SOCIEDAD / BAJAS EN EL DIRECTORIO


Bajas en el
directorio

El último día del año acostumbro a actualizar mi directorio de contactos. Cada nombre que doy de baja tiene mucha historia en común y durante ese clic de eliminación recuerdo lo compartido.

A Paco Camarasa lo conocí durante una farra en Valencia de la que se acuerda Juan Madrid, así es que debió de ser importante. 33 años atrás. Yo tenía el cabello negro y un hígado en condiciones de ingerir alcohol. Bebimos tanto que vaciamos las botellas de ese bar del que salimos al alba. Luego, con Paco Camarasa nos fuimos viendo en Barcelona, en la Barceloneta, en la calle de la Sal en donde montó su librería atípica. Muchos de los libros que publiqué los presenté en ese pequeño templo literario con vino tinto y mejillones, y luego nos íbamos a comer a alguno de los tugurios que conocía el librero valenciano. También iba por Sant Jordi al puesto que solía poner delante del mercado de la Boquería. Más que una librería, Negra y Criminal era un club. Alguna tarde me dejaba caer por el local a hablar con él y con su mujer. Luego nos distanciamos. Quizá hasta nos enemistamos en alguna ocasión. Sabía mucho de novela negra, pero discrepábamos en gustos. No era tan buen librero como activista cultural. Dejó montado BCNegra, su mayor logro del que fue comisario. Murió años después de que muriera su librería: un 3 de abril. Un librero sin librería es como un escritor que no escribe.



Con Vicente Verdú la relación fue ocasional. Coincidí con él en Cádiz como finalista de un premio periodístico que él ganó: el José María Pemán. Iba con su mujer y yo con la mía. La alcaldesa era del PP, Teófila Martínez, con la que no hablé de política. Fue un encuentro agradable el de Vicente y yo. Fuimos de tapeo, y luego a comer las dos parejas en cuanto nos presentamos. El día era espléndido. No hacía mucho calor en la tacita de plata. Luego, durante la ceremonia de entrega de los premios, en el ayuntamiento, coincidimos con Rafael Alberti que ya andaba un poco despistado y creía que el premiado era él. A Vicente Verdú le solía leer en sus artículos que publicaba cuando El País se podía leer. Alguno de sus libros me gustaron mucho, especialmente El planeta americano. Coincidía con lo que pensaba yo de Estados Unidos; en otras cosas, no. Vicente Verdú estaba empeñado en que la novela había muerto, por ejemplo, seguramente porque él no escribía novelas. La realidad le contradecía. Nos dejó el 21 de agosto. Su mujer le precedió unos años antes

A Jesús Requena lo conocí por mediación de Mariano Monge, un viejo conocido y colega, en Elche, en una presentación de Pat Pong Road a la que vinieron los dos y nadie más. Nos fuimos a comer luego, supongo que paella. Después me quedé a dormir en su casa. Y hablamos hasta altas horas de la noche, de la vida y literatura. Era un tipo inquieto, amable. Me regaló uno de sus  libros. El carrusel. Lo firmaba como Gustavo Martín Tenza Aliaga. No me acuerdo si me explicó algo de por qué utilizaba ese pseudónimo. Prometí leerla y cumplí. Era muy buena. Se lo dije. Escribí una reseña recomendando su lectura que se publicó en la revista literaria venezolana Letralia. Era como La colmena de Camilo José Cela, pero ambientada en Valencia, creo recordar. Era una novela coral, de personajes, llena de vida. Le animé a que siguiera escribiendo. Intercambiábamos llamadas algunas veces. Me pedía consejo para publicar una segunda novela. No sé si lo consiguió. Envidiaba que yo viviera en el Valle. Más de una vez le dije que se subiera unos días para dar paseos por estos bosques sin fin. No lo hizo. La muerte se lo llevó el 19 de diciembre.


