MIS LIBROS

EL CORAZÓN DE YACARÉ viajará a Miami y será presentado en la Miami Book Fair International


Y también su autor, diluido entre los 400 autores invitados a la Miami Book Fair International durante los días 14, 15 y 16 de noviembre en los que presentaré este trhiller romántico, sangriento, mágico, politizado y negro editado por Imagine Ediciones, que obtuvo el Premio Ciudad de Seseña, y debatiré sobre el estado de la novela negra iberoamericana con los colegas Paco Ignacio Taibo II, de México, y Roberto Ampuero, de Chile, a las 4,45 pm del 15 de noviembre en el Room 3313/3314 (Building 3, 3rd Floor).
Paco Ignacio Taibo II
Mexico, Spain
Periodista, historiador y escritor. En 1986 funda la Asociación Internacional de Escritores Policíacos y un año después crea el festival multicultural Semana Negra de Gijón, en España, por el que han pasado miles de escritores de novelas policíacas, y ciencia ficción. La carrera de Taibo como escritor cuenta con más de 50 títulos: novelas, libros de cuentos, tiras cómicas, reportajes periodísticos, y ensayos históricos. Entre sus obras: Nacimiento de la memoria; Ernesto Guevara, también conocido como el Che (Premio Bancarella 1998); Héroes convocados: manual para la toma del poder (Premio Grijalbo de Novela 1982); De paso (Premio Café Gijón 1986); Cuatro manos (Premio Latinoamericano de Novela Policíaca y Espionaje); La lejanía del tesoro (Premio Internacional de Novela Planeta─Joaquín Mortiz 1992); Muertos incómodos; Olga Forever; y Pancho Villa. Una biografía narrativa. Este año presenta en la Feria Tony Guiteras. Un hombre guapo, ensayo historiográfico sobre la llamada Revolución del 33 en Cuba.
Roberto Ampuero
Escritor, columnista y profesor universitario. En su primera novela, ¿Quién mató a Cristián Kustermann?, introdujo al detective, de origen cubano, Cayetano Brulé. Desde entonces el sabueso ha vuelto a aparecer en Boleros en La Habana; El alemán de Atacama; Cita en el azul profundo; y Halcones de la noche. En El caso Neruda, –que expone en la Feria─, Ampuero narra la “primera” investigación de Brulé, encargada nada menos que por Pablo Neruda, en momentos en que éste se acerca a la muerte, y el país se encuentra al borde del colapso.
José Luis Muñoz
Escritor de novela policíaca, aunque su trayectoria como autor de 25 obras, abarca otros géneros, como el erótico o el histórico. En 1990, obtuvo el premio de literatura erótica 'La sonrisa vertical'. También ganó el Premio Internacional de Novela Romántica Villa de Seseña 2008 con El corazón de Yacaré, una historia de “amor enloquecido” en la que una mujer hace todo lo posible por recuperar el corazón de su amado muerto, ahora en el cuerpo de otro hombre. Esta obra la presenta en la Feria de Miami.


Según noticias fresquísimas mi última novela ya se encuentra en suelo norteamericano de Florida a disposición de todo el que desee comprarla y yo, con mucho gusto, cuando aterrice, se la firmaré.
Si clican a continuación tendrán el mapa exacto de la localización del evento, para que no se pierdan los que vayan a él.
http://www.miamibookfair.com/events/serie_negra_iberoamericanaem.aspx
Y para hacer boca, un fragmento de la novela que se presentará en la feria, el primer capitulo, íntegro, de EL CORAZÓN DE YACARÉ, ilustrado por fotos propias y otras de la pelicula brasileña TROPA DE ÉLITE que le van como el anillo al dedo.

CAPÍTULO 1

El inspector Nelson Correa siempre se levantaba a la misma hora, con la noche dejando paso a la mañana, con la luz cruda de la amanecida filtrándose por las rendijas de las persianas entreabiertas para que la casa respirara y sus habitantes no se ahogaran. Tocaban las seis en el rancio despertador de la mesilla de noche, un artilugio con patas y estridencia metálica, y prendía él, casi simultáneamente, la radio que daba las buenas nuevas del día, echaba las cartas sobre el futuro y enfatizaba sobre la bondad del régimen.
