SOCIEDAD / CÓMO HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ

 

 


Hace unos días, el diario El País reproducía una de las muchas cartas que escribían los lectores a su director en la que manifestaba su dolor y, sobre todo, su impotencia, por lo que está sucediendo en el mundo haciendo hincapié en el genocidio del pueblo palestino que está perpetrando con una total impunidad el estado de Israel sin que nadie, absolutamente nadie, frene esa matanza indiscriminada diaria que quiere limpiar la franja de Gaza de su población. Y todo ese asesinato en masa sucede con luz y taquígrafos porque en la mayor fosa común a cielo abierto que existe en el mundo hay periodistas que retransmiten las imágenes con sus móviles antes de ser abatidos por los disparos de los soldados hebreos o despedazados por sus bombas. Paralelamente, pero íntimamente relacionado con lo que sucede en Oriente Medio, la internacional fascista que tiene el epicentro en Estados Unidos desde la segunda vuelta de Donald Trump al poder, está extendiendo urbi et orbi el odio al emigrante al que le culpa de todos los males y focaliza la ira de los desheredados de la tierra (en Estados Unidos, la basura blanca de la que no se ocupó en décadas el sistema y cree en el mesianismo del presidente naranja como su salvador) hacia el último que llega (en patera o cruzando desiertos)  y el movimiento de la insolidaridad va calando en muchos países de Europa (Hungría, con Viktor Orban, fue el primero) que se han apuntado a la caza del emigrante, y uno de los últimos episodios lo hemos tenido en suelo español, en la localidad murciana de Torre Pacheco en la que VOX y sus camisas pardas han intentado reeditar la noche de los cristales rotos afortunadamente sin éxito. La policía ha detenido al autor de la brutal paliza que recibió un vecino de la localidad a manos de un magrebí, pero todavía no ha detenido a los que participaron en el linchamiento de un joven que se salvó in extremis de morir a manos de una turba enloquecida gracias a la valiente intervención de la policial local. Si determinados actos de violencia quedan impunes, mal vamos.


Este movimiento internacional ultraderechista, xenófobo, supremacista y fascista lleva gestándose desde décadas apuntalado por el desmoronamiento moral de la sociedad, la complicidad de algunos medios de comunicación y la digitalización que posibilita la emisión de mensajes de odio y falacias a una velocidad vertiginosa a cada rincón del planeta apelando a uno de los más bajos instintos del hombre: el odio. El odio, muy fácil de azuzar (lo vemos a diario en los partidos de fútbol),  y la deshumanización del contrario se han convertido en la esencia de ese movimiento que va calando poco a poco en sectores que antes eran permeables a un pensamiento progresista y que se han sentido abandonados por la izquierda y se han convertido ahora en furibundos defensores de la ultraderecha, son su campo de cultivo y experimentación.


Que en Gaza se esté perpetrando un holocausto por los, en teoría, descendientes de las víctimas de otro, y que en Estados Unidos, el país de los emigrantes por excelencia gobernado por un nieto de alemán, la policía esté cazando emigrantes sin papeles para encarcelarlos y expulsarlos se lleva a cabo gracias a que ha habido un desmantelamiento de los valores morales que parecían haber arraigado al fin de la Segunda Guerra Mundial con la creación de la ONU, un organismo sencillamente inoperante a día de hoy y que ya nació viciado desde su nacimiento por el derecho de veto que hace prácticamente imposible cualquier resolución. Bastaría reivindicar el precepto cristiano de amarás a tu prójimo como a ti mismo o el de no desearás para él lo que no desees para ti, para acabar con esta época de barbarie en la que la razón de la fuerza se impone claramente a la fuerza de la razón. Pero ese mensaje se ha anulado por otro profundamente insolidario que desvía la atención de las causas de las desigualdades sociales, el que cada vez haya ricos más ricos (Elon Musk es uno de los muchos obscenos ejemplos) y pobres más pobres, hacia los recién llegados echándoles la culpa de todo, incluidos los delitos que se cometen: además de pobres, que vienen a quitarnos nuestro trabajo, son ladrones, violadores y asesinos (y comen mascotas, según Donald Trump) y nos impondrán sus usos y costumbres en vez de adaptarse a los nuestros. Y la izquierda tiene una enorme responsabilidad en que este viraje se haya producido porque se ha olvidado, en muchos casos, de los problemas reales que afectan a las clases trabajadoras (salarios, precios de las viviendas, alza del coste de la vida, bienestar social, educación, reparto de la riqueza, conciliación laboral), de la lucha de clases en definitiva, porque las sigue habiendo y cada vez la brecha es mayor, y se ha volcado en los de género, que está muy bien que lo haga, aunque algunos afectan a exiguas minorías, pero no en detrimento de los problemas sociales que son acuciantes y afectan a la mayoría. La izquierda arcoíris, como define muy gráficamente mi amigo el Filósofo Rojo cuando nos reunimos ante una copa de tinto e intentamos cambiar el mundo.


