LITERATURA / PIERRE LOUYS EN LA MANSIÓN PLAYBOY, DE JOSEP ROCA



Gloriosos los tiempos pasados en donde floreció el destape cinematográfico (las actrices españolas eran muy pulcras, se pasaban el día duchándose y lo hacían a conciencia) y abundaron revistas como Playboy, Penthouse, más gráficas, o Interviú, en donde la carne femenina se alternaba con reportajes de investigación sesudos, y las cito porque en las tres estaba en nómina. También eran los tiempos en donde la literatura erótica, no las paparruchadas de sombras de Grey, se consumía con fruición y ahí estaban colecciones como La Sonrisa Vertical, y su premio, de Tusquets, y La Fuente de Jade, que publicaban autores pretéritos y presentes (y ahí estaba yo, también). Conviene recordar que la que se considera como primera novela de la historia de la humanidad, el Satyricon del romano Petronio, el que se cortó las venas para no escuchar las ínfulas poético/ musicales del incendiario Nerón, era erótica a rabiar, que El Cantar de los cantares del Antiguo Testamento, también, y que el erotismo ha estado muy presente en todas las artes desde que el hombre se alzó sobre sus cuartos traseros. 


 Parece que los días de iconoclastia (Ajoblanco, las jornadas libertarias de Barcelona, el cutrerío de la sala Bagdad, las Ramblas de André Pieyre de Mandiargues de Al margen, los cómics de El Víbora, Nazario…) no volverán, o volverán cuando uno esté ya criando malvas bajo la tierra de este mundo pendular, que personajes como Bigas Luna, Luis García Berlanga o Carlos Pérez Merinero ahora serían mal mirados por esa red de puritanismo inquisitorial que se extiende por nuestra sociedad exportada directamente de Estados Unidos y que, si pudiera, le pondría braguitas al coño de Courbet y sujetadores a las tetas de las bañistas de Renoir y slip al David de Miguel Ángel. Por arte de birlibirloque los desnudos han desaparecido de las artes plásticas por aquello que se ha llamado la cosificación de los cuerpos. Por eso, en estos tiempos que se la suelen coger con papel de fumar y el lenguaje se ha pervertido para no herir a nadie (ya no hay gordos, cojos, tontos, tuertos, negros, putas…), toparse con los textos del barcelonés Josep Roca (1963), desenfadados, desvergonzados y políticamente incorrectos hasta decir basta, son un verdadero placer y una bocanada de aire fresco, y el autor catalán no es un neófito en estas lides pues ya había caído en mis manos anteriormente la divertidísima Diario del chuloplaya, un compendio de cómo construir un relato magnífico con un lenguaje marginal y un fondo absolutamente gamberro que recomiendo desde aquí. 


 
No se corta Josep Roca en Pierre Louÿs en la mansión Playboy a la hora de resucitar al provocativo autor de Las canciones de Bilitis y convertirlo en un fotógrafo fetichista fanático de la polaroid que se pierde por los vericuetos de ese museo de los placeres carnales con la que se regaló en vida el dueño de un imperio creado en torno a sexo y el erotismo, y así vemos al autor francés persiguiendo conejitas (A su lado está una conejita con los pezones tan erectos que parecen querer rasgar el satén del sujetador), asistiendo a una sesión de terapia sexual de sexoadictas, frotando su entrepierna con el cuerpazo de la malograda Anne Nicole Smith, ojiplático ante sesiones de lap dance, esquivando lluvia dorada, siendo testigo de sesiones de dildos, excitándose con tijeras lésbicas, escuchando coños cantores, sumergiéndose en cuartos oscuros en donde no se sabe con quién lo hace, lidiando con caniches blancos cocainómanos o participando en rituales gastro-eróticos de nyotaimoris, y todo aquello que se le pase por la cabeza a este autor desinhibido de imaginación erótica desbordante que cabe pensar si no será él mismo la reencarnación de Louÿs, Apollinaire o Bataille, o todos juntos. Y todo ello para ser contratado nuestro héroe por el tándem Hefner / Flynt (los dos difuntos se odiaban a muerte: las chicas Playboy, que podían ser la vecinita de al lado, brillaban de tan satinadas y turgentes ellas; las del dueño de Hustler eran unas pedorras) para que escriba una fotonovela algo mejor que las dichosas sombras de Grey. 


 
La narración está contada en presente y tiene estructura de guion cinematográfico: secuencia tras secuencia, como el desfile de cuadros eróticos del fascinante testamento de Stanley Kubrick Eyes Whide Shut. El contendiente Larry Flint, que sobrevivió a un intento de asesinato a manos de un puritano que lo condenó a la silla de ruedas baleándole, se presenta a esa orgía motorizado: Viste un esmoquin blanco y conduce una silla de ruedas eléctrica chapada en oro, revestida de terciopelo y con un sidecar trasero en el que está sentada la estrella del cine para adultos Jessica Jaymes. El anfitrión Hugh Hefner es fiel a su estilo de hortera rico: Lleva una bata roja de seda de damasco y una gorra de capitán de yate. Curiosamente, en esa orgia, el autor francés apenas participa, está como notario o voyeur: Pierre Louÿs toma un primer plano del acto y un primerísimo plano del rocío que su coño ha dejado en las braguitas de crepé de Chine. Y toma sus instantáneas ese escritor irreverente resucitado para la ocasión, ahí es nada, con una máquina polaroid. 


