración, hacia el primer acto del Apocalipsis. Y todo eso, ¿por qué?
Durante meses, gran parte los medíos de comunicación occidentales, haciéndose eco de las clases dirigentes de sus respecúvas países, han esgrimido una y otra vez la bandera del status quo y del orden internacional para justificar lo que, con grandes dosis de cinismo, se ha denominado una misión de paz.
Y así, siguiendo con esta increíble corrupción del lenguaje, dicen estar luchando por la paz cuando están dispuestos a utilizar las más mortíferas armas que se recuerdan en la historia. Nunca se luchó por la paz con las pistolas en las manos, eso es una de las falacias más repugnantes que hemos tenido que escuchar durante esta larga agonía de cinco meses.
Sea cual sea el resultado milltar en el conflicto de Oriente Próximo, que nadie duda será una victoria norteamericana, esta crisis, conducida con increíble torpeza por Estados Unidos, tiene paradójicamente un ganador indiscutible: Sadam Hussein. Muerto o derrotado, se puede convertir en el mártir de la nación árabe, que puso en jaque a Occidente, y cuando hablo de nación paso por alto los gobiernos, cuyo comportamiento la historia juzgará; vivo y con su potenciaj militar intacto -caso de ser lo suficientemente hábil como para optar por la retirada parcial o el abandono de Kuwait en fechas imnediatamente posteriores al 15 de enero, y conseguida la conferencia de paz para la solución del conflicto palestino, mecha encendida de todo lo que sucede en la zona y sin cuya urgente solución nunca podrá haber una cíerta estabilidad, se convertirá en el héroe indiscutible que luchó por devolver su patría a los palestínos.
Ahora sólo nos falta esperar el desarrollo de los acontecimientos. Ante el fracaso de los políticos, ante el desenmascaramiento de la ONU, que siempre ha ido a remolque de las iniciativas americanas y ha aprobado una declaración de guerra a fecha fija, ante el triste papel de comparsas de algunas naciones de Europa y, dentro de ellas, el penoso representado por nuestro país, que ha subido al cómodo carro de los vencedores en vez de impulsar, por razones históricas y geográficas, un camino hacia la paz, se impone, más que nunca, dar la palabra a la calle, y debe ser la calle, a gritos, desde Washington a Bagdad, la que imponga la cordura a unos gobernantes que quieren conducirnos hacia el desastre más absoluto.
Desgraciadamente las movilizaciones, las firmas de manifiestos, toda la parafernalia del movimiento pacifista que habla permanecido inactivo casi desde la guerra de Vietnam, se pone en marcha cuando faltan escasas horas para que comiencen las hostilidades.
Pese a que la lucha es desproporcionada, pese a que cada vez son menos las horas que nos separan de una guerra descontrolada que puede reducir a cenizas parte de nuestro planeta, el deber moral de todo aquél que apuesta por la paz y la superviviencia de la especie es la movilización, cada uno desde su ~ T, hacia su clreulo de influencia, y con el precedente esperanzador de que la guerra de Vietnam acabó por partida doble en las junglas del sudeste asiático y en las calles de las ciudades del mundo.
Durante este último fin de semana, lar, calles de las princípales ciudades de Europa y de Estados Unidos se han llenado de miles de pacifistas, ha habido
pronunciamientos, recogidas de firmas y los diarios se han llenado de artículos a favor de la paz. Esta reacción masiva, al margen por completo de los partidos políticos poderosos, abre una ligera esperanza. Los políticos han fracasado; ahora, antes de que sea demasiado tarde, la calle debe tomar la palabra para impedir que los cañones hablen.

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