SOCIEDAD / TRUMP VERSUS ZELENSKY

 


No comparto ni la extrañeza ni el escándalo global por ese encuentro tumultuoso entre el premier de Ucrania y el de Estados Unidos que más pareció un match de boxeo amañado por la diferencia en el pesaje de los dos contendientes y porque, además, subió al ring otro pugilista más duro, el vicepresidente Vance, que acabó de noquear al ya vapuleado Zelensky que parecía un boxeador sonado por lo que escuchaba. No me ha extrañado teniendo en cuenta los modales del boxeador marrullero que tenía enfrente el presidente de Ucrania ¿No se lo olía el cómico metido a político al pisar el ring de la Casa Blanca? ¿No le había llegado durante la campaña presidencial de EE.UU. el pésimo concepto que de él tenía el magnate empresarial que días antes lo había llamado dictador (por no convocar elecciones) y lo había acusado de haber provocado la invasión de su país?


Trump es un presidente de taberna, de saloon del Far West que habla a sus votantes en su mismo idioma, regüeldos incluidos, y se ha erigido en líder mesiánico, más desde que la providencia lo salvó de que le volaran la cabeza. Se cree un elegido por un Dios, que le debe de haber perdonado sus muchas faltas, y por esa América profunda en donde anida la basura blanca, los desheredados de los wasp que se sienten traicionados por todas las administraciones políticas que, según ellos, priman a negros, amarillos, latinos, homosexuales, lesbianas, trans, queers y se han olvidado de ellos, los genuinos norteamericanos, los que conquistaron ese país a caballo y en carromato disparando a los indios y robando sus tierras. Y el combate desigual en el ring del Despacho Oval fue un alarde de falta de diplomacia y de mala educación, de la que anda suficientemente sobrado el actual inquilino de la Casa Blanca.


Si hacemos un esfuerzo y nos ponemos en la cabeza del presidente anaranjado, si nos atenemos a su lógica empresarial (ojo al dato porque ya no es un político fantoche el que está al timón del mundo sino un clan de empresarios multimillonarios sin más escrúpulos que su bolsa y elegidos por ciudadanos muchos de ellos pobres y mayoritariamente ignorantes), deberíamos darle la razón en que Estados Unidos (y Europa, pero nosotros somos el cuñado tonto que ni está ni se le espera, que ni se le escucha por irrelevante) ha invertido miles de millones de dólares en Ucrania y que desea cobrarlos porque no es una ONG. Otros, Biden, por ejemplo, lo hacían más sutilmente, sin aspavientos ni broncas, y ahí está buena parte del país comprado por multinacionales agrícolas. El empresario Trump quería a cambio las tierras raras y Zelensky iba a Washington a venderle el subsuelo de Ucrania a cambio de ser su país un protectorado de Estados Unidos, un Israel bis en tierra europea. No ha funcionado por el matonismo de uno de los contrincantes que tenía muchas ganas de humillar al otro por el que siente un desprecio profundo y lo tilda de pedigüeño insaciable. Trump, camorrista bronco, exige vasallaje a los débiles (no se comporta así con su homólogo Vladimir Putin, ni siquiera con Macron que estuvo casi veinticuatro horas antes con él y le corrigió en directo), y Ucrania está en una posición de debilidad extrema y más lo estará, al borde de la capitulación total, si el nuevo amo del mundo le niega protección. El planeta funciona con las mismas reglas de la mafia y Europa no se ha enterado y ni sabe a qué familia pertenece.