 
Ha llovido mucho desde que la garganta profunda de Linda Lovelace tenía orgasmos en la campanilla y ninguna de esas tres revistas citadas en el primer párrafo de este prólogo resistieron el cambio de paradigma en España. En la mansión Playboy ya no quedan conejitas ni se hacen bacanales sexuales una vez míster Hefner se fue a descansar para siempre bajo un felpudo de hierba verde junto a Marilyn Monroe (compró su parcelita en 1992 por 75.000 dólares para reposar eternamente junto a la rubia más deseada de la historia de la humanidad que fue portada del primer número de Playboy). Hoy en día se vende como literatura erótica la fucsia cursi y una exposición con las pollas erectas de Robert Mapplethorpe que yo vi en la Fundación Miró de Barcelona el siglo pasado sería impensable para la corte de biempensantes. 



Frente al Nagisha Oshima de El imperio de los sentidos, pletórico de sangre y esperma, el Albert Serra de Liberté que es un libertino muy aburrido. Hay que hilar muy fino para que no te procese un juez carca que admita a trámite una querella de Abogados Cristianos y no hay que ofender a ningún colectivo, y todos somos muy buenos, hasta Netanyahu que está limpiando el mundo de palestinos y Donald Trump que acaba de inaugurar una prisión en Florida para migrantes custodiada por cocodrilos: la realidad siempre cien pasos por delante de la ficción. 


 
En un momento de esta divertidísima nouvelle, los dos magnates del pornoerotismo, el del eterno batín y el de la silla de ruedas, reflexionan sobre su futuro: Pornhub y todo el porno de internet están acabando con nuestros negocios, se dicen. Y así es. La novelita, por su jugosa brevedad, de Josep Roca es una ventolada (catalanismo, sí) de aire fresco para echar unas risas mientras se lee, porque el humor marida a la perfección con el erotismo. Yo me he reído muy a gusto pasando página tras página y sumergiéndome en esa orgía que no dista mucho de las que tenían lugar en esa Xanadú del sexo en el que el magnate dictaba sus normas: todas rubias y todas blancas, nada de trasnochar (las conejitas debían retirarse a las nueve de la noche) y a expensas de ese macho alfa paradigma del machismo absoluto. Pero Hugh Hefner, conviene recordarlo, rompió una lanza por las libertades sexuales en su país e hizo de su vida libertina un modelo a imitar en choque directo con el moralismo calvinista de Estados Unidos en donde las iglesias son más frecuentes que los bares. Sus revistas no solo eran un muestrario de anatomía femenina, sino que contenían sesudos ensayos y relatos de los autores más relevantes del momento: Gabriel García Márquez, Margaret Atwood, Haruki Murakami, Ray Bradbury, Roald Dahl, Vladimir Nabokov, Ian Fleming, John Updike, Italo Calvino... Y no se olviden de que en el libro de Josep Roca sale mi fotógrafo preferido, el fetichista Helmut Newton, el fotógrafo de las mujeres con poderío: Helmut Newton toma imágenes de la Conejita policía estimulando el clítoris titilante de 99-65-86 con una porra extensible. 


 
Ya, hacia el final, una frase premonitoria de lo que está al caer, del derrumbe de esos dos imperios del pornoerotismo en colisión con el mundo moderno y digital: Una atronadora risa metálica hace que la mansión tiemble y se desmorone. Las Hustler Honeys y las Conejitas huyen en las sillas de ruedas por Beverly Hills Boulevard- Josep Roca podría haber sido contemporáneo perfectamente de los surrealistas franceses, del Guillaume Apollinaire de Las once mis vírgenes o del Georges Bataille de La historia del ojo. Pero todo esto es historia y Josep Roca, en 95 páginas, nos devuelve al pasado.

 


LA ÉPICA HISTORIA DEL DESCUBRIMIENTO QUE NO SE HA CONTADO, LA DE LOS 39 MARINEROS QUE HUBO DE DEJAR CRISTÓBAL COLÓN EN LA ISLA DE LA HISPANIOLA, LA MEMORIA DE LOS OLVIDADOS. UNA NOVELA HISTORICA REPLETA DE AVENTURA, AMORE, ODIOS, VIOELNCIA Y AMBICIÓN. LA HISTORIA DEL VIAJE QUE CAMBIÓ EL RUMBO DEL MUNDO. 







 


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