CINE / UNA BONITA MAÑANA, DE MIA HANSEN-LØVE
La cineasta francesa Mia Hansen-Løve (París, 1981), que
forjó su cinefilia en las páginas de Cahiers de Cinema, casi nunca decepciona
en sus películas. La directora de Edén, y la cito porque allí la
descubrí, es una sutil narradora de los conflictos emocionales y vitales que
preocupan a la mayoría de los mortales, sabe dotar a lo cotidiano, porque los
personajes de sus películas se ven inmersos en conflictos que muy fácilmente
pueden afectarnos, de una patina que lo hace universal y sublime e imprime
calidez a los fotogramas que componen sus largometrajes sensibles sin que caer
en la sensiblería.
Sandra (Léa Seydoux), traductora simultánea en eventos
internacionales y joven viuda a cargo de una hija de ocho años, tiene que tomar
la dura decisión de internar a su padre Georg Kienzler (Pascal Greggory),
profesor de filosofía retirado aquejado por una enfermedad degenerativa, y toma
esa medida con el apoyo de su madre y exmujer Françoise (Nicole García), que
lleva veinte años separada de su exmarido, y de su nueva pareja Leila (Fejria
Deliba), en un geriátrico. Al mismo tiempo, y como compensación a la dramática
decisión familiar que se ve obligada a tomar, el destino pone en su camino a un
amigo de juventud, Clement (Melvil Poupaud), un astroquímico casado y con un
hijo, con el que inicia una pasional historia de amor intermitente y nada fácil
porque él no se decide a abandonar a su familia a pesar de que lo intenta.
Mia Hansen-Løve sigue en su última película los
avatares de esas dos personas que se aman ciegamente (maravillosa y divertida
la secuencia de ese primer beso que
instintivamente da Sandra a Clement mientras este le enseña su lugar de trabajo
y desencadena toda la vorágine posterior), pero son conscientes de lo
complicado de su relación porque nace dañando a otra persona. La directora de Maya
trata con delicadeza ese dilema moral que se le plantea a Clement y lo tortura:
abandonar a su mujer de toda la vida, a la que todavía quiere, y dañar a su
hijo por ese nuevo amor turbador y fresco que le ofrece la atractiva Sandra.
París es el escenario de esta película, sus parques,
sus estanques navegables, los vetustos vagones de metro, los clásiscos cafés en
donde se citan los amantes, el Sacré Coeur al que asciende la pareja de amantes
y la hija de Sandra para mirar la ciudad de las luces a sus pies. Mia Hansen-Løve
sabe captar a la perfección el tormento del amor y lo contrapone a ese otro
momento doloroso que es el de una hija que ve cómo su padre se deteriora de
forma irreversible, de residencia en residencia, y acaba convirtiéndose en un
ser irreconocible. Reconozco más a mi padre en sus libros, confiesa
Sandra a su hija de ocho años mientras vacían la biblioteca familiar y se la
reparten entre los hermanos, que cuando lo visito en el geriátrico. Es
por ese miedo al deterioro físico que ve en su progenitor que Sandra le hace
prometer a Clement que jamás consienta que llegue a ese estado vegetativo y la
lleve a una clínica de Suiza para morir con dignidad.
Puede calificarse Una bonita mañana como
película romántica si el termino no estuviera tan deteriorado, y lo es de una
forma muy digna. Las escenas de amor son sensuales y están exquisitamente bien rodadas.
Hay ternura y pasión sexual en cada uno de los besos que se dan los
protagonistas. Sandra, personaje inseguro que no ha estado con ningún hombre
desde que enviudó (Deberías amar y dejarte amar, le dice Clement antes
de empezar su relación, o Ese cuerpo ha estado desaprovechado demasiado
tiempo, mientras la observa desnuda), tiene celos de la mujer de su amante
y en un momento determinado le pregunta si se sigue acostando con ella y si lo
hará cuando le toque ir de vacaciones. Los amantes rompen, pero vuelven, porque
la pasión amorosa es ciega y adictiva, no pueden luchar contra ella, es
superior a sus voluntades de ruptura. Uno y otro están pendientes de los
mensajes que se cruzan con los móviles, de las llamadas perdidas, de los
silencios que los llenan de angustian. Pende sobre esa relación amorosa turbulenta
el miedo a perderla. Cuando, en un momento de la película, Clement le propone
ir a un museo en vez de hacer el amor, Sandra se enfurruña porque piensa que se
ha cansado, que ya no la desea.
No todo es drama vital y amor pasional en esta
película bella y luminosa, también está el núcleo familiar muy presente, el
microcosmos consanguíneo que se mantiene unido ante la tragedia de ese padre
que se va apagando en la residencia en su fin de ciclo. Mia Hansen-Løve hace
que sonriamos en la secuencia de la llegada de Papa Noel a la casa familiar,
con los niños encerrados en una habitación, mientras los mayores simulan acústicamente
la entrada del trineo y los renos por la ventana trayendo los regalos. La familia, como nexo indestructible, refugio,
es algo muy presente en buena parte de la filmografía de la directora francesa.
Por último, decir y subrayar que el film de Mia
Hansen-Løve es un regalo para esa extraordinaria actriz que es Léa Seydoux. La
coprotagonista de La vida de Adele, que constantemente recuerda En
una bonita mañana a la Jean Seberg de Al final de la escapada de
Jean Luc Godard por su apariencia, vestimenta y corte de pelo (hay que recordar
que Mia Hansen-Løve es una entusiasta de la nouvelle vague), aporta
sensualidad y carisma a su personaje, despliega un abanico interpretativo
completo (cuando llora, cuando ama, cuando va asumiendo la pérdida de ese padre
al que tanto ha querido y admirado, en su relación con su hija, en la no muy
cordial con su madre) y nos ofrece una de sus mejores interpretaciones. Una
película luminosa de una de las más brillantes realizadoras francesas. La
pueden ver en Filmin.


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