
Alguien que me quiere, no sé si bien o mal (porque me ha quitado unas diez horas de una semana, una por cada capítulo visto) me regaló la primera temporada de
Mad Men. Soy reacio a las series. No acostumbro a ver ninguna y sólo hice una excepción con
Twin Peaks, porque detrás estaba el talento extraordinario y retorcido de
David Lynch. Por no ver no he visto
Lost y debo de ser uno de los pocos mortales que han escapado a su embrujo. Con todo ese escepticismo a mis espaldas empecé a ver
Mad Men. Y me enganché.


La serie, que no es obra de un director talentoso ─ cada episodio tiene un realizador distinto ─ ni cuenta con primeras figuras de la interpretación ─ el único rostro conocido es el de
Robert Morse, el excéntrico y sabio propietario de la compañía de publicidad que se pasea en calcetines ─ capta a la perfección la dureza del
american way of life en tiempos de la contienda electoral entre
Kennedy y
Nixon a través de ese microcosmos de la sociedad norteamericana que es la agencia Sterling Cooper, establecida en el centro del mundo, en Manhattan, el corazón del imperio.

En esa sociedad
wasp ─ los negros manejan los ascensores o venden bocadillos y bebidas a los entregados empleados de la compañía ─ la mujer es una pieza decorativa, la secretaria se elige por sus curvas, los hombres fuman y beben como descosidos y la empresa es el hogar de esos calvinistas que lo cifran todo en el trabajo, que en el trabajo y para el trabajo viven y que en el lugar del trabajo son infieles a sus esposas de manual que se limitan a cuidar del hogar y los niños. No había llegado el feminismo.
Mad Men es una serie de personajes, y no es fácil pergeñarlos con tanta soltura y perfección como lo hacen los guionistas de esta serie ejemplar que es un trabajo de equipo. Desde el fascinante Don Draper (
Jon Hamm), el ejecutivo de pasado oscuro y agitada vida sentimental, paradigma del norteamericano hecho a sí mismo que sale de la nada y escala lo más alto, casado con la bellísima e infeliz Betty Drapper (
January Jones, una doble de
Grace Kelly en belleza, elegancia y feminidad)

hasta Roger Sterling (
John Slattery), el socio de la empresa que tiene como amante a Joan Holloway (
Christina Hendricks), jefa de secretarias, la presencia más turbadora y sensual de una oficina en la que medra Peggy Olson (
Elisabeth Moss) la secretaria que aspira a ser creativa y protege celosamente a su jefe Don Draper, o Pete Campbell (
Vincent Kartheiser) el joven ejecutivo con prisas por ascender en la empresa, por
Mad Men se pasea un plantel extenso de personajes de rasgos, tanto físicos como psíquicos, muy marcados y a través de los cuales no es difícil entender como Estados Unidos ha llegado a ser imperio: trabajo, trabajo y trabajo por encima de cualquier otra aspiración, y felicidad ligada únicamente al éxito aunque esto suponga pisotear al adversario.

Una serie pedagógica, dura y con escasas concesiones. La firma
Sterling Cooper es sencillamente Estados Unidos.
JOSÉ LUIS MUÑOZ
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