CINE / REDENCIÓN DE HANS PETTER MOLAND

REDENCIÓN
Hans Petter Moland

Aunque argumentalmente recuerde a uno de los últimos desvaríos de Atom Egoyan, concretamente a Cautivos, e incluso el malvado de la función, el actor noruego Pal Sverre Hagen (el Thor Heyerdahl de Kon-Tiki), con su blandenguería insufrible y viscosa, parece clonar la caracterización de Scott Speedman en la película del director armenio canadiense, el film del noruego Hans Petter Moland (Oslo, 1955) ahonda en el thriller nórdico y juega bien con el escenario (también lo hacía bien Atom Egoyan, es más, diría que era lo único que hacía bien) y con  los protagonistas, los policías del departamento Q, Morck (Nikolaj Lie Kass) y su compinche Assad (Fares Fares), cuyos físicos, lejos de los estereotipos del género (ni son guapos, más bien todo lo contrario, son de esos actores con cara difícil de mirar; ni tienen el más mínimo glamour), algo que también ocurre con los personajes femeninos, con la policía que interpreta Johanne Louise Schmidt.

A raíz de un mensaje que aparece en las costas de Escocia en el interior de una botella, los dos duros sabuesos retoman un caso archivado de dos hermanos desaparecidos en el seno de una comunidad ultra religiosa (y ultra racista en cuanto ven a un policía de origen árabe, lo cual es de mucha actualidad, le niegan el saludo y le cierran la puerta en las narices), y eso les lleva a la pista de un depravado asesino en serie de niños que actúa bajo el parapeto de la religión y reproduce en sus víctimas el maltrato sufrido durante su infancia por parte de su madre.

Redención adolece, sobre todo, de un guión fallido y confuso (la secuencia de la persecución del tren, seguida de la secuencia nocturna en el bosque tienen difícil encaje, y lo mismo la entrevista con la hermana ciega del villano) de Nikolaj Arcel, sobre la novela policiaca de Jussi Adler-Olsen, que mete con calzador el sectarismo religioso, y cuestionamientos morales de la propia pareja de policías, en una trama policial y descuadra en muchos momentos.

A pesar de su excelente factura visual, y de lo acertado de sus flash-backs, que aclaran el porqué de la fijación de las tijeras como arma homicida, el film adolece de cierto aire televisivo que el director se encargar de pulverizar en esa espectacular escena final en la cabaña de la marisma, que vale por toda la película, visualmente hablando, aunque la conclusión forzada resulte poco creíble.


Hans Petter Moland es un director de renombre, asiduo de festivales, y con una carrera muy larga que incluye Un lugar maravilloso, película norteamericana interpretada por Nick Nolte, Un hombre bastante bueno o Uno tras otro, y ha hecho lo que ha podido, mucho, con un guión que hacía aguas como la cabaña del desenlace.  
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