LITERATURA / TÚ NO ERES SHERLOCK HOLMES, DE DAVID LLORENTE
Puede que sea David
Llorente (Madrid, 1973) uno de los narradores más rompedores del panorama
literario español. Premiado con el Francisco Umbral de novela corta por Kira,
el Ramón J. Sender de narrativa por El bufón, el Silverio Cañadas a la
mejor primera novela negra por Te quiero porque me das de comer y el Dashiell
Hammett de la Semana Negra de Gijón a la mejor novela negra del año en lengua
española por Madrid-frontera, se le encuadra dentro del género negro, pero
sus novelas lo trascienden y hasta violan sus reglas a conciencia. Lo que hace
el escritor es retorcer los hilos narrativos a lo largo de todo un original
corpus literario que huye de cualquier zona de confort e incluye novelas,
poemarios y obras de teatro en donde un humor acerado y amargo se entrelaza con
la crítica social siempre presente.
En Tú no eres Sherlock
Holmes hay dos asesinos múltiples despiadados, el Asesino de la Moneda —
El Asesino de la Moneda ha vuelto a atacar. Nombre: Patricia Ronzal Durero.
Edad: doce años. Causa de la muerte: fallo cardíaco como consecuencia de la
exposición a un dolor continuado insoportable. Estado del cadáver: parcialmente
despellejado (en vida), seccionado ambos glúteos…—y el Mutilador de Praga,
y otro criminal que pivota por las páginas de esta novela rompedora: la crisis
económica que obligó a buena parte de nuestro capital joven a expatriarse para
tener un futuro: Si el mundo era triste, ahora es mucho más triste, y esa
tristeza se asoma a los ojos de los españoles, esas pobres criaturas que no han
hecho más que iniciar su penosa singladura por Europa, a dar tumbos por una
Europa que no es la de ellos, arrastrarse por una Europa que ni los acoge ni
los hospeda por mucho que los deje pasar.
Sitúa el autor de Te
quiero porque me das de comer la trama de su novela en el año 2008, en
medio de esa crisis atroz —Viernes negro en la Bolsa de Madrid, que cierra
la sesión con una caída del 9,15%, la mayor de su historia— que la clase
política se negó a reconocer y obligó a varios millones de españoles a emigrar
en busca de un futuro que su país les negaba. Los españoles que aterrizan en
el aeropuerto de Praga vienen huyendo de la crisis, los españoles que aterrizan
en el aeropuerto de Praga vienen huyendo de la desmotivación, los españoles que
aterrizan en el aeropuerto de Praga vienen huyendo de las horas de insomnio. Y
David Llorente puede hablar con conocimiento de causa porque vivió muchos años
en Praga, ciudad que es un personaje más de la novela que sale muy malparado—…
y levanta el cuchillo por encima de su cabeza y lo clava en la tierra una vez y
otra vez mientras dice, muere Praga, muere hija de puta, muere tanto como me
muero yo / Son las luces de Praga, las luces de la ciudad que odia, la ciudad
que debería morir inmediatamente atragantada por su propia belleza—, y
viajó por toda Centroeuropa con su compañía de teatro Séptimo Miau a
cuestas representando las obras que escribía y dirigía. No es Praga para esos
expatriados económicos una ciudad acogedora y de postal sino todo lo contrario:
Es evidente que los españoles emigrados están pisando una tierra que no les
pertenece, una tierra que (sí pudiera) los escupiría más allá de las montañas o
se los tragaría.
Los españoles huyen de la
precariedad y de la falta de oportunidades y del silencio estatal y de la vida
en la calle y de la tentación del menudeo. Los españoles huyen en realidad del
hambre. Tiene el lector la sensación de que Tú no eres Sherlock
Holmes es un grito de rabia, una venganza literaria hacia esa imposición
social que obligó al autor a expatriarse en la República Checa. El deporte
nacional de la República Checa es la de defenestración. Praga, a los ojos
del narrador, está en las antípodas de la ciudad de postal que nos venden las
agencias de viaje. Los taxistas de Praga dicen que caben tres personas en
sus asientos de atrás, pero es mentira. En sus asientos de atrás no caben ni
dos. Los asientos de atrás están ocupados por botellas vacías de vodka y latas
de cerveza y cajas de pizza y revistas de tías en pelotas. Una Praga
hiperbólica trufada de enganchados a las drogas: Se pueden recorrer los
quinientos metros que nos separan de la Estación Central de Ferrocarril sin
pisar el suelo, simplemente saltando de yonqui en yonqui. ¿Alguien se atreve a
intentarlo?
