MIS NOVELAS
José Luis Muñoz
Erein, 2010
Durante los meses de invierno, Playa de Aro se convertía en una población fantasmal. Sin sol, y con los días grises y cortos, la muralla de altos rascacielos, que vedaba la visión del mar a los habitantes del interior de la villa turística, parecía el pináculo abandonado de una civilización extinguida que había huido hacia otro planeta y había dejado allí aquel despojo. La alegre efervescencia del verano, con el muestrario de pieles más o menos desnudas entregándose al rito solar sobre la fina arena, el bullicio de las discotecas y el trasiego de las cervezas por las terrazas de la carretera daba paso, durante los meses de invierno, a una atmósfera brumosa y triste de la que no se salvaban los comercios que echaban el cierre a la espera de tiempos mejores. La ciudad hibernaba. Era entonces cuando el aire salado y alegre del estío, que traía en suspensión ese indefinible perfume mezcla de todas las cremas solares unificadas, era sustituido por el tétrico lamento de la Tramontana que soplaba casi todo el día pero se hacía insoportable especialmente durante la larga noche, provocando el insomnio de sus escasos habitantes con sus silbidos. El mar, agrisado o pardusco, dejaba restos de espuma en la playa, con su continuo rumor, y las ramas, botellas de plástico y animales muertos de la última riada eran tributos que devolvía a su lugar de origen. La basura volvía a la tierra, de donde provenía.
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Un abrazo
Un abrazo, José Luis.