LITERATURA / LA ISLA DEL PADRE, DE FERNANDO MARÍAS
LA ISLA DEL PADRE
Fernando Marías
Publicado en Tarántula, El Cotidiano, Otro Lunes y Narrativas
Libro
a libro, la carrera literaria de Fernando
Marías (Bilbao, 1958), un director de cine frustrado que finalmente se
dedicó a escribir novelas, es la crónica de un alpinista que va de cima en cima
hacia el Everest, y quizá La isla del
padre sea esa cima del mundo para el escritor y apasionado cinéfilo
afincado en Madrid. La luz prodigiosa,
Esta noche moriré, El Niño de los coroneles, La mujer de las alas grises, Invasor, El mundo se acaba todos los días, Todo el amor y casi toda la muerte, algunas llevadas al cine con
éxito notable, casi todas merecedoras de importantes premios literarios (Fernando Marías tiene en su haber el
Nadal, el Ateneo de Sevilla, el Ciudad de Barbastro, el Dulce Chacón, el
Primavera de Novela y ahora el prestigioso Biblioteca Breve), son las
brillantes credenciales de uno de los escritores mejor situados en el panorama
literario español.
Es
un lugar común decir que todo escritor escribe, en realidad, sobre sí mismo,
abierta o disimuladamente, quizá porque es un narcisista irredento y no puede
evitar colarse en las historias que pergeña. Desde hace años lo metaliterario,
o la autoficción, la novelización de las propias experiencias vitales del
escritor, se está haciendo con un hueco muy importante en el bazar literario: Paul Auster, J.M. Coetze o nuestro Enrique Vila-Matas son ejemplos muy
recientes de ello. En La isla del padre,
Fernando Marías se suma a esa
corriente, se desnuda ante el lector y bucea en un libro de confesiones y
reflexiones, a tumba abierta, en el que deja de lado todo pudor.
La isla del padre
es una novela que funciona como exorcismo. Sin duda. Es un duelo literario
sobre la ausencia del padre, la muerte—Yacía en el pasillo sobre un vómito de sangre, y ella contó luego, con
sobrecogedora claridad, que al verlo caído sobre la alfombra supo que su larga
y buena vida de pareja terminaba ahí, justo ahí, justo en ese instante, para
ceder paso al recto camino hacia el fin—de ese ser
querido, y desconocido por circunstancias vitales, sobre el que Fernando Marías edifica su libro, pero,
por esa misma razón, acaba siendo, sobre todo, una novela sobre sí mismo. Las palabras que elijo para contar quién
fue mi padre cuentan en realidad quién soy yo. La novela se centra, y
vuelve una y otra vez, sobre el miedo, el miedo
mutuo—Trata, dije sin
titubear, del miedo mutuo que desde el primer momento nos tuvimos mi padre y yo
y de cómo logramos superarlo—que sentían
esas dos personas, padre e hijo, el uno hacia el otro, por tratarse de casi
unos desconocidos, y del desafecto infantil hacia él de ese niño que no conoce
al padre, el gran ausente de la casa por su oficio de marino que lo tiene la
mayor parte del año fuera y lejos. ¿Qué
llevaría a un marino resuelto, superviviente de una guerra, capitán de su
periplo vital y varias veces viajero del mundo entero, a tener miedo de un bebé
de año y medio? El miedo que les impedía decirse el uno al otro lo mucho
que se querían. Te quiero mucho y nunca
te lo he dicho. Esa frase podría ser el alma de este libro, esa línea única con
la que, según dicen, todo libro debe poder ser definido. Así es que la
novela, también, es una larga sesión psicoanalítica que nos depara Fernando Marías tumbado en un diván, y
esa ha sido, seguramente, la razón de su escritura. Este es, también, un libro
terapéutico.
Asoman
a las páginas de esta confesión en negro sobre blanco la faceta cinéfila de Fernando Marías, imprescindible para
entender al personaje autor. ¡Oh, dios
del cine que señalas el camino de la felicidad a los corazones!; su
fijación por el western: ¿Qué día de la
semana es hoy?, le pregunta a su superior el soldado mortalmente herido por un
flechazo apache en “La venganza de Ulzana”, uno de mis westerns favoritos.
Miércoles, responde el oficial. Miércoles, susurra el soldado, nunca pensé que
sería un miércoles. Y muere. Apela a los códigos del western, su género cinematográfico
fetiche, en el que se afianza el maniqueísmo buenos/ malos, a Solo ante el peligro, por ejemplo: Todo cinéfilo, en sus ingenuos delirios, ha
sido alguna vez ese sheriff abandonado por todos que, armado de dignidad, sabe
enfrentarse con los malvados en las solitarias calles de su ciudad. Asoma
en muchos momentos de La isla del padre,
título stevensionano, ese Fernando Marías que adora Grupo salvaje de Sam Peckinpah, la película que más veces ha visto y de la que es
capaz de reproducir sus diálogos de forma literal, o la peripecia vital y
sentimental del Yang-Tsé en llamas, su
película de amor preferida, porque la mitología cinematográfica, gestada en las salas oscuras de programación
doble de su Bilbao natal, conformó la personalidad soñadora del autor y a ella
le debe su afición por contar historias.
