LA PELÍCULA
LA OLA
Dennis Gansel
Vuelve a estar en la vanguardia de la expresión cinematográfica el cine alemán, tras ese movimiento histórico que se llamó el Nuevo Cine Alemán ─ traslación tardía de la Nouvelle Vague francesa que en España tuvo su traducción en la Escola de Barcelona, formalista en extremo, pretenciosa y algo vacua, pero que fue cuna de grandes realizadores ─ y una pléyade de nuevos y jóvenes cineastas germanos, con muchas cosas qué decir y con mucho ímpetu narrativo están tomando el relevo de los Rainer Werner Fassbinder, Wolker Schloendorff, Werner Herzog o Wim Wenders de aquellos tiempos de gloria, y lo están haciendo con un nivel de compromiso muy alto, con películas directamente imbricadas en la realidad social de su país y de Europa.
La Ola, del joven realizador Dennis Gansel (Hannover, 1973) ─ El fantasma, Chicas al ataque y Napola ─ es una buena prueba de ese buen momento y del compromiso del cine con la sociedad. Inspirándose en un hecho real ─ el experimento que en otoño de 1967 llevó a cabo Ron Jones, un profesor de historia de un instituto de Palo Alto en California, con un grupo de alumnos como respuesta a la pregunta de uno de ellos: ¿Cómo es posible que el pueblo alemán alegue ignorancia ante la masacre del pueblo judío? ─ Gansel traslada la acción de su película a un centro escolar alemán, a una sociedad muy sensibilizada con su pasado nazi, que afectó directamente a los padres o abuelos de sus jóvenes, y a un país en el que la ideología nazi fascista está considerada delito. En ese contexto Jürgen Vogel (Rainer Wenger), un profesor conflictivo y con ideas ácratas que se movió en su juventud en ambientes okupas, recibe del director del centro el encargo de impartir un seminario, durante la semana de proyectos del instituto, sobre autarquía, lo más distante a su ideología y forma de ser, mientras el conservador director del centro imparte nociones sobre anarquía. El profesor Vogel, ante el desafío de impartir nociones de una ideología totalitaria que detesta, concibe un experimento tan radical como práctico para explicar las técnicas de seducción totalitarias, y lo que hace es convertir en autárquicos a los miembros de su clase mediante la disciplina impuesta ─ los hace formar antes de que empiecen las clases, patear el suelo rítmicamente, como si fueran un escuadrón, típicas técnicas de cohesión y anulación del uno en el todo ─ , el gregarismo ─ han de ser iguales, sin diferencias entre pobres y ricos, por lo que se visten todos con camisas blancas ─ y una denominación común bajo la que se sientan identificados, con un símbolo a modo de estandarte: La Ola. Ante su estupor comprueba que, a la semana, todos sus alumnos han desarrollado tics filo fascistas, sin ser conscientes de ello, y tienen actitudes intolerantes y excluyentes hacia los demás alumnos del centro docente, sobre los que ejercen la presión y la violencia. El experimento, cuando lo intente detener, se le irá de las manos, no lo podrá controlar.
Es la película de Gansel, dentro de su esquematismo buscado, tremendamente didáctica, un valiente alegato contra ese fascismo latente que anida en nuestra sociedad y puede regresar en cualquier momento. Rodado con una técnica casi documentalista, sin florituras ni adornos, casi a golpes con una cámara que se muestra inquieta y disecciona el vacío de una juventud sin alicientes ni patrones, La Ola es, sobre todo, un film útil, una película que se debería pasar y comentar en los centros docentes para hacer saltar la polémica, porque esta película ejemplar alerta sobre lo tremendamente fácil que es, hasta para los que reniegan de él, caer de nuevo en el fascismo.
Vuelve a estar en la vanguardia de la expresión cinematográfica el cine alemán, tras ese movimiento histórico que se llamó el Nuevo Cine Alemán ─ traslación tardía de la Nouvelle Vague francesa que en España tuvo su traducción en la Escola de Barcelona, formalista en extremo, pretenciosa y algo vacua, pero que fue cuna de grandes realizadores ─ y una pléyade de nuevos y jóvenes cineastas germanos, con muchas cosas qué decir y con mucho ímpetu narrativo están tomando el relevo de los Rainer Werner Fassbinder, Wolker Schloendorff, Werner Herzog o Wim Wenders de aquellos tiempos de gloria, y lo están haciendo con un nivel de compromiso muy alto, con películas directamente imbricadas en la realidad social de su país y de Europa.
La Ola, del joven realizador Dennis Gansel (Hannover, 1973) ─ El fantasma, Chicas al ataque y Napola ─ es una buena prueba de ese buen momento y del compromiso del cine con la sociedad. Inspirándose en un hecho real ─ el experimento que en otoño de 1967 llevó a cabo Ron Jones, un profesor de historia de un instituto de Palo Alto en California, con un grupo de alumnos como respuesta a la pregunta de uno de ellos: ¿Cómo es posible que el pueblo alemán alegue ignorancia ante la masacre del pueblo judío? ─ Gansel traslada la acción de su película a un centro escolar alemán, a una sociedad muy sensibilizada con su pasado nazi, que afectó directamente a los padres o abuelos de sus jóvenes, y a un país en el que la ideología nazi fascista está considerada delito. En ese contexto Jürgen Vogel (Rainer Wenger), un profesor conflictivo y con ideas ácratas que se movió en su juventud en ambientes okupas, recibe del director del centro el encargo de impartir un seminario, durante la semana de proyectos del instituto, sobre autarquía, lo más distante a su ideología y forma de ser, mientras el conservador director del centro imparte nociones sobre anarquía. El profesor Vogel, ante el desafío de impartir nociones de una ideología totalitaria que detesta, concibe un experimento tan radical como práctico para explicar las técnicas de seducción totalitarias, y lo que hace es convertir en autárquicos a los miembros de su clase mediante la disciplina impuesta ─ los hace formar antes de que empiecen las clases, patear el suelo rítmicamente, como si fueran un escuadrón, típicas técnicas de cohesión y anulación del uno en el todo ─ , el gregarismo ─ han de ser iguales, sin diferencias entre pobres y ricos, por lo que se visten todos con camisas blancas ─ y una denominación común bajo la que se sientan identificados, con un símbolo a modo de estandarte: La Ola. Ante su estupor comprueba que, a la semana, todos sus alumnos han desarrollado tics filo fascistas, sin ser conscientes de ello, y tienen actitudes intolerantes y excluyentes hacia los demás alumnos del centro docente, sobre los que ejercen la presión y la violencia. El experimento, cuando lo intente detener, se le irá de las manos, no lo podrá controlar.
Es la película de Gansel, dentro de su esquematismo buscado, tremendamente didáctica, un valiente alegato contra ese fascismo latente que anida en nuestra sociedad y puede regresar en cualquier momento. Rodado con una técnica casi documentalista, sin florituras ni adornos, casi a golpes con una cámara que se muestra inquieta y disecciona el vacío de una juventud sin alicientes ni patrones, La Ola es, sobre todo, un film útil, una película que se debería pasar y comentar en los centros docentes para hacer saltar la polémica, porque esta película ejemplar alerta sobre lo tremendamente fácil que es, hasta para los que reniegan de él, caer de nuevo en el fascismo.
JOSÉ LUIS MUÑOZ
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