LA FIRMA INVITADA

Ramón Cabrera Naveiras es un buen amigo de este escritor y de este blog. Un narrador de raza que domina el relato corto como pocos. El que nos ofrece, galardonado como muchos de los que escribe, es desternillante, imaginativo y ácido. Desde aquí hacemos votos para que Ramón reúna en un libro todos estos relatos magníficos que ha ido publicando a lo largo de su vida literaria
LA MALA SOMBRA
(Premio Al Margen 2003 del Ateneo Libertario de Valencia)
Ramón Cabrera Naveiras
En Argolandia, durante muchísimos años, el sol nunca se puso por decisión de Rosendo Diamante el día que subió al poder:
-En Argolandia -proclamó-, por fin ha amanecido. Desde hoy declaro a la noche culpable de alta traición contra el régimen que vosotros, noble pueblo argolano, habéis elegido libremente bajo la atenta mirada de las armas que empuñaban mis leales. La noche será puesta en manos de los jueces y ellos dictarán justa sentencia condenándola al garrote vil. Se prohiben igualmente las nubes, eclipses y restantes fenómenos atmosféricos que impiden el paso de la luz solar. Sólo la claridad ha de presidir la totalidad de nuestros actos públicos y privados. El sol, así lo he decidido en beneficio del pueblo, ha de brillar siempre en el cielo de Argolandia, a partir de ahora paraíso del turismo. Dejo a mis ministros la reglamentación de esta ley que tantas bondades hará llover... -Llover no, excelencia, por lo de las nubes... -le susurró al oído el Director General de Climatología.
-... que tantas bondades hará caer sobre el país–rectificó con rapidez-, y que ha de ser, también lo tengo decidido, el motor de su constante prosperidad.
El pueblo argolano, compuesto de seis millones de almas, aplaudió con profundo agradecimiento y respeto las sabias palabras del general Rosendo Diamante, que bordó el final de su discurso con la orden de fusilar de inmediato a cuatro mil serenos recalcitrantes, doscientas ocho mil aves nocturnas y siete millones de estrellas. A la luna, de una patada magistral, la envió para siempre a las antípodas.
Los ministros se pusieron manos a la obra de inmediato. Convencidos de que lo primordial era inculcar en el pueblo, de forma sencilla, la nueva filosofía del régimen victorioso, encargaron a un grupo de juristas la redacción de un código de comportamiento que fuera de fácil manejo y asequible a cualquier inteligencia. La obra terminada, ejemplo de simplicidad, que tuvieron que aprender de memoria cuatro millones de argolanos -en el entretanto habían desaparecido misteriosamente unos dos millones-, sólo constaba de ciento ochenta y cuatro mil artículos, trescientas siete òrdenes aclaratorias, nueve mil setecientas doce disposiciones transitorias y cuatro mil una finales.
Como que por decreto siempre era de día y el sol debía lucir imperturbable las veinticuatro horas, los ciudadanos gozaban de la constante compañía de su propia sombra. Ni en el interior de las casas podían desprenderse de ellas. Una orden ministerial consideraba ilegales los edificios de más de una planta, que además debían carecer de tejados, y en las ventanas de postigos y visillos. También cualquier artilugio susceptible de proporcionar sombra fue prohibido bajo pena de muerte. Así se aseguraba el estricto cumplimiento de los clarividentes deseos del jefe del Estado, benefactor de la patria.
En cierta ocasión, los dos millones y medio de argolanos que seguían vivos y felices tuvieron la peregrina ocurrencia de manifestarse –pacíficamente, claro- reclamando agua. Llevaban ya diez años sin una gota de lluvia y los embalses, ríos y lagos estaban vacíos a causa de la sequía y las numerosas veces que la Santa Iglesia Reformista Argolana había bendecido a Rosendo Diamante. Así que, a coro y para no molestar demasiado, se limitaron a insinuar que tenían sed. Fueron dispersados de inmediato a manguerazos.
-Esto es una maniobra de mis enemigos -manifestó indignado el dictador al Jefe de Policía- y demuestra lo envidiosos que están de nuestro bienestar. Pero también pone en evidencia la ineficacia de usted al no haberme advertido antes de lo que podía pasar.
El Jefe de Policía fue ahorcado por inepto en la plaza pública entre grandes festejos y Rosendo Diamante, a partir de entonces, optó por llevar los asuntos de seguridad nacional más personalmente. Reunió en sesión extraordinaria a su Consejo de Ministros y dijo:
-Es preciso que estemos vigilantes pues una conjura extranjera pretende derribar lo que con tantos esfuerzos y vidas humanas he consolidado en estos años de paz. Las medidas serán pocas para salvaguardar al país y a sus dos millones de habitantes de los enemigos que acechan sin descanso. Ordeno que, desde hoy, la sombra de cada argolano sea nombrada inspector de la policía secreta. Ellas nos informarán de las masónicas maniobras que en la oscuridad -por lo que deduzco todavía ronda un poquitín de oscuridad por ahí- preparan los descontentos, envidiosos y desagradecidos. A ustedes compete organizar debidamente el cuerpo de investigación recién creado.
Se constituyó el M.S.P. (Ministerio de Sombras Personales) y en escasas semanas no hubo argolano sin su espía particular
-El pipí de fulanito sale rojillo -se chivó una sombra.
-Pues que lo fusilen.
-Menganito cría buzos en su azotea en lugar de palomas o jilgueros -denunció otra.
-Para ese cadena perpetua.
-Futano dice que ayer se pegó un mamporro y vio las estrellas - acusó una tercera.
