LAS PELICULAS

ÁGORA
Alejandro Amenábar




Hace un buen puñado de años, al socaire de los fastos del “Descubrimiento de América” ─ lo pongo entre comillas porque el continente estaba suficientemente descubierto por sus pobladores ─ Carlos Saura realizó una de sus mejores películas, dejando aparte la magistral La caza, que fue literalmente triturada por la crítica: El Dorado. Esa cinta épica y shakesperiana, que se centraba en el cainismo de aquel puñado de hombres enloquecidos que embarcaron para buscar fortuna en el Nuevo Mundo y encontraron, sobre todo, la muerte, la miseria y la locura, tuvo una crítica cainita que se cebó en ella, como también lo hizo con una de las películas más ambiciosas de Bigas Luna: Volaverunt. Idiosincrasia hispana que no veía bien que nuestra cinematografía levantara el vuelo del terruño y aspirara a otros universos.
Algo parecido le está sucediendo al realizador hispanochileno Alejandro Amenábar con su excelente Ágora. Una mesnada de críticos puntillosos se esfuerza en decir que la película es aburrida, que le falta pasión, que no hay tensión, que el guión es endeble, que vaya forma de despilfarrar el dinero… Pero críticos y público no van, por suerte, de la mano y Ágora se está convirtiendo, por meritos indudables, en la sensación cinematográfica de la temporada y en la película española más vista.
Tras la apabullante puesta en escena de Ágora, tras la grandiosidad de las imágenes del director hispano chileno, tan capaz de desenvolverse en el cine de gran presupuesto como de realizar una película intimista como Mar adentro, se esconde una visión crítica de la humanidad en un momento histórico que, por desgracia, se repite de forma cíclica. Ágora, pues, no es una película de romanos, aunque los haya, ni de acción, aunque ésta sea prodigiosamente recogida por la cámara de Amenábar, sino una revisión crítica de la historia de la humanidad a través de una de sus muchos períodos de intransigencia.
La última película del director de Abre los ojos es un fresco histórico construido con precisión de orfebre ─ los deslumbrantes efectos especiales no se ven sino que se intuyen, y están al servicio de la historia ─, que muestra las rencillas por el poder que se suceden en una Alejandría en donde el Imperio Romano empieza a desmoronarse, incapaz de imponerse ante el movimiento cristiano que arrasa con los últimos símbolos del paganismo y se ha infiltrado ya, como cualquier movimiento subversivo, en sus instituciones ─ magnífica la escena en la que el obispo de Alejandría pretende, sin éxito, que el prefecto romano Orestes hinque su rodilla ante la cruz ─. Ágora ofrece una visión demoledora de las religiones, sean del signo que sean, como refugio de ignorantes y rémora al avance de la civilización tan perfectamente encarnada en esa mujer valerosa, sabia y adelantada a su época, Hypatia, que en su pasión por el conocimiento, los misterios del universo y la ciencia se olvida de su propia vida.
Amenábar consigue un perfecto equilibrio entre el cine espectáculo, con escenas de gran brío dramático ─ los intentos por salvar los rollos de papiro de la biblioteca de Alejandría, por ejemplo, de la turba cristiana; las matanzas sectarias entre judíos y cristianos que se encadenan hasta la expulsión de los primeros de la ciudad; la tensión entre paganos y cristianos que se salda con la destrucción de esculturas de los dioses de los primeros ─, e intimista ─ Hypatia impartiendo clases a sus jóvenes alumnos o preguntándose por la disposición y límites del universo ─, seduce con la belleza de sus imágenes ─ magnífica la recreación de ese mundo al revés con los caballos invertidos que arrasan la biblioteca, o cómo plasma el afán destructivo del hombre en ese plano cenital y acelerado que muestra a los humanos como insaciables termitas ─ y arma un discurso crítico perfectamente trasladable a nuestros días. Si algo hubiera de reprocharle a la última película del realizador de Tesis es la endeblez manifiesta de sus protagonistas masculinos, especialmente el del tribuno Orestes (Oscar Isaac) y el del esclavo Davos (Max Minghella), ambos enamorados de Hypatia, frente a la solidez de, por ejemplo, el veterano actor francés Michael Lonsdale en el papel de Theon, padre de Hypatia.
En Ágora Amenábar describe esa lucha a muerte que, desde nuestros orígenes, ha existido entre quienes se dejan guiar por la razón y aspiran al conocimiento de todo lo que nos rodea, como la extraordinaria personalidad de la filósofa Hypatia, perfectamente encarnada por Rachel Weisz, y quienes rechazan toda racionalidad para cobijarse en el oscurantismo, en este caso concreto judíos y cristianos que se hermanan en su lucha bárbara por derribar todo atisbo de luz. Y así la película de Amenábar, con la fuerza y la belleza del gran espectáculo, con su trazo clásico y ampuloso, mete al espectador en una determinada época de la historia, el Egipto inmerso en la decadencia del Imperio Romano, con un mensaje claro y universal: el fanatismo está reñido y en colisión con el afán de conocimiento, lo niega por sistema, pero la barbarie y la ignorancia no pueden con la razón y la civilización que acaban siempre por imponerse.
La última película de Alejandro Amenábar se cierra con un broche perfecto: Hypatia estrangulada por su enamorado esclavo que nunca la tuvo, pese a desearla desde siempre, y que así la libra de la atroz lapidación a que la condenan los cristianos. Luego fue descuartizada. Pero su memoria perdura por los siglos de los siglos.
JOSÉ LUIS MUÑOZ
MALDITOS BASTARDOS
Quentin Tarantino