Hay desolación y dolor a
partes iguales en esta novela que podría ilustrarse con el grito de Münch. Carga
David Llorente contra los otorrinos —… y el otorrino, lentamente, salivando
como una hiena, saca la jeringuilla y la acerca la aguja al oído y se la sigue
acercando y se la sigue acercando hasta que la punta le toca el tímpano y
entonces se empuja fuerte. Y le perfora la membrana— y los dentistas: A
los dentistas de Praga les encanta (nadie sabe por qué) ahorrar en anestesia,
dicen que no hace falta dormir la boca si la caries está lejos del nervio y
entonces la punta del torno impacta contra la muela y el paciente nota que el
dolor le llega hasta la bóveda del cráneo. Como el famoso monólogo del
argentino de Toronto, David Llorente desmonta la belleza de la nieve con su
realismo muy sucio: … y pronto llega el día en que la blanca nieve es nieve
negra, es hielo sucio, es sustancia grumosa, anaranjada de orines, amarillenta
de vómitos, roja de vino, marrón de polvo condensado.
Habla David Llorente de
la desesperanza que conduce al suicidio de esos personajes marginales
desubicados en una sociedad que los rechaza. Los que hacen las cosas como
Dios manda y consiguen que las ruedas de acero los parta en dos, nada más caer
a las vías, se van al otro mundo sin enterarse de nada. Suicidio y cáncer,
que se dan de la mano: Los hay que muerden la punta del bolígrafo mientras
redactan la nota de suicidio. Los hay que acompañan a su nieto al primer ciclo
de la quimioterapia. Hay crudeza y tendencia al feísmo en descripciones
físicas de cuerpos que remiten a los cuadros de Lucien Freud: Marie vive
cerca en un sótano sin calefacción que quita de golpe las ganas de follar y
enciende el horno y los fuegos de la cocina y le enseña a José Manuel Calatrava
su cuerpo desinflado, vencido, que se cae por los dos costados, eres la última
mujer con la que me acostaría y follan como si hicieran una melé y se entienden
a gruñidos.
Llorente viola todas las
pautas narrativas imaginables, incrusta los diálogos en la narración —Paula,
qué, mañana no te pongas bragas, vale, Katka, qué, fríeme un chorizo, vale,
Cristina, qué, te la voy a meter por el culo, bueno, Iva, qué, sácate las tetas
por el escote, claro, Ana, qué, enjabóname la espalda, enseguida—, cambia
constantemente el punto de vista, se decanta por la segunda la persona (el tú
del título), emplea todos los tiempos verbales (presente, pasado y futuro), interroga
al lector, —… y le saca las bragas de un tirón y se la folla por detrás,
procurando aplastarle la cara contra la corteza del árbol y decirle guarradas.
¿Qué guarradas? —usa su característico paréntesis, mete cuñas de rabia
social tras la palabra GLÁNDULA, crea ante los ojos del lector una prosa
acerada y cruda que golpea el cerebro a lo largo de una novela de sorprendente
ingenio que vuela a cotas muy altas por ese afán de experimentación que siempre
ha caracterizado al autor desde sus primeras obras.
Por esta novela coral
circulan un sinfín de personajes grotescos y estrafalarios —Marcial Pedrero,
alias el Engendro, presidente del club de los Horripilantes. / Marto Cebrán
divide a los españoles que huyen de la crisis en tres tipos: matutinos,
vespertinos y nocturnos y a las nueve de la noche cierra la tienda de masajes y
se quita el disfraz de tigre / Cirilo Castiñeiras recibe un mensaje en su red
social de comida gallega a domicilio que dice, te voy a matar —,
desvalidos, derrotados y sin esperanza. No es Tú no eres Sherlock Holmes
una novela de fácil y rápida lectura, y no por sus cuatrocientas páginas, sino
porque David Llorente arriesga mucho en ella, es un auténtico kamikaze que hace
volar por los aires todas las convenciones literarias para crear con absoluta
libertad una narración envolvente que constantemente sorprende por sus
vaivenes. Literatura de la mejor, sin lugar a duda, sin ataduras formales, que
parece escritura automática y. sin embargo, hilada, tiene una lógica interna.
He vivido en ocho países
y en todos ellos me han puesto el mismo mote, el Engendro, y les voy a decir
una cosa, tienen toda la razón, soy un engendro, he sido engendrado por la
crisis española y por los políticos, y por los banqueros que niegan esa misma
crisis.
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