Entroncando
con la indisimulada cinefilia, el autor de El
Niño de los coroneles rinde homenaje en La
isla del padre a su progenitor, ese héroe solitario cuyo físico potente
recuerda al de Sean Connery, a quien
un Fernando Marías niño equipara con
los personajes de ficción que le fascinan en las películas. Sobre ese padre
desconocido elabora una mitología que entronca con su devoción por el cine de
aventuras, y así el padre ausente se convierte en héroe de sus fabulaciones. Relata
episodios grabados a fuego en su memoria, como, por ejemplo, la anécdota de ver
a su padre, no muy dado a frecuentar la iglesia, que no se arrodilló en el
funeral de su madre, y él haciendo lo mismo en su funeral, como homenaje
silencioso, guiño post mortem. El barco era su guarida de solitario. Como
lo es para mí la mesa sobre la que escribo.
Tirar junto a mi padre muerto del hilo invisible de
una palabra jamás pronunciada: eso es este libro.
La novela es un viaje apasionante por la memoria del autor y una travesía a
través de sus emociones, como cuando Ulises/Marías dejó atrás Bilbao y su casa
paterna para ir a la capital con la ilusión de ser escritor y lo consiguió. El
viaje, en la memoria del autor, en el libro, está siempre presente. Viaja el
autor a través de los apuntes del cuaderno de bitácora de su padre, sigue en un
mapa cada uno de los puertos de arribo e imagina hazañas, peleas, peligros,
retrotrayéndose a la infancia, elaborando una película de aventis, como diría Juan
Marsé, como el misterioso episodio argentino de su padre, ese punto oscuro
de su personalidad que le fascina. Rememora los ascensos al Pasagarri, ese monte
que asocia siempre a su padre, cada una de esas subidas que afloran con nitidez como si fueran cercanas en el tiempo.
A
lo largo de las 278 páginas del libro, Fernando
Marías se pregunta constantemente qué es La isla del padre que está escribiendo en un diálogo abierto
consigo mismo. En el viaje que es toda novela, habla del proceso de la
creación. Un escritor solo precisa
arrancar de la realidad un puñado de datos mínimos para montar su ficción. Afloran
las sentencias intercaladas en la narración de los hechos, en ese viaje
continuo al pasado y al presente. Un
moribundo debe elegir sus palabras con mayor rigor que un poeta. O Es más gratificante el deseo que la
satisfacción de ese deseo. Es La isla
del padre un libro que se lee con lentitud, en el que el lector se detiene
para apreciar la precisión de sus frases redondas, y sigue.
La
casa, como espacio vital y sentimental —Entre los procesos que se iniciaron tras la muerte de mi padre, fue
uno de los más inevitables que la casa familiar comenzara su proceso de
desintegración.
— , el refugio uterino que se perpetua aunque ya no vivamos en ella,
tiene un lugar primordial en el libro que se va cocinando entre sus cuatro
vacías paredes y del que el lector es testigo privilegiado, acompaña al autor
en su actividad creadora, se sitúa tras el hombro del escritor para atisbar lo
que está escribiendo en su ordenador. La
casa está vacía desde entonces. Y me ha llamado, ya solitaria, para que escriba
aquí. Es ella la que me ha conducido por el pasillo hasta la mesa del pasado
donde escribo. Es ella la que ahora me hace ver que soy la última persona que
la habitará. Pero solo mientras escriba. Luego, apenas termine este libro, la
casa morirá. Con frases concisas y exactas, Fernando Marías nos transmite la sensación de orfandad que acompaña
el hecho físico de cerrar definitivamente la casa de nuestros padres, esa
puerta que clausura una etapa de la vida por la que todo el mundo pasa. Las casas son barcos y las novelas mares. Y
yo surco este libro al timón del destartalado buque donde mi familia ha vivido
desde 1912.
Antes
de terminar la novela, Fernando Marías
rompe la convención cronológica y en la página 236, 42 antes de llegar al
final, escribe su pre-epílogo. La última
palabra de este libro ha de ser escrita dentro de la casa. Escribir la palabra
que dé fin, la letra que sea la última antes del punto final, ha de ser el
último acto de nuestra familia en este lugar. Escribiré la palabra, apagaré el
ordenador, cerraré el secreter, sacaré el mínimo equipaje dispuesto junto a la
puerta, introduciré la llave, cerraré…
La isla del padre
es el mejor regalo póstumo que un padre pueda recibir de su hijo. Un canto de
amor filial para paliar una ausencia. Un ejemplo de hasta dónde puede llegar la
buena metaliteratura. Conmovedor, extraordinario y universal.
LA DOBLE VIDA. Llega mi
última novela negra y erótica en formato ebook a Estados Unidos publicada por
Sub-Urbano Ediciones de Miami y descargable al precio de 3,99 USD clicando a
continuación descargue LA DOBLE VIDA
La
vida de Arturo O`Keefe, un prestigioso publicista español de padre
norteamericano, empieza a torcerse en cuanto frecuenta los ambientes de la
prostitución y asume su doble vida. Comprar sexo y convertir a esas mujeres en
esclavas le proporciona un retorcido placer al mismo tiempo que lo aleja de su
familia y su trabajo. De forma imparable, y sin que pueda evitarlo, esas relaciones
con mujeres venales, que son cada vez más violentas, le crean una adicción y
harán que salga lo peor de él, una tara genética que ya tuvo su padre y él ha
heredado intentado, en vano, ocultarla.
en librerías a partir del 15 de junio
Primera presentación
SEMANA NEGRA DE GIJÓN
13 de julio
Espacio A Quemarropa
Presenta Carlos Salem
Comentarios