A veces lo mejor al adentrase en las oscuridades de los cines es llegar a ellos con las expectativas de lo que te dispones a ver por el suelo. Ese fue precisamente el estado con el que un servidor entró a ver Malditos bastardos, y creo, sinceramente, que las dos horas y media de diversión que me regaló el señor Tarantino no me hubieran causado la misma impresión en la condición contraria.
Malditos Bastardos supone la primera incursión del director de Pulp Fiction en el cine bélico, no por ello su película se subscribe en los parámetros de género, sino que vuelve hacer otra vez gala de su habilidad para el pastiche pop, cruzando entre sí diversas influencias, pero de una forma mucho más controlada y medida que en Kill Bill. Con Malditos Bastardos, Tarantino ha querido dar rienda suelta a su antojo, recreando una historia hilarante, disparatada e hiperbólica sobre unos personajes que confluyen en la Francia ocupada por los nazis. Tampoco ha dudado en utilizar personajes reales históricos, empezando por el propio Hitler o su ministro de propaganda Goebbels, para hacer su propia descabellada relectura histórica, donde hay cabida para sus placeres visuales y temáticos. Durante todo el visionado se respira esa sensación de que el propio director es el primero en tomárselo todo como un mero divertimento.
Pero este divertimento se ha construido de una forma audaz, inteligente y con una mano muy firme por parte de su creador. Todos los elementos que configuran el filme se articulan de forma precisa, consiguiendo en ocasiones, momentos de pura inspiración; como la magistral secuencia con la que se inicia el filme, donde vemos por primera vez al soberbio personaje de Hans Landa, interpretado por el próximo ganador al Oscar, Christoph Waltz. Esta secuencia es el paradigma de una de las características más habilidosas y definitorias del director norteamericano. En ella el ritmo se deja llevar por la extensión dilatada del tiempo debido a la ponderación de detalles, a priori insignificantes, pero que en el fondo, llenan de esplendor la personalidad de los personajes, y a la vez llenan de tensión la propia atmósfera. Esa espera dilatada, propia de Tarantino, se usa para cocinar a fuego lento los elementos necesarios que ayudarán a crear el efecto buscado una vez surja el inesperado golpe de efecto en forma de drama, humor, humor negro o violencia. Quizás más que en anteriores filmes, Tarantino se recrea en el silencio para emplazar y resaltar esas tensiones, sin que eso implique que abandone la palabra y sus ingeniosos diálogos como los mejores aliados para construir la historia y sus conflictos.
Malditos bastardos supone uno de los trabajos más brillantes en dirección de actores que se pueda recordar de su director. Si bien el citado Waltz se lleva la palma entre el elenco actoral, consiguiendo con sus apariciones subir enteros todo el filme, también merece un gran mención Brad Pitt como teniente de la cuadrilla de bastardos que pueblan esta cinta. La caracterización de su personaje, junto al esmero en su pronunciación tejana, y la gracia en cómo se desenvuelve su interpretación, hacen que el personaje de Aldo Raine sea uno de los más conseguidos en su destacable carrera de actor. A esto hay que añadir los convincentes papeles de todos los componentes de la cuadrilla de bastardos, el de las dos damas del filme, o el de los personajes nazis.
Tarantino ha vuelto con Malditos Bastardos a la temática recurrente de sus más recientes producciones. La venganza gira como motor de explosión de estos personajes extremos, que como es habitual, tienden a la exageración. El personaje que gira más alrededor de las ansías de venganza es el de Shosanna, la verdadera protagonista de esta cinta dividida en diferentes capítulos.
Una de las partes más logradas del filme en el último capítulo que enmarca todo el acto final del filme. Dentro de él se presencia una de las secuencias más desternillantes de los últimos años, donde por primera vez Tarantino bebe de los hermanos Marx para articular una secuencia imborrable en la que se escenifica el deseado encuentro entre el Coronel Landa (el cazador de judíos) y los tres miembros infiltrados de los malditos bastardos. Una secuencia cargada de momentos de desconcierto y despropósito imbuidos por la distancia que los idiomas y la pronunciación separa a los personajes que intervienen (imprescindible verla en versión original) y cuyo resultado más elocuente se produce al ver una sala entregada a la carcajada.
Pero no todo en la película son halagos, también se le puede recriminar ciertas licencias poco creíbles en su trama, pero que quedan algo diluidas en su conjunto por la eficaz labor del director de Jackie Brown para hilar en su guión las diferentes historias divididas en capítulos. Dentro del tono del filme, los frames congelados con infografía de por medio, o las subtramas de explicación de algunos personajes no acaban de cuajar dentro del conjunto. También se podría haber olvidado de esa historia de amor no correspondida entre el héroe de guerra alemán, Zoller (Daniel Brühl), y la propia Shannon, que además presenta una conclusión muy chirriante y desubicada.
La música siempre ha tenido una presencia cautivante y primordial en los filmes de este director, pero es quizás este largometraje el que menos peso sonoro presenta a lo largo de su recorrido. Tarantino se vale de partituras de su indispensable Ennio Morricone para ambientar esos primeros compases con puntos de referencia en el spaghetti western, y la mayor parte de situaciones tensas. En este sentido, su apuesta más heterodoxa es la acertada inclusión del tema de David BowiePutting out the Fire”, perteneciente por otro lado a la banda sonora de la película Cat People, en el inicio del último capítulo.
Malditos bastardos es una comedia salvaje, repleta de humor negro, con ciertos elementos tarantinianos, y ciertos elementos caraCursivacterísticos del cine bélico y de otros géneros que han marcado a su autor (Doce en el patíbulo y Aquel maldito tren blindado son los máximos referentes) . Una divertida comedia que muestra a un Tarantino más maduro en su ejecución, pero igual de gamberro en sus intenciones, y que dejará muy buen gusto a los que se dejen llevar por su tono desenfrenado y desprovisto de profundidad.
MARC MUÑOZ

