EL PAISAJE

LOS ACANTILADOS DE L'ETRETAT
fotos y texto: José Luis Muñoz
Al este de la desembocadura del Sena, el pequeño pueblo de L'Etretat permanece sumido en la bruma. Luego, cuando ésta se disipa, rota por el viento, y es sustituida por una fina y fría lluvia que me azota el rostro, aparecen, majestuosos, los enormes farallones cortados a pico junto a las primeras casamatas alemanas de la batalla de Normandía.
La senda de ascenso, que empieza en donde termina el paseo Gustave Courbet, es vertiginosa y resbaladiza. A esa hora temprana sólo los albatros me acompañan. A medida que trepo, el paisaje marino se hace más bello y terrible. El mar, espumeante, ruge al final del abismo, ejerciendo una extraña atracción. La hierba, que peina el viento, se agita con violencia. El mar, el viento, los derrumbes, han formado, en la costa, una arquitectura prodigiosa de ventanas, arcos, columnas...Catedrales marinas que captó con sus pinceles Claude Monet. Enormes paredes que resisten los embates continuos de las olas. El mar en toda su belleza dramática como contrapunto al idílico paisaje que se inicia a sólo unos metros más al interior.
Un golpe fuerte de viento se lleva mis gafas de sol a la eternidad sin que pueda hacer un solo movimiento para recuperarlas. Camino hasta el borde, hasta el mísmisimo límite al que llegan, traicioneros, los pastos, al que no pueden llegar las vacas normandas que pacen, próximas, porque un alambrado de espino las resguarda del abismo marino.Alguien, un titán milenario, con un cuchillo, ha cortado la roca y muestra los sucesivos estratos. Hay un arco que, según como se mire, puede ser la cabeza de un animal, un gigantesco perro, que sorbe a tragos las olas. Abajo, a doscientos metros, el mar remueve las piedras, los gruesos y redondos cantos, y los albatros planean como veleros, sin agitar las alas. Es tan fácil volar. Es tan fácil saltar la línea divisoria entre la vida y la muerte.

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