CINE
LINCOLN
Steven Spielberg
El versátil realizador norteamericano hace un quiebro en su carrera
para darnos una visión de Lincoln, presidente norteamericano mítico al que
todos sus sucesores han admirado y pretendiendo estar a su altura, y hacer una película
sesuda lejos del gran espectáculo a que nos tiene acostumbrados. Pero tras Caballo
de batalla, película decididamente floja, un auténtico pastelón, Lincoln
no consigue, ni de lejos, superar las expectativas que un espectador puede
tener de ella. El biopic histórico se
centra en los últimos meses de su presidencia, cuando, a un paso de acabar la
guerra de secesión, hace lo posible y lo imposible para que el senado acabe con
la esclavitud, y en los tejemanejes, basados en la compra de votos de los senadores
indecisos, para que la enmienda número 13 de la Constitución americana, salga
adelante.
Sin duda es Lincoln la película más discursiva
de Steven Spielberg, la que menos
acción tiene (contadas las escenas de exteriores) y se centra el director
norteamericano en las intrigas políticas, en la personalidad adusta y ascética
del presidente y en sus tensas relaciones con su esposa Mary Todd Lincoln (Sally Field). El Lincoln que nos
presenta este poco estimulante biopic,
y al que Daniel Day Lewis pone todo
su empeño en hacerlo creíble con un enorme parecido físico que no ha precisado
de sesiones de maquillaje, es un personaje derrotado que literalmente se
arrastra por las sombrías estancias de la Casa Blanca. Ese tono mortecino del
principal protagonista se extiende a todas las secuencias del film, que resulta
largo, moroso y apagado en extremo. Y salvo la de Tommy Lee Jones, interpretando al senador Thaddeus Stevens, tampoco
brillan el resto de los actores cuyas interpretaciones son muy anodinas,
incluida la de un irreconocible James
Spader como Bilbo, cabecilla de los corruptores.
Lo mejor de la película es la fotografía, apagada y de tono sepia, y
una cuidada ambientación, casi pictórica, de los debates en el senado. Pero Lincoln
es, sin lugar a dudas, el film más aburrido acometido hasta la fecha por un
director que suele caracterizarse precisamente por todo lo contrario. Sus dos
horas y media de diálogos inacabables, y reiterativos, y las anécdotas poco
estimulantes que cuenta el mandatario norteamericano a sus subordinados pesan
como una losa sobre el espectador. Es como si Spielberg se hubiera contagiado de la fatiga existencial que parece
presidir los últimos meses de vida del presidente norteamericano y la trasladara
al sufrido espectador. El resultado es anticinematográfico.
JOSÉ LUIS MUÑOZ
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