─ ¡Buenos días! ¡Aquí, Radio Macladán, la Radio de la nación! El presidente Duarte inauguró ayer tarde el pantano del río Negro, una de las obras faraónicas que llevará la luz a los rincones más recónditos de nuestra madre patria. Se perfila un acuerdo entre la potente compañía de telefonía norteamericana Eon y la Compañía Telefónica Nacional dirigida por el ingeniero Santiago O’Higins, el prócer de las finanzas y una de las fortunas más consolidadas de la América latina que hoy, precisamente, celebra un lustro de matrimonio con la bella señorita doña Beatriz. Hoy, el dólar americano se cotiza a 340 pesos en el mercado cambiario callejero, algo menos en las instituciones financieras. Se esperan, durante todo el día, vientos suaves del Pacífico que disolverán las pocas nubes que barran el paso del sol. Buen día de playa para los afortunados que no tengan que trabajar. Les habla Florencio Ortiz, Radio Macladán, la de las verdades como puños.
Con las gárgaras, tras el afeitado, la radio informaba del estado de las carreteras que llevaban a los trabajadores al núcleo capitalino, ese ejército de barrenderos, obreros, funcionarios públicos, bomberos y policías que cada mañana se ponía en marcha para que el país avanzara y todo continuara igual, con la paz y el aburrimiento de los cementerios. Tensaba la piel, con los dedos, Nelson Correa y la cuchilla rasuraba de arriba abajo, primero, de derecha a izquierda, luego, buscando, obsesiva, el último pelo para terminar amputando los que salían, rebeldes, de los orificios nasales. La precisión del afeitado hacía posible que la nata de la crema que envolvía sus mejillas, como una barba de Santa Claus, no enrojeciera casi nunca por la sangre.
─ Insólita noticia en la capital – decía el pequeño televisor de veintiséis pulgadas que acababa de prender en la cocina mientras aparecía en imagen una piscina descuidada, un cadáver flotando en ella, sin cabeza, y un enorme cocodrilo al que los empleados del zoológico, con dificultades, trataban de echarle el lazo ─. En una finca de las afueras, un enorme yacaré, esa especie de cocodrilos enormes y sanguinarios que se caracterizan por su fiereza y suelen vivir en el interior de nuestras junglas, irrumpió en una piscina y devoró al dueño que se estaba bañando en ella en ese preciso momento. Fue necesaria la presencia de empleados del zoológico, policías y bomberos para reducir a la fiera que había decapitado, de un mordisco, al infortunado bañista. No son habituales, por fortuna, esos ataques de los yacarés. Pero si tiene piscina, tome precauciones antes de darse un baño.
Tomaba café, negro, sólo, sin azúcar, y lo hacía de pie, en la cocina, mientras miraba distraído las imágenes que aparecían en el televisor combi de colores tan rabiosos, a punto de explosión, que precisaban un pronto sintonizado.
─ ¡Caramba con el yacaré!
Luego, ya vestido, abría el armario, hurgaba entre las mantas, a ciegas, hasta que topaba con la culata de su Smith & Benson y la metía discretamente en la sobaquera.
El saco de lino, muy leve, no ocultaba el bulto. No importaba. El bulto decía, a distancia, lo que era, le ponía adjetivo; el bulto espantaba a la gente, hacía torcer de calle a los malhechores, conseguía que los subversivos se lo pensaran dos veces antes de sembrar panfletos, pintar paredes o cortar el tráfico.
Con sus treinta y tres años recién cumplidos Nelson Correa era uno de los inspectores más jóvenes del distrito capitalino, con una carrera prometedora por delante y con unas oposiciones en el cercano horizonte que, junto a sus inmejorables informes, lo iban a catapultar, si nada se torcía, a la elite de la Inteligencia, a manejar información privilegiada y, por lo tanto, a detentar su parcela de poder.
─ ¿Son las siete?
─ Son las siete, gordi –afirmó.
La voz femenina había salido de entre un montón de sábanas amontonadas cuyas rugosidades formaban una pirámide, un murmullo como de ultratumba, quebrado por el sueño. Irma seguía siendo una niña cuando dormía. Pateaba todo lo que le cubriera, porque todo lo que la tapara le molestaba. Las sábanas eran una montaña informe de la que sobresalía, a cachos, su cuerpo. Bueno, lo que el camisón mostraba: las pantorrillas gruesas de campesina andina y los brazos rebozados de carne morena. Buena chola para pellizcar.
─ ¿Vendrás a comer? – preguntó, sin acabar de abrir los ojos, con las pestañas pegadas con legañas.
─ No creo. Tengo trabajo.
─ Ten cuidado, amor. Un besito para tu gordi.
