LA PELÍCULA

LA EDAD DE LA IGNORANCIA
Denys Arcand

Puntualmente, como una necesidad sociológica, las obras del cineasta canadiense Denys Arcand, un tipo tan inclasificable como lo pueda ser el suizo Alain Tanner, llegan a su minoritario público al que dirige sus películas personales y originales, fuera de estereotipos, más o menos acertadas, pero que siempre nos hacen reflexionar. Con títulos como El declive del imperio americano, Las invasiones bárbaras o Jesús de Nazaret, este realizador francófono se ha convertido en un fustigador social desde la apacible Canadá en donde filma sus películas que oscilan, siempre, entre el drama y la comedia, sin que, una vez vistas, resulten ni excesivamente dramáticas ni exultantemente cómicas, sino ácidas.
La edad de la ignorancia, una muy libre traducción del original La edad de las tinieblas, título que se adecua mucho más al tema de la película, retrata, con brochazos más o menos acertados ─ entre los menos, sin duda, la recreación de las gestas de la Edad Media, que podía haber sido suprimida en su integridad y la cinta hubiera mejorado considerablemente ─ , la vida gris, en extremo, de su protagonista, Jean Marc Leblanc, un funcionario del gobierno quebequés, casado desde hace muchos años ─ demasiados ─ con una vendedora de inmuebles sagaz, cuya relación con el trabajo es mucho más fuerte y constante que la que tiene con su marido, con la que tiene dos hijas, que no reparan en su padre, una hermosas vivienda, que no aprecia, y una vida monótona en extremo de la que sale gracias a sus fantasías en las que se ve como hombre exitoso ─ a veces es escritor de fama que es entrevistado por una apasionada periodista ─ , seductor ─ una hermosa modelo de revista, rubia y angelical, le visita frecuentemente en la ducha, o cuando está dormitando ─, una doble vida tan paralela como irreal con la que intenta sobrevivir en ese mundo absurdo y caótico que le ha tocado vivir ─ una alarmante epidemia se extiende por todo Canadá; el deshielo de los casquetes polares causa estragos; sigue la guerra contra el terrorismo con sus Gauntánamos particulares; los fumadores son perseguidos (en eso no es original Denys Arcand: ya lo son)
Con estos mimbres, intercalando la visualización de las fantasías del protagonista ─ hay alguna cultural que tienes cierta gracia, como la supresión del programa de Pivot en la televisión francesa, que casi le causa un infarto al fiel seguidor ─ y un tono desencantado ─ abundan los planos absurdos de atascos a todas horas, de automovilistas enfurecidos ─ , la película, con una humor más bien tenebroso ─ en plena crisis matrimonial el protagonista enfatiza los deseos que tiene de matar a su cónyuge ─, se desliza hacia un final que, no por feliz ─ el hastiado funcionario se exilia de su mansión y se va a una casita que tiene junto al mar en donde encuentra la paz interior confeccionando mermeladas ─ deja de ser amargo con ese plano congelado en el que las manzanas de la cesta se convierten en cuadro. ¿Otra fantasía del protagonista?

Aunque la película no tenga el tono adecuado en muchas ocasiones, y la visualización de las fantasías chirríe no pocas veces ─ hay otras que no, como cuando el funcionario, ataviado como samurái, decapita con una catana a su jefe en el momento en que le abronca porque llama negro a un negro y la palabra “negro” está excluida del lenguaje correcto por improcedente ─ La edad de la ignorancia es una ácida reflexión sobre el mundo absurdo que nos ha tocado vivir y acerca del difícil engranaje que tienen en él algunas personas, como, imagino, el propio Denys Arcand que sobrevive haciendo el cine que hace. JOSÉ LUIS MUÑOZ

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