CINE / TRES KILÓMETROS AL FIN DEL MUNDO, DE EMANUEL PÂRVU
No es nada nuevo que el cine rumano sea uno de los más
interesantes que se haga en el este de Europa. Creo que no he visto una sola
película de esa nacionalidad que me haya decepcionado. Tres kilómetros al
fin del mundo, de Emanuel Pârvu se sirve de los mimbres del género negro
para desembocar en el cine de denuncia social. Denuncia de la homofobia latente
que aún reina en buena parte del país en donde ser homosexual es motivo de que
se avergüence tu propia familia o de que te rompan la cara. Porque eso es lo
que le sucede a Adi (Ciprian Chiujdea), un joven estudiante de 17 años que pasa
el verano en una apartada isla fluvial del delta del Danubio: dos jóvenes lo
agreden de forma brutal porque sospechan que le gustan los hombres y lo ven en
actitud cariñosa con un turista extranjero. Lo que en principio es una pesquisa
policial para saber la identidad de los agresores (uno de ellos es hijo del
cacique de la comunidad) se vuelve en contra de la víctima en cuanto se sabe su
orientación sexual. La iglesia local, personificada en un cura retrógrado
(Adrian Titiene) y los propios padres lo someten a una especie de exorcismo
para extirparle su tendencia homosexual. La policía local, dos miembros con
exiguos medios fáciles de corromper, dan el carpetazo al asunto.
Emanuel Pârvu compone un film naturalista, apegado a
ese paisaje de cañas y barro de la isla, por el que se mueven personajes
elementales anclados en el pasado, supersticiosos e ignorantes. Para Adi, el
desventurado protagonista doblemente víctima, esa isla del Danubio es una
cárcel insoportable en la que solo encuentra la amistad de una chica, Ilinca (Ingrid
Micu-Beresco), y la incomprensión de sus padres y de los vecinos que consideran
más grave su tendencia sexual que la brutal paliza que recibe. Tres kilómetros
al fin del mundo es una película sencilla y honesta, un drama que se cuece
con elementos tan simples como efectivos a la hora de denunciar la homofobia.
El director pone el dedo en la llaga a esa sociedad rural que no admite que
entre los suyos se produzcan ningún tipo de desviación.
Un film valiente y eficaz tan excelentemente bien
narrado como interpretado, especialmente por Bogdan Dumitrache, el padre, y
Laura Vasiliu, la madre. El drama de un hijo que es aborrecido por sus propios
padres y que les devuelve la afrenta en la secuencia final negándoles ese
abrazo de despedida porque no se lo merecen. Conflictos familiares, corrupción
social, la del policía jefe (Valeriu Andriuta) que mira hacia otro lado, y
caciquismo. personificado en Zentov (Richard Bovnoczki), padre de uno de los agresores,
en una película que navega por ese Danubio pobre y proletario tan alejado de
los valses de Strauss.
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