EL LARGO ADIÓS

DESAYUNO EN EL CIELO CON BLAKE EDWARDS
José Luis Muñoz

publicado originalmente en la revistas CULTURAMAS
El 15 de diciembre murió Blake Edwards, un estajanovista que hizo de todo en Hollywood: actor, guionista, productor y director. Entre 1952 y 1958 colaboró como guionista con Richard Quine. Seguramente habría dado muchas más obras maestras de las que dio, a lo largo de su larga carrera, de no tropezar con un éxito como el de La Pantera Rosa, y sus innumerables secuelas, al que recurría cuando le faltaba dinero. La Pantera Rosa fue una maldición en su carrera. Con Peter Sellers, actor por el que sentía una incomprensible predilección, rodó una memorable comedia muda, El guateque, a la que los años no han perdonado. Me gustó siempre esa película hasta que llegó un momento en que no me gustó nada. Y de guateques debía de saber mucho Edwards porque rara era una película suya en donde no los incluyera. Se decantó por la comedia, y dentro del género realizó una obra maestra, Desayuno con diamantes, sobre la novela de Truman Capote, con Audrey Hepburn y George Peppard, ambos en estado de gracia absoluta, una de las películas más deliciosas del cine y también el más fantástico y largo anuncio que se recuerda. ¿Quién no se detuvo, desde entonces, ante el escaparate prohibitivo de la joyería Tiffanys de la Gran Manzana? Para los que pudieran acusarle de no saber hacer otra cosa que comedias fue en el terreno del drama en donde filmó su mejor película, su más estremecedora: Días de vino y rosas, con Jack Lemmon y Lee Remick, una visión demoledora sobre el alcoholismo en el que se reconocen todos los poseídos por la botella, un clásico al que los años hacen más grande. Y hasta se atrevió con el western crepuscular en Dos hombres contra el Oeste con William Holden y Ryan O’Neal. Con 10, la mujer perfecta, perpetró un buen taquillazo sacando todo el partido posible de la diminuta Bo Derek y su cuerpo plastificado. Quizá se reía de sí mismo a través de Dudley Moore, el patoso que bebía los vientos por la escultural y fugaz estrella. Se casó con Julie Andrews, y la liberó del aura empalagosa de Mary Poppins o Sonrisas y lágrimas con S.O.B, Sois honrados bandidos, pero más bien Son of beach, hijo de puta, una ácida comedia contra Hollywood en la que la Andrews mostraba sus senos para escándalo de todos e incluía memorables guateques. Luego vino Víctor o Victoria, con James Garner, Robert Preston y de nuevo su mujer; Cita a ciegas, con Bruce Willis y Kim Bassinger, hasta despedirse del cine con un título olvidable en 1993: El hijo de la pantera rosa, con Roberto Begnini.
Me imagino a Mr. Edwards desayunando diamantes con Audrey Hepburn, que debe reinar en el cielo desde hace muchos años.

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