EL FOTÓGRAFO

Alberto García-AlixEl universo de Alberto García-Alix (León, 1956) no es apto para todos los públicos. Como tampoco lo era el de Robert Mappelthorpe, el fotógrafo norteamericano que recogía en sus instantáneas cuerpos masculinos negros de musculatura prodigiosa y piel bruñida, retratos del mundo del cine y de la moda y penes en erección. Con Mappelthorpe este leonés, llamado fotógrafo de la movida, (lo que es una injusta reducción de su arte, que es mucho más amplio y universal), comparte su espíritu transgresor y forma de mirar la vida: hasta el límite del abismo. Por la mirada del Premio Nacional de Fotografía en 1999 pasean actores de cine, del convencional (Emma Suárez) y del porno (Nacho Vidal); yonquis con los brazos perforados y la mirada perdida; reclusos con pecho tatuado, cicatrices y mirada torva; prostitutas en actitudes laborales; edificios inclinados sobre fondos de nubes grises; calles torcidas y desaseadas de extrarradios; cantantes flamencos con fama de malditos… En sus desnudos impactantes no hay la coartada estética de Helmut Newton, otro provocador, sino mostración brutal de anatomías genitales. García-Alix retrata con ternura la marginalidad, rehúye el mundo del éxito (los retratos de Almodóvar o Alaska son anteriores a su consagración), fija el objetivo en los perdedores de esta sociedad, como hace la buena novela negra, que es más social que policiaca, y se autorretrata, tatuado, con el pene en la mano y una máscara inquietante en el rostro. Aunque todas sus fotos son autorretratos. Y cada foto, un relato, de lo que hubo antes, de lo que habrá después.De una exposición titulada con el contundente nombre de De donde no se vuelve (2008), que sería una maravilloso titulo para una novela negra, en el Museo Reina Sofía de Madrid, surgió un libro extraordinario, y de éste un video en el que el fotógrafo leonés documenta sus imágenes y las acompaña de su voz y sus propios textos. Escribimos para cambiar a nuestros lectores, aunque sea por los breves instantes que pierden en leernos. Lo demás es escapismo. Sin duda, quienes se acerquen, sin prejuicios, al universo fotográfico de García-Alix, van a sentir una punzada en el corazón y un revulsivo en sus tripas, todo menos indiferencia, más dolor que placer. El leonés retrata la vida y sus cicatrices, la apoteosis de ésta, que es la explosión del sexo, y su contrario: la muerte. Y lo hace mostrándolos cómo son, frontalmente y sin subterfugios. Alguien que copula, con violencia, en un descampado, con una profesional sentada en su silla de espera y con la botella de agua limpiadora en el suelo, se mezcla con los fríos pies de quien descansa, para siempre, en la morgue. Eros/ Tánatos. Las miradas duras, cortantes, de este leonés universal de ojos tan grandes como magra es su anatomía castigada por su sinfín de tatuajes, nos adentran en mundos ajenos al normal de los mortales, nos muestran una realidad humana no tan lejana que anida en los arrabales de nuestras ciudades y existe aunque nos empeñemos en no verla. García-Alix es a la fotografía lo que Caravaggio, huyendo al pasado, o Lucien Freud, volviendo al presente, son a la pintura, o Bukowski, Burroughs y Keruac a la literatura: iconoclastas, tipos incómodos y rebeldes, creadores natos, fuera de modas, que impusieron sus sensibilidades estéticas aunque estuvieran muy lejos de lo normalmente aceptado y bien visto. Publicaciones tan dispares y, aparentemente, alejadas de él como Vogue, British Journal of Photography o Vanity Fair acogen sus fotografías por su fuerza, pero también por su belleza perturbadora. Sus exposiciones recalan en las salas más exclusivas del mundo y el fotógrafo de la marginalidad es un tipo que se cotiza alto, un perdedor que se convierte en ganador a su pesar: las contradicciones del sistema. Aunque él no cambie ni un ápice su actitud rebelde, su mirada cortante que saja como una navaja afilada, el desaliño buscado de quien está contra todo. Con un potente blanco y negro, un estilo directo y violento, las fotos impactantes de Alberto García-Alix huyen de la sofisticación y sus personajes eluden el posado porque se sienten, ante el fotógrafo que los observa y atrapa con sus inseparables Leica y Hasselblad, sus otros ojos, como ante uno de los suyos que los trata de tú a tú. No actúan sino que son, en sus escenarios de vida, las naturalezas muertas que hablan del personaje que las habita, y ni piden comprensión y menos compasión. Miradas contra miradas, aunque algunas nos hagan bajar los ojos. Casi todas, autorretratos del propio fotógrafo, aunque se encuentre detrás de la cámara, como las novelas son los diarios de sus escritores.
JOSÉ LUIS MUÑOZ

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