El beso en los labios marcaba su partida. Se inclinaba y los rozaba con los suyos. La boca de Irma guardaba el aliento fuerte de la noche. El beso fue acompañado de una caricia mecánica, en la cabeza, y luego Nelson Correa marchó hacia la calle, bajó los dos pisos que lo separaban del portal y salió al exterior tomando las precauciones habituales. Nadie a la derecha, nadie a la izquierda. Tras lo que, mirando los bajos del coche con un palo de golf armado con un espejito – la guerrilla tenía traza en dinamitar los coches de los torturadores colocando cargas adheridas con imanes – se puso al volante del Buick y arrancó calándose las Rayban.
El tráfico era lento. Las informaciones de la radio sobre el tránsito capitalino rara vez se equivocaban, pero carecían de mérito: podían tener grabado el mensaje y soltarlo cada día a la misma hora y no errarían nunca el pronóstico. Camiones, autobuses con proletarios, buses escolares y todoterrenos, que parecían tanquetas y consumían las pocas reservas de petróleo que quedaban en el país, copaban el asfalto, esa cinta gris, sinuosa, plagada de ruidos y humos en la que los automovilistas ya se encolerizaban a primera hora de la mañana y hasta llegaban a las manos o a cosas peores. Pasó por delante de un accidente: un coche ardía, en el arcén, y en el suelo un bulto cubierto con una lámina de papel de aluminio del que sobresalían apenas los pies carbonizados de uno de sus ocupantes. Redujo la velocidad, de inmediato. La policía metropolitana ya había llegado, y también los bomberos que se empleaban a fondo con los rescoldos del auto cubriéndolo de polvo amarillo.
─ Mal presagio – murmuró, buscando un pitillo en la guantera del carro.
Cuando ocupó su silla giratoria del despacho cuatro del quinto piso de la Jefatura, el llamado Búnker Negro por el color siniestro de sus paredes de acero y por lo inaccesible que era su entrada y lo difícil que era salir entero de allí vivo, muerto era otra cosa, el informe ya estaba en su mesa. Leyó en voz alta a sus hombres:
─ Maikel Yousani Izquierdo. Con ese nombre está dicho todo – Y, abriendo la carpeta de plástico, lo ojeó. Lo primero que vio fue la foto. No le dijo nada. Un rubio blanquito, uno de esos estudiantes mesiánicos que se meten a obreros para redimir al proletariado. Leyó sus credenciales: estudió en la Sorbona ─. No falla ─ dijo ─: el vivero de los subversivos. Y dirá que estuvo en el Mayo del 68 y que allí conoció a Regis Debray. Todos iguales esos mostrencos.
Rodrigo Pastora, que aguardaba de pie, se sentó frente a él, al otro lado de la mesa, y prendió un cigarro. Grueso como el tronco de una secuoya y con una ridícula peluca de rizos pegada al cráneo alopécico: pero se había olvidado de las cejas, dos trazos pintados con corcho quemado, con lo que su cara, además de provocar risa, inquietaba. Matón de sala de fiestas antes que policía; policía para purgar las culpas del pasado; guardaespaldas de político, durante seis meses, hasta que la desgracia, o su impericia, se cebó con él y su protegido voló por una carga de dinamita en mil pedazos mientras él se emborrachaba con cachaça en un tugurio a pocos metros del atentado. Ahora estaba castigado a patear las calles bajo las órdenes de ese joven inspector que lo detestaba en su fuero interno y no soportaba su ridícula peluca ni el olor del tabaco que fumaba.
─ ¿Por qué no te compras rubio, Pastora? – le soltó malhumorado Nelson Correa ─. Apesta ese tabaco infecto que te fumas. ¿Son hojas o rabos?
─ Cuándo gane como usted, jefe, fumaré Marlboro.
─ Si vales puedes cubrir mi plaza cuando quede libre. Pero no te veo impartiendo órdenes, porque con esa cara de chiste nadie te va a obedecer ni a tomar en serio. La imagen sí importa, Pastora.
─ Es usted muy faltón – respondió, con una mueca que alteró su rostro en una falsa sonrisa ─. Me repele el mando. Me da miedo tener responsabilidades sobre mis espaldas. ¿A quién se echa las culpas cuando uno se equivoca?
─ Siempre es mejor que ser mandado.
─ ¿Cómo está su señora india?
Frunció el ceño Nelson Correa, apretó la mandíbula, lo miró con una llamarada de ira en los ojos.
─ Pastora, te estás pasando. Te puedo enviar de carcelero.
─ Es una guapa india su gordi.
─ ¿Cuánto hace que no te rompieron la mandíbula?
─ Vamos, vamos. No acepta bromas, inspector jefe. – y cambiando de tema ─ ¿A quién hay que echar el lazo?