-Condenado al destierro. Sólo se permite ver al sol.
En lo que no atinó Rosendo Diamante, al prohibir la oscuridad, fue que también él sería poseedor de una sombra privada.
-¡Ay, Manuela! -se lamentó una mañana a su esposa-, esta sombra mía me preocupa.
-¿Por qué? Tu sombra es distinta. Ella no es espía.
-Lo sé, lo sé, pero me saca de quicio.
-Pues es bien sencillo. Mandas que la liquiden y punto.
-No puedo hacerlo. He de dar ejemplo. Pero cada vez se hace más grande y temo que la sombra me haga sombra. Es algo insólito que no puedo tolerar.
-¡Hum! Veamos...
-Se me va a subir a las barbas, la marxista esa.
Manuela echó un vistazo a la sombra de su marido.
-Lo que ocurre es que está engordando.
-¿Tú crees?.
-Seguro. Tiene pinta de fofa, la desgraciada. Come menos y haz gimnasia. En pocos días volverá a ser lo que era, una sombra ridículamente pequeña que por contraste agigantará tu figura y tu genio económico, político y social.
-Que te oigan, Manuela, que te oigan.
El dictador se entregó de lleno a la dieta y la gimnasia. Como ejercicio físico daba diez latigazos diarios a cien argolanos -se creó un comité que fijó los turnos de voluntarios, tantos había- y para adelgazar un equipo de expertos le informó de la alimentación que seguían los obreros.
Quince días después preguntó a su mujer:
-Manuela, ¿te parece que ahora...?
Manuela cogió una cinta métrica, midió lo que tenía que medir y respondió:
-Tú has adelgazado trece quilos.
-¡Bravo!.
-Pero la sombra está mas grande -Rosendo Diamante palideció-. Yo de ti consultaría el caso a los doctores.
Los médicos fueron llamados a la presencia del Jefe del Estado.
-Señores –les informó-, algo raro le sucede a mi sombra particular. Como ustedes no ignoran, ella ha de ser una birria de sombra. Ni más ni igual que yo, sino mucho menos. Les doy permiso para que la observen un ratito y me faciliten acto seguido su dictamen científico.
La opinión fue unánime:
-Su sombra, excelencia, le supera en diez centímetros de alto y nueve de ancho. Es nuestro criterio que tiene tendencias mayestáticas.
Los doctores fueron condenados a trabajos médicos forzados en el zoo de Argolandia por conspiradores y subversivos. La sola mención de la realeza sacaba de quicio al dictador. Rosendo Diamante, luego, llamó a un mago a quien contó sus problemas.
-El asunto está clarísimo -aventuró-. Nos encontramos delante de una sombra fascinada.
-¿Con que es eso, eh?.
-Sí, y no es extraño que así sea si tenemos en cuenta que idéntica fascinación sienten por vuestra excelencia el millón de argolanos del país. Se trata de una devoción pura y sana, aunque tal vez celosilla. Crece para que os fijéis en ella. Hacedlo durante cierto tiempo y veréis como se tranquiliza, a continuación mengua y las aguas vuelven a su cauce.
Rosendo Diamante siguió al pie de la letra los consejos del mago que, en agradecimiento, fue nombrado Director del Banco Central Argolano.
Manuela advirtió un día a su marido:
-A mi modo de ver te estás pasando.
-Lo hago por el bien de la patria.
-Repito que te pasas y, además, tanta atención con tu sombra me mosquea. Corren rumores de que andas liado.
-Liado y muy liado lo tengo todo, efectivamente.
-Liado con ella, con la sombra.
-Maledicencias del liberalismo internacional, que me quiere hundir.
-¡Qué imaginativo eres, hijo! Tú no te enteras de nada, pero...
-¿Pero?
-Yo me he fijado en que tu sombra hace unos gestos y unos contoneos que...
-¡Bah!
-Tú no puedes darte cuenta porque casi siempre anda detrás de tí. Y eso es lo que me preocupa. Llevamos mucho tiempo sin... A ver si resulta que eres menos macho de lo que se asegura.
-¡Manuela!
-¡Ni Manuela ni porras! Tu sombra tiene inclinaciones homosexuales y eso ya está en la calle, lo murmuran los ochocientos mil argolanos.
Rosendo Diamante ingresó en una clínica para someter a un riguroso chequeo a su sombra. Los primeros análisis corroboraron que había continuado creciendo contra todo pronóstico. El mago, destituído de su cargo, fue ordenado obispo de la Iglesia Argolana por inútil y charlatán. El asunto comenzaba a ponerse difícil.
Aprovechando el internamiento del Jefe del Estado, los ministros del régimen se reunieron en sesión de urgencia.
-La situación es gravísima -manifestó en chino el vicepresidente del gobierno.
-¿Y ese tío qué dice? -preguntó el Ministro de Matanzas y Masacres a su colega de Embrutecimiento Nacional.
-Habla en chino porque es un gran político. Calla y escucha, que no me entero -le respondió.
-Gravísima es la situación -insistió el vicepresidente.
-Yo propongo un golpe de sombra -se atrevió a insinuar el Ministro de Estafas Legitimadas.
-¿Y eso qué coño es? -le espetó la Ministro de Obras Púdicas, una señora muy fina.
- Ni idea, pero al pueblo se lo vendemos por televisión con cuatro canciones triunfales y un partido de fútbol y se queda más satisfecho que Dios.
-Situación la gravísima es -repitió el vicepresidente, que siempre analizaba los