EL LIBRO

VIVIRÉ CON SU NOMBRE, MORIRÁ CON EL MÍO
Jorge Semprún. Tusquets Ediciones. 236 Pgs.
Impresiona sumergirse, de la pluma vigorosa y extraordinariamente lúcida de Jorge Semprún, trozo vivo de nuestra historia, en la novela que rememora su estancia en Buchenwald, aunque lo haya hecho, precisamente, en el marco idílico del Valle de Arán, entre pastos, vacas y caballos de tiro.
Quiénes nos hemos acercado literariamente al Holocausto, a la barbarie nazi, lo hemos hecho, mayoritariamente, con la documentación ─ escalofriante─ y la imaginación ─ un viaje de pesadilla. Pero hay una serie de autores, como Primo Levi, Imre Kertész y el propio Semprún que vivieron en primera persona esa traumática experiencia y lo literaturalizaron, quizá para exorcizarla o para dejar constancia de la locura vesánica del hombre.
No hay en VIVIRÉ CON SU NOMBRE, MORIRÁ CON EL MÍO un solo atisbo de heroicidad, ni está escrita para subrayar la imagen de víctima del autor; en un intento de desdramatización, para llamar a las cosas por su nombre, Semprún advierte desde las primeras páginas de su novela que él tuvo “la suerte” de no estar en un campo de exterminio sino en un campo de trabajo del que, sin embargo, muy pocos salían con vida debido a una explotación física feroz y un régimen alimenticio paupérrimo. Cuenta el resistente, el luchador Semprún encuadrado en las filas del comunismo internacional, recién salido de la España republicana, su vida diaria entre las alambradas, sus cuitas, las discusiones entre camaradas ideológicos, los sueños que les hacían volar por encima de su encierro, la miseria física, el hambre, la suciedad, la brutalidad de sus carceleros, adversidades que afronta con la fuerza del superviviente que les falta a otros que sucumben ─ dramático leer cómo el protagonista descubre la muerte en quiénes se cruzan en su camino antes de que les llegue, esas miradas de vencidos que ya no quieren luchar para seguir viviendo y aceptan con mansedumbre su final ─ y se extiende en la emotiva anécdota que inspira el título del libro, en ese alter ego, un moribundo al que, por motivos de su propia seguridad ─ hay rumores de que la Gestapo lo va a trasladar a otro campo de concentración, con la amenaza que ello supone para su vida ─ usurpa su nombre y personalidad y le da la suya.

Es en esos momentos, en esa extraña relación, en las imágenes inquietantes de Jorge Semprún observando al muchacho moribundo que le va a salvar, durmiendo a su lado, esperando una muerte inevitable que le dé a él un nuevo soplo de vida, donde se encuentran los tramos más emotivos de una novela de estructura moderna y dinámica, de frase corta y escasa adjetivación, que discurre en presente y pasado, reflexiona sobre el mismo hecho de la escritura, hasta el punto de dialogar con el lector, y que es toda una lección de ética revolucionaria y extraordinaria literatura testimonial. Como bien dice, la novela es una especie de débito moral para que recordemos la infamia y no se repita. Pero la infamia, pese a ser recordada, se repite. JOSÉ LUIS MUÑOZ

Comentarios

M. Deveriá ha dicho que…
Qué buena reseña, José Luis. Y qué desesperanzadoras tus palabras del párrafo final.

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