Comentarios

Felisa Moreno ha dicho que…
Vaya, hace tiempo que no vengo a visitarte o es que has cambiado recientemente el aspecto de tu blog. Tengo que decir que me gusta más así, la lectura es más cómoda en negro sobre blanco, quizás las fotos pierdan un poco, pero merece la pena. Te sigo leyendo.
Besos
José Luis Muñoz ha dicho que…
Me alegra saber de ti. Te imagino enfrascada en nuevos proyectos literarios. Yo, de aquí a unos días, marcho para la Fería del Libro de Miami con EL CORAZÓN DE YACARÉ. Y tengo un par de novelas a medias por ese afán viajero que me ha dado últimamente. Mira las fotos de Hierro que he colgado en el blog y seguro que te animas a volar a la isla. Y sí, en este formato el blog es mucho más legible.
Besos
Manuel ha dicho que…
Me voy a hacer el harakiri cinematográfico: "Ágora" me decepcionó. Sé que Amenábar despierta pasiones a su favor (normalmente también la mía) y que no es nada cómodo poner reparos a su película ante nadie, incluido tú, porque ya he leído cómo te ha gustado. Quizá se podría aplicar a mi caso exactamente eso que comentáis a propósito de la película de Tarantino: es mejor entrar en la sala con un umbral de expectativas bajo. Puede ser que a Amenábar le venga grande la grandiosidad, porque a pesar de los logros visuales indiscutibles, no me transmite casi nunca la sensación de realidad y puedo oler el cartón piedra (o el aroma que desprenda el programa informático del que se haya valido) durante todo el tiempo. Estoy de acuerdo con que los dos protagonistas masculinos carecen de chicha. Los diálogos son absolutamente previsibles e irrelevantes. Y por lo que respecta a la historia, aunque en términos generales halague a los que preferimos el pensamiento a la barbarie, me parece demasiado estereotipada, demasiado maniquea; también debió haber cristianos tolerantes y paganos embrutecidos. No puedo evitar la sensación de que detrás del discurso principal subyace una especie de ajuste de cuentas personal (entiendo que ha debido sufrir lo suyo) con el cristianismo. Siento una antipatía, que no hace distinciones, por todas las religiones, pero creo que uno de los fines de cualquier tarea intelectual rigurosa debe ser el de desmontar los tópicos manidos e instalados en el imaginario colectivo. Estos, en cuanto a religiones se refiere, podrían ser unos cuantos: que el paganismo fue preferible al cristianismo; que el refinamiento intelectual y artístico medieval fue patrimonio exclusivo del islam, y no de los cristianos; que el protestantismo ha sido y es ética y culturalmente superior y más tolerante con el prójimo que el catolicismo; y así sucesivamente. Me hubiera gustado una mirada nueva al respecto. Lamento discrepar con casi todos en esta ocasión.