Si acuden a Google y consultan cuándo empezó la guerra entre Ucrania y Rusia verán que se remonta a 2014: once años atrás y tres de invasión. Y todo arranca en la revuelta de Maidán, la plaza de Kiev, una insurrección popular violenta de tinte europeísta (y ultraderechista con nazis de por medio) que derribó al presidente prorruso Viktor Yanukovich y dio paso unas elecciones que ganó el europeísta Petró Poroshenko y a la anexión automática por parte de Rusia de la península de Crimea, crucial para su marina de guerra, y la ciudad de Sebastopol. Con el asesinato de 46 ucranianos prorrusos en Odessa, se inicia la revuelta separatista del Dombás sofocada a sangre y fuego por Ucrania y que se salda con catorce mil muertos y millón y medio de desplazados. En febrero del 2022, con el cómico televisivo Zelensky reconvertido en político en el poder, Rusia invade Ucrania en lo que cree que va a ser un paseo militar para hacerse con el país y poner a un presidente títere y se encuentra con una férrea oposición de la OTAN, o lo que es lo mismo, de Estados Unidos, dispuesta a debilitarla en una guerra de desgaste, que facilita ingentes cantidades de armamento al país invadido que resiste numantinamente a uno de los ejércitos más poderosos del mundo contra todo pronóstico. Por otra parte, la batería de sanciones económicas impuestas a Rusia por la anterior administración norteamericana, y seguida a pies juntillas por Europa (las que no se han implementado contra el régimen genocida de Israel ni contra Estados Unidos invasor de Irak), no han debilitado al régimen de Putin sino a los países europeos, especialmente a Alemania, y beneficiado a Estados Unidos principal proveedor de gas, petróleo y armamento, y militarmente el país más extenso del mundo se puede permitir cuantiosas pérdidas materiales y humanas porque el agente del KGB que lo gobierna lo tiene en un puño y a los disidentes les esperan las gélidas cárceles árticas como sucedáneos del Gulag soviético.


El emperador Trump cree que va a pasar a la historia con el sobrenombre de El Pacificador y por esa razón, una de las ideas motrices de su campaña, además de demonizar a los emigrantes, era la de imponer la paz en el mundo, específicamente en Ucrania (para Gaza tiene un proyecto inmobiliario del que Netanyahu ya se ha encargado con su empresa de demolición). Seguir apoyando militarmente a Ucrania, piensa el nuevo amo del mundo, solo conduce a la prolongación sine die de una guerra que ha costado unos cien mil muertos por parte ucraniana y ciento cincuenta mil por la rusa (Trump se declara conmovido por tantas vidas humanas perdidas) sin que se vislumbre a corto plazo avances significativos por parte de uno u otro bando. El potencial humano de Rusia es infinito y el de Ucrania mengua lo mismo que su moral (desde el inicio de la guerra se cerraron las fronteras a los varones en edad de combatir para evitar un alud de deserciones). Putin no se puede permitir perder una guerra y de ahí la acusación que hace Donald Trump a Volodimir Zelensky de querer provocar la Tercera Guerra Mundial sino se sienta a negociar esa paz impuesta. Ucrania está desmoralizada y agotada en esa guerra interpuesta entre dos potencias en la que ellos, y los rusos, ponen los muertos y sus supuestos aliados las máquinas de matar. La cesión a Rusia del este del país prorruso parece algo tan innegociable como que Ucrania jamás formará parte de la OTAN, organización que debió desaparecer tras la disolución del Pacto de Varsovia y que Rusia ve como una amenaza y así lo esgrimió en el momento de invadir un país soberano a imagen y semejanza de lo que hizo Estados Unidos en Irak.  


No creo que Zelensky pueda aguantar con la ayuda de una Unión Europea dividida que, sin ese hermano mayor al otro lado del Atlántico, deberá elevar sustancialmente el gasto en defensa y detraerlo del estado de bienestar cada vez más maltrecho. No se puede estar tirando tantísimo dinero en el campo de batalla y, sobre todo, no se pueden perder más vidas humanas que son irremplazables. El premier ucraniano tendrá que aceptar más pronto que tarde esa paz humillante e impuesta por la buena sintonía entre Washington y Moscú. No le queda otra. Prolongar la guerra es sencillamente prolongar la sangría de vidas humanas. Y Europa que se lo haga mirar en su papel de tonto útil haciendo seguidismo de las políticas de Estados Unidos que siempre ha mirado con desconfianza al Viejo Continente. La Unión Europea se hizo para joder a Estados Unidos, dijo textualmente hace unos días el verborreico inquilino de la Casa Blanca entre decreto y decreto firmado con rotulador grueso, para que se viera. Eso siempre lo han pensado los presidentes norteamericanos y el matón rubicundo lo ha explicitado en un ataque de sinceridad. Quizá Europa, que además está en guerra arancelaria con Estados Unidos por capricho de Trump, tenga que pedir protección a la tríada china a partir de ahora porque como familia mafiosa no le veo mucho futuro.    





  

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