A Jorge Grau lo conocí a raíz de una entrevista que le hice para Cinemanía. Yo estaba escribiendo un reportaje muy extenso sobre la Escuela de Barcelona y él era parte fundamental de ella. Además, en la universidad, era amigo de su sobrino, un fotógrafo muy ligón que se llamaba Jordi  y del que no recuerdo su apellido. Le tenía un poco de manía a ese amigo porque era un chico de mundo y con el truco de hacer fotos se ligó a una chica rubia preciosa tras la que yo iba. Era pecosa la chica, rubia, muy pequeñita, no hay manera de que me acuerde de su nombre pero tengo su cara muy presente. Parecía extranjera de tan rubia, exquisitamente femenina. Vaya digresión. Luego coincidí con el director de cine en la fiesta que dio la revista con motivo de ese reportaje y a la que asistieron Teresa Gimpera, Terenci Moix, Vicente Aranda, José María Nunes, Javier Rioyo, Gonzalo Suárez... Hablé con él sobre sus películas que había hecho dentro de los preceptos de la Escuela, sobre La cena, de la que guardaba muy buen recuerdo. Luego hizo películas de terror: No profanar el sueño de los muertos, cuando estaban de moda los muertos vivientes, y Ceremonia sangrienta. Con La trastienda, uno de los mayores éxitos del cine español gracias a los senos desnudos de Rosanna Schiaffino, dio un pelotazo. Murió de éxito tras esa película. O lo dejaron morir, que es algo muy patrio: es decir, apenas consiguió levantar más proyectos y nunca de esa envergadura. La película tuvo éxito, sobre todo, por los desnudos de la actriz italiana y los de María José Cantudo y Susana Estrada. Estábamos en pleno destape. Consiguió otro éxito con Tuset Street con Sara Montiel, de la que salió escaldado porque la diva no estaba satisfecha con sus planos. Le envié mi novela Barcelona negra, por si se animaba a rodarla. No le convenció por la posible acogida de esa posible película: mi visión de la ciudad era muy negativa, catastrofista. Volví a verlo muchos años más tarde en Granada. Se acordaba de mí, pese al tiempo transcurrido. Charlamos alrededor de un café en el céntrico hotel en el que se alojaba. Seguía teniendo rasgos de adolescente, como le sucede a Roman Polanski. Le pregunté si tenía proyectos. Me habló de un título que, si la memoria no me falla, se llamaba El expreso de Lusitania, pero que no conseguía financiación. No la rodó. Era de esos catalanes que vivían en Madrid. Allí había filmado El extranger-oh! de la calle Cruz del Sur, porque vivía en esa calle. Murió el 26 de diciembre.


Con Claude Mesplede la relación fue más profunda. Éramos muy buenos amigos. Nos vimos por primera vez en un tren de la Semana Negra. Él intentaba hablar en español porque yo era negado para los idiomas. Le gustaban mis novelas, especialmente La Frontera Sur, que fue traducida al francés. Era un tipo afable, cariñoso, buena persona, siempre sonriente. Primero me invitó al festival de Toulouse que organizaba él e Ida, su mujer, con la librería Renaissance. Luego montaron el festival Lisle Noir en Liste Sur Tarn al que he ido todos los años. Cantaba La Internacional con él, viejo comunista. Era de abrazos, no de besos a pesar de ser francés. Perdí la cuenta de los abrazos que le di. Cada vez que me veía, cuando ya estaba mal, me preguntaba por Juan, quizá para despedirse de él. Pudo ver a Juan Madrid en octubre, en Toulouse. Moría el 27 de diciembre y con él yo perdía un buen amigo y el género negro el mejor enciclopedista que ha tenido.

Borro los cinco contactos, sus correos electrónicos, sus teléfonos y direcciones. Me voy borrando yo también, poco a poco, con ellos.   


La novela de aventuras sobre la Prehistoria para lectores entre 14 y 88 años.

Comentarios

Guillermo Orsi ha dicho que…
Recuerdo con especial afecto nuestra coincidencia en Toulousse, en 2011, la amistad, la cordialidad de los anfitriones, el frío en la carpa, tu gripe, los libros compartidos.

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