EL LARGO ADIÓS

J.D. SALINGER


Hay autores, en la historia de la literatura, que con una obra conquistan la eternidad como hay otros que con cien novelas no merecerán siquiera una línea en el futuro. Hay autores a los que el éxito de una primera novela los sume en la parálisis creativa. ¿Para qué escribir más si no alcanzaremos la cota de esa novela de éxito? Juan Rulfo y Pedro Páramo. Malcom Lowry y Bajo el volcán. J. D. Salinger y El guardián entre el centeno.
Salinger, ese viejo gruñón, huidizo y huraño se fue de este mundo cuando le tocaba, a los 90 años. La leyenda literaria norteamericana bajó el telón de su vida. Digirió tan mal su éxito narrativo, las millonarias ventas de su libro, su entrada en el parnaso de los escritores de culto, la fama y el dinero, que cogió los bártulos y emigró de Manhattan, la feria de las vanidades, a un pueblo de New Hampshire para dedicarse a la horticultura. De un Salinger sonriente, jovial, elegante, que fumaba cigarrillos con boquilla de forma seductora a lo Gran Gatsby y cortejaba a Oona O’Neil, que acabaría en brazos de Charles Chaplin, a un Salinger ermitaño y huraño, con aspecto de granjero de Las uvas de la ira, que ceñía el entrecejo y cerraba los puños cuando un fotógrafo intentaba obtener una instantánea de él.

El guardián entre el centeno vio la luz el mismo año que yo: 1951. Una coincidencia. No la leí hasta treinta años más tarde. No la leí en su momento, durante la adolescencia, sino tardíamente. Es de esos pocas novelas que no recuerdo el libro físico en sí, ni la editorial, ni si lo tengo en alguna de mis librerías, por lo que deduzco que quizá alguien, no sé quien, me lo prestó. Mentiría si dijera que fue mi libro de cabecera, pero me enganchó, me apasionó, lo encontré sencillamente perturbador y fue una de esas novelas que te cambian. Holden Caulfield había sido yo, en mi juventud, y habían sido millones de lectores que accedieron a la obra maestra de Salinger. Adolescentes que abandonan esa etapa con un duelo, que se sienten morir al acceder al mundo de los adultos y dejar la etapa de los sueños atrás. Su lectura era tan adictiva y extraña como El señor de las moscas de William Golding. Había algo subterráneo en esa prosa que perturbaba más que lo que evidenciaba, que estaba entre líneas. No me recuerdo a mí mismo leyéndola ─ existen libros que sí, como La montaña mágica de Thomas Mann, por ejemplo, convaleciente de una operación ─ ni sé cuál era mi rostro por aquel entonces. Sí recuerdo, en cambio, que el rostro de Salinger no figuraba en la solapa del libro: fue una condición de su autor. Detestaba que alguien le reconociera tanto como detestaba el reconocimiento literario.
Asesinos o aspirantes a asesinos lo tenían como libro de cabecera. Mark Chapman, el hombre que mató a John Lennon le pidió a éste que le firmara un ejemplar de la novela antes de dispararle. También fue una de las lecturas de cabecera del asesino frustrado de Ronald Reagan. Eso acrecentó la leyenda negra de ese libro maldito. Pero nadie sabía dar con el ermitaño que se negaba una y otra vez a publicar desoyendo las llamadas insistentes de las editoriales. Las manos delgadas y engarfiadas de Salinger revolvían terrones y plantaban tomates mientras sonaba ese teléfono que nunca levantaba.
Como Holden Caulfield, como James Dean, el Holden Caulfield cinematográfico por excelencia en el que uno juraría se basó el autor para moldear a su personaje, Salinger tenía todos los atributos para ser feliz y morirse de éxito, pero escogió el camino más difícil, el sendero que nadie coge y se perdió en una casa en un bosque con el buzón en la encrucijada que abría de tarde en tarde para no contestar ninguna carta.
El año pasado el fantasma de un Salinger furibundo emergió para decir que emprendería acciones legales contra un espabilado que pretendía escribir la segunda parte de El guardián entre el centeno. Supimos que vivía por ese estallido de cólera repentina.
Ahora ha muerto, o eso ha dicho para que lo dejen en paz, y sabemos que en sus cajones ha dejado obra suficiente como para que sus herederos vivan holgadamente el resto de sus vidas.
El escritor ermitaño tenía su corazón. Entre el centeno.
JOSÉ LUIS MUÑOZ

Comentarios

Felisa Moreno ha dicho que…
Este libro es una lectura pendiente desde hace tiempo, creo que después de tu entrada me voy a animar a leerlo.
Me han encantado las fotos, como siempre, envidio a tu cámara que siempre va de aquí para allá, captando historias.
Un abrazo.
José Luis Muñoz ha dicho que…
A ver cuándo vemos negro sobre blanco uno de tus maravillosos libros.
Disfruto en el post viaje, recordando impresiones.
Pues no debes perderte la novela de Salinger
Besos, Felisa
Ivet Writer ha dicho que…
Magnífico tu blog, José Luis. Es impresionante todo lo que has escrito, publicado, todos los premios que has ganado. Y encima amntener este blog. ¿De dónde sacas tanto tiempo y tanto talento?

Podría pasarme horas y horas leyendo aquí, y navegando por tus enlaces.

Ah, y enhorabuena también por las fotos. ¡Son geniales!

Un beso y hasta pronto.
Ivet Writer ha dicho que…
Magnífico tu blog, José Luis. Es impresionante todo lo que has escrito, publicado, todos los premios que has ganado. Y encima amntener este blog. ¿De dónde sacas tanto tiempo y tanto talento?

Podría pasarme horas y horas leyendo aquí, y navegando por tus enlaces.

Ah, y enhorabuena también por las fotos. ¡Son geniales!

Un beso y hasta pronto.
José Luis Muñoz ha dicho que…
Muchas gracias, Ivet que, por tu apellido, deduzco que eres escritora. Me alegro de que te guste. Comentarios como los tuyos son los que me animan a seguir corriendo.
Besos

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