Y otra cosa, ésta dirigida a Marc: una tarde de Semana Santa de 1976, con 12 años, acudí a la primera sesión, a las 4 de la tarde, en el cine Darymelia de Jaén a ver una nueva versión de King-Kong. Salí de allí enamorado para siempre de Jessica Lange (ya en la calle volví a fijarme en la cartelera para aprender su nombre, que nunca olvidé) Desempolvo así mis galones de prematuro admirador de esta fascinante señora, y me permito recordar dos hitos de su carrera que creo que no deben olvidarse: en primer lugar, "Frances" (1982), de Graeme Clifford, que me parece que es su mayor recital interpretativo, un papel de madurez aún en los primeros años de su carrera. Si en "King-Kong" enamoró al niño que fui, en medio de la vitalidad y la aventura, en "Frances" sedujo al hombrecito que recibía una de sus primeras sobredosis de amargura y desamor cinematográficos. A mi juicio, otra lección a menudo olvidada, nos la regala en "Titus" (1999), de Julie Taymor, aunque el conjunto de la película sea bastante irregular.

Que tengas muy buen viaje a las Américas y te traigas sugerencias interesantes en la mochila.

Un abrazo.
Manuel ha dicho que…
Marc: comparto casi todo lo dicho sobre "Malditos bastardos". No soy el espectador-tipo del cine de Tarantino, y quizá por eso mismo me llevé la misma agradable sorpresa que tú. A veces da la impresión de que la erudición fílmica de Quentin es tal que le desborda en algunas películas. Creo que la has diseccionado con mucho acierto, y la principal pega que se me ocurre es que aún le sobra algo de casquería. En la dirección de actores, sobre todo, creo que brilla especialmente. Parece sacar lo mejor de cada uno.
José Luis Muñoz ha dicho que…
Pues Manuel, creo que no hay nada más personal que ver una película, o leer un libro, que a fin de cuentas resulta una experiencia que no podemos extrapolar de uno a otro. A mí me gusta, en general, Amenábar, pero con Ágora me fascinó,literalmente, me la creí, desde el primer instante, seducido por la verosimilitud del decorado que tú dices ver de cartón piedra mientras yo creí de piedra piedra. Te diré que detesto los efectos visuales hechos con ordenador, porque los capto siempre, pero no los de maquetas, que son los clásicos, los que utilizó Kubrick para su odisea espacial, los que utilizó Polanski para la devastada Praga de El pianista. Y esa Alejandría reconstruida con fidelidad me fascinó. Además creo que es una película hecha contra la intolerancia, sea del credo que sea. Hay cristianos intolerantes, fanáticos, que parecen los actuales talibanes, como hay judíos intransigentes, y te diré que, en mi reciente visita a Egipto pude comprobar, in situ, los destrozos de los cristianos en los templos, borrando un buen número de figuras humanas. Y creo que refleja bastante bien la pasión de Hypatia por el conocimiento, esa fascinación por la astronomía, sus elucubraciones sobre el movimiento de los planetas alrededor del sol, que se convierten en su pasión principal.
En lo que estamos completamente de acuerdo es en la escasa entidad de los dos protagonistas masculinos, realmente inanes.
Te agradezco mucho tu brillante análisis de la película, aunque no coincidamos.
Manuel ha dicho que…
Es cierto, José Luis, que el gusto es algo difícilmente transmisible y explicable. Más allá de eso, quedémonos con lo más positivo, que es nuestra coincidencia en el rechazo a la intolerancia. Ojalá que la película de Amenábar, aunque a mí me ha gustado tan poco, abra los ojos a algunos y les ayude a apearse de sus tesis más intransigentes.
Un abrazo.

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