─ A éste – clavó el dedo en la cara de la fotografía, entre los ojos ─. Hay una denuncia. El chivato de la fábrica nos ha dado su nombre. Un subversivo que quiere pudrir las manzanas.
─ ¿Ese negro es de fiar?
─ Ese negro larga por la plata. Vende a cambio de guita a su madre si es preciso. Sabiendo dónde vive, no me extraña lo más mínimo. Me fío del informante.
─ Parece que no haya roto un plato el blanquito – dijo Rodrigo Pastora mirando la fotografía a través del humo de su cigarrillo.
─ Esos son los peores: luego te vuelan los cojones porque te confías en su cara de santurrones.
─ ¿Creando una célula?
─ Lo intenta. Pero no le vamos a dar tiempo. Estos tipos son como los misioneros, como los mormones esos con cara de acelgas gilipollas que van en parejas y con la Biblia bajo el sobaco. Haz las llamadas oportunas y comprueba que no sea el hijo, el hermano, el sobrino de alguien importante. Y te vienes.
─ Okey, jefe.
Cada vez resultaba más difícil controlar Macladán. Día a día brotaban subversivos en las fábricas, en las universidades, hasta en los colegios. Había mucho idealista con cabeza de profeta y cuerpo de mártir metido a redentor del género humano. El grupo de tareas, su grupo, un invento que precisamente le iba servir para ser catapultado dentro del organigrama de la seguridad del estado hacia funciones más de elite, contaba con el beneplácito del Ministerio de Seguridad Interior aunque ellos, luego, no supieran nada de sus actividades. No llevaban uniforme y utilizaban la extorsión y la violencia como herramientas cotidianas. Por algo Nelson Correa había sido el número uno de su promoción en la Casa de las Américas, un alumno aventajado de los profesores yanquis que le habían enseñado cómo sonsacar información hasta a los sordomudos.
─ ¡No tiene padrino! – dijo, triunfal, Rodrigo Pastora, volviendo a entrar en el despacho ─. Podemos troncharlo a gusto.
─ ¡Pues vamos a por él!
Dos furgonetas oscuras, sin matrículas, con cinco ocupantes cada una, salieron del Búnker. Las sirenas les abrieron camino por la estatal. La fábrica estaba en los suburbios, entre los cerros de Huete y de Paraíso, un sarcasmo si se tenía en cuenta que ése era de los barrios más infectos del distrito capitalino. Rodrigo Pastora sacó medio cuerpo fuera del primer vehículo, que lo transportaba, y exhibió las credenciales al portero de la fábrica, un indio cejijunto al que el cabello le brotaba nada más morir las cejas. Les franquearon la entrada subiendo la barrera. Los dos autos se detuvieron con un frenazo y los diez hombres bajaron. El jefe y su ayudante eran los más flacos; los otros, puros toros de lidia, suficientes para dar guerra sólo con las manos, muchachos del altiplano más anchos que altos porque la altura nunca dejaba crecer, con mandíbulas tensas y aspecto de perros de presa.
En uno de los pasillos de la fábrica, luego que salieron del montacargas, una mujer espigada y bien vestida con aspecto de secretaria los miró, atemorizada.
─ ¿Adónde van? – se atrevió a preguntar, pese a todo.
─ ¿Y el encargado? – preguntaron a su vez, esquivando la respuesta.
─ ¿Secundo?
─ Secundo. Ése.
─ En la planta de arriba.
No tomaron el ascensor. Subieron las escaleras de dos en dos y empujaron la puerta transparente de un despacho. Allí olía a papel y a burocracia, y el ruido rancio de una máquina de escribir se paró de golpe. Cuando el hombre que había dentro los vio, palideció. Le estaba extorsionando la guerrilla y creía que, no contentos con su dinero, se lo llevaban ahora a él. Pero la pinta del grupo no coincidía con la de los zurdos sino más bien con la de los paramilitares.
─ Grupo de tareas de la policía estatal – anunció Nelson Correa y el otro lo creyó, sin más, por la determinación con que lo dijo.
─ Buscamos a este hombre – Rodrigo Pastora deslizó en la mesa una foto pequeña de Maikel Yousani Izquierdo, escaneada de la del informe.
─ ¿Qué hizo? – tartamudeó el encargado.
─ Subversión.
─ ¿Están ustedes seguros?
Por la forma dubitativa de enarcar las cejas parecía que había, por parte del encargado, un deseo de salvarle que duró un instante, lo que tardó en interponerse el miedo.
─ Está en la planta de montaje.
─ Pues vamos allí.
