CINE / EL JOCKEY, DE LUIS ORTEGA
Luis Ortega (Buenos
Aires, 1980) enseña todas sus cartas desde la primera secuencia de la película,
cuando Fanego (Daniel Fanego), un killer de aspecto siniestro que conduce un
coche desvencijado, Oscar (Roberto Carnaghi), el veterano del grupo, y Sirena (el
mexicano Daniel Giménez Cacho), el capo que siempre esá acunando un bebé
rechoncho que se vuelve negro, entran en
una taberna poblada por minusválidos para decirle al mítico jockey Remo (Nahuel
Pérez Biscayart) que lo necesitan de nuevo para reactivar su negocio de
apuestas y lo hacen correr de nuevo en las competiciones.
El problema de este film
esperpéntico, que bien podría ser un cómic filmado al estilo de El milagro
de P. Tinto, es que agota sus cartuchos bien pronto y que a la brillante
realización de Luis Ortega, con una imaginación desbordante que sorprende en
algunos momentos (los números musicales protagonizados por Nahuel Pérez
Biscayart y Úrsula Corberó son lo mejor) no se corresponde con un guion que
deja de chispear a la media hora, del que también es responsable el realizador
argentino junto a sus colegas Fabián Casas y Rodolfo Palacios, que en el último
tercio feminiza al protagonista y lo convierte en un trans siguiendo esa
tendencia tan actual que ya hemos visto en Emilia Pérez o en El
cónclave y empieza a ser un recurso cansino por forzado.
Esta historia grotesca
que gira en torno al mundo de la hípica (la carrera entre caballo y coche es
otra de las escenas memorables de El jockey) adolece de ausencia de gags
cómicos ya que el director se centra más en su galería de monstruos (ciegos,
mancos, cojos, todo tipo de lisiados como coro). Nahuel Pérez Biscayart, el
extraordinario protagonista de El profesor de persa, y la española
Úrsula Corberó, la jockey femenina, viven una absurda historia de amor sin pies
ni cabeza que termina por hundirse en el plano final con la alegoría del
renacimiento del jockey en el cuerpo de un bebé. A Luis Ortega le pueden las
ganas de epatar y su afán de autoría y originalidad en cada una de las
secuencias, y eso produce cierto cansancio como le sucede al cine de Yorgo
Lanthimos. Para surrealismo coñón e imaginativo el de José Luis Cuerda o el del
francés Jean Pierre Jeunet y su deliciosa Amelie.
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