El mensaje de la ultraderecha española, frente al fragmentado, difuso y confuso de la izquierda, también fragmentada, es claro y simple: exacerbar el nacionalismo (aunque VOX se financia con opacos fondos que vienen de Hungría e Irán) para que los últimos que hayan llegado por la puerta de atrás sean considerados los culpables del malestar social, deshumanizar a estos, señalarlos con la diana del odio y expandir el miedo de que el modelo tradicional de familia occidental, la civilización cristiana (ellos, que son tan poco cristianos en su comportamiento)  y la masculinidad están en peligro por los avances del colectivo LGTBIQ+ y la invasión foránea que viene de Latinoamérica, algo menos porque son de cultura cristiana en su mayoría, y sobre todo de África, musulmanes, oscuros, los moros, o negros, y ningún reproche a los expatriados europeos o norteamericanos que con su poder adquisitivo hacen que el precio de la vivienda y los bienes de consumo suban de forma exponencial en los barrios en donde se instalan, y de eso pueden dar fe madrileños y barceloneses. Paralelamente, campañas de desinformación globales y masivas, ausencia de valores morales y cívicos en los centros docentes (desapareció durante el gobierno del PP la Educación para la Ciudadanía de José Luis Rodríguez Zapatero y el gobierno progresista de España no la ha recuperado), y en las familias (no estarían mal cursillos para enseñar a ser padres, extender a los biológicos lo que se exige a los adoptivos),  y promoción del éxito rápido y fácil con el menor esfuerzo posible que hemos estado viendo en determinados programas de la televisión basura: se premia el mínimo esfuerzo, la incultura y la mala educación y se hace de ello entretenimiento.


El resultado de todo esto es la creación de una masa social acrítica, inculta y desinformada, el lumpen proletariado manipulable del que ya alertaba Carlos Marx que no tiene conciencia de clase, ignora cuál es el enemigo, permeable a mensajes muy simples con los que se le azuza para que se haga eco de ellos, los multiplique y lleve a cabo acciones que liberen su ira y malestar hacia el recién llegado mediante la violencia física: ricos que consiguen enfrentar a pobres contra los más pobres, ricos que desmantelan los servicios sociales con el aplauso estúpido y entusiasta de los directamente perjudicados por esas medidas, corderos que están lamiendo la hoja del cuchillo del carnicero que los va a degollar en el matadero. Una masa social insensible e insolidaria que identifica a un colectivo racial o religioso como el enemigo a batir porque es el que le perjudica.  Es lo que yo llamo psicopatía de masas, que no solo se ha producido en la Alemania del III Reich (ahí tenemos a la plebe que se regocijaba y aplaudía cuando los leones devoraban a los cristianos en el Coliseo de Roma, los que asistían a la quema de infieles durante la Inquisición, o consideraban edificante que se colgaran negros de los árboles en el apogeo del KKK), inducida por esos otros psicópatas que llegan luego al poder y se comportan como ellos, como matones de taberna y hablan su idioma: Donald Trump es un verdadero maestro en ser vulgar, soez y maleducado, y esa actitud lo acerca a los suyos que son tan vulgares, soeces y maleducados como su líder. Y quienes meten una papeleta en la urna para votar a esa gente, como los que votaron en su día a Adolf Hitler, un 30 por ciento de los alemanes, que esgrimía el mismo mensaje de odio que en la actualidad tienen Donald Trump o Benjamín Netanyahu, son directamente responsables de las atrocidades que cometen sus mandatarios. La excusa de no sabía lo que iban a hacer no es admisible. No solo saben lo que hacen, sino que lo aplauden. Una sociedad israelita completamente adormecida cierra los ojos ante los espantosos crímenes de guerra que perpetra su ejército, la América progresista que tiene sus epicentros en Nueva York y San Francisco está desaparecida por el temor a Donald Trump y sus comportamientos dictatoriales (y no hablemos del silencio del Partido Demócrata), en Argentina han votado a un loco escapado de psiquiátrico y en España el tándem PP-VOX se perfila claramente como el ganador de las próximas elecciones esgrimiendo políticas antisociales y un currículo de corrupción digno de libro Guinness.


Una sociedad que ha normalizado el asesinato (recuerden los asesinatos selectivos que se producían con drones en tiempos de Barack Obama, Premio Nobel de la Paz nada más llegar a la Casa Blanca, en los que moría el presunto terrorista y los que estaban a su alrededor y no tenían ningún reproche moral); la tortura (Guantánamo sigue siendo un limbo legal y ahora están las cárceles de Bukele y los Alcatraz vigilados por cocodrilos,  y Obama no pidió cuentas al gobierno de Bush ni por la invasión de Irak ni por las torturas de Abu Graib, ni por la actuación de los contratistas de la CIA)  y  el genocidio (recuerden la respuesta militar que hubo, tardía, es bien cierto, al que se estaba perpetrando en Bosnia en las guerras que surgieron con la desmembración de Yugoslavia, frente al silencio culpable de ahora de la Unión Europea que implementa sanción tras sanción contra Rusia pero se olvida de Israel en un insultante doble rasero) está irremediablemente perdida, no tiene valores morales, regresa a la ley de la selva, la del más fuerte, la de que hay que armarse hasta los dientes para ser respetados, y ahí está Irak, que fue invadida y destrozada por no tener armas de destrucción masiva (las que les vendió Estados Unidos y gastó con los kurdos) y ahí está Palestina, masacrada porque no tiene ejército que defienda a su población sino un grupo terrorista claramente instrumentalizado por los servicios secretos de Israel.


En una locución reciente, el actor Carlos Barden, un tipo muy solidario que en el cine encarna a unos malos malísimos que hacen que el corazón del espectador se encoja (le recuerdo en su convincente papel del sicario Drago en la excelente Escobar, paraíso perdido, y aún siento escalofríos), tras decir que la gente de la cultura no puede permanecer de brazos cruzados ante lo que sucede en Gaza y debe posicionarse, afirma que en el mundo actual lo guay es ser malo, y facha, añadiría yo, y machista y xenófobo, por añadidura. Los mimbres de la sociedad civilizada han saltado por los aires y la reconstrucción y reparación de este mundo destrozado, si se produce, va a costar décadas. Pero no podemos callar ante la barbarie. Nuestra conciencia no nos lo permite.   

HACE MÁS DE QUINIENTOS AÑOS QUE SE PRODUJO UNA DE LAS MAYORES AVENTURAS DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD, EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA, Y ESTA NOVELA HABLA DE LA MEMORIA DE LOS OLVIDADOS, UNA HISTORIA ÉPICA DE AMORES MESTIZOS Y AVENTURAS QUE MUY PRONTO SE PODRÁ VER EN RTVE COMO SERIE TELEVISIVA.



COMPRAR LOS 39. GUANAHANÍ EN LIBRERÍA RENO
 



 

Comentarios

Entradas populares