Bajaron al sótano. Olía a hierro, a grasa, a humo de soplete. La nave, inmensa, como un hangar de aviones, permanecía en una semipenumbra y, entre hierros retorcidos, planchas en movimiento que se deslizaban sin pausa por una cadena de producción y el chispazo del fuego de los sopletes, un ejército de hombres ennegrecidos y con manos duras por los callos batallaba en silencio, cada uno atento a su función asignada, en medio de un fragor insoportable y un calor todavía peor. Enormes máquinas, como patas de elefante de hierro, pisoteaban trozos informes y arrugados de planchas de coches de cementerio hasta convertirlos en una fina y afilada plancha multicolor que era transportada en una cinta hasta gigantescos contenedores en donde caían con un rumor metódico que marcaba el ritmo del trabajo. Aquella era la planta de reciclaje de metales más importante de la capital.
─ ¿Dónde? – inquirió el inspector jefe, impaciente.
El dedo miserable de Secundino delató hacia el fondo.
─ ¡Que paren! Este jodido ruido me pone de los nervios. ¡Pare las putas máquinas, joder!
El encargado pulsó un timbre, sonó una sirena, como la que precede a un bombardeo, y todo se detuvo. Los operarios, alzaron las cabezas y se miraron entre si mientras la cadena de producción, renqueante, agonizaba con un estertor de engranajes desengrasados.
No le dieron tiempo a reacción. Un manotazo en la cabeza le privó del casco. Luego, dos de los toros entraron a saco con él, lo derribaron con sendos golpes, se subieron sobre su cuerpo, lo inmovilizaron y esposaron, con los brazos a la espalda, ajenos a sus lamentos. En diez segundos lo arrastraban por el pasillo central de la nave ante una plantilla muda, asustada, que no reaccionaba. Pocos miraban; los más preferían desviar la mirada.
Un negro, que ocupaba el puesto de trabajo de al lado del detenido, reaccionó de forma violenta, sorpresiva.
─ ¡Cabrones de mierda! Se llevan a un compañero. Hay que impedirlo.
Era fuerte. Era más negro que la mar de noche. Que el aceite que flotaba en las aguas del puerto. Era más fuerte que las mulas que acompañaban a Nelson Correa. Tenía planta de boxeador y su imagen, esgrimiendo un enorme martillo con el que se disponía a golpear a uno de los del equipo de tareas, complicaba las cosas.
─ Baja el brazo, muchacho – le dijo Nelson Correa, apuntándole a la cabeza con la Smith & Benson ─. No te hagas el héroe si nadie te lo ha pedido. Ni el machito, negraco de mierda. Deja el puto martillo en el suelo o te baleo la sesera. ¡Oíste!
Despacio, mirándole con furia, bajó el brazo y dejó el martillo sobre una mesa metálica.
─ Así está mejor. Nada tenemos contra ti, de momento.
El negro temblaba y su piel se agrisaba. Cerró la mandíbula con fuerza y sus dientes castañearon. Impotente, amansado, vio como los del grupo de tareas arrastraban por el suelo, tras propinarle media docena de puntapiés, al rubio Maikel Yousani Izquierdo cuyo rostro ya comenzaba a ser una pulpa esponjosa. Y luego, todos dejaron de verlo.
─ ¡Vuelvan al trabajo! – gritó Secundino ─. Aquí no pasó nada. ¿Me han oído?

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Feliz viaje al otro lado del Atlántico con tu "Corazón de Yacaré".Un bello viaje.
José Luis Muñoz ha dicho que…
Gracias, Pilar. Aunque conozco Miami es un placer volver a esa ciudad que respira castellano por todos sus poros.
Susana Sosa Villafañe ha dicho que…
Entonces disfruta de la estadía.
Gracias por el capítulo. Terminaré de leer el libro en cuanto lo encuentre: este aperitivo me abierto el apetito.
José Luis Muñoz ha dicho que…
Me alegro de que te atrape ese primer capítulo, Susana, y espero que puedas disfrutar pronto del libro.
Sergio G.Ros ha dicho que…
Un capítulo muy prometedor, desde luego, que te deja con ganas de leer el resto del libro, José.
Te felicito.
Oye, que tengas mucha suerte en Miami y que vaya todo muy bien.
Sergio.

P.D. Te dejo el enlace de mi blog literario por si alguna vez te apetece pasarte
http://elalmaimpresa.blogspot.com/
Raúl ha dicho que…
Realmente interesante este pedacito de regalo que has colgado.
Recién descubierta esta casa tuya, no puedo hacer otra cosa que ser cortés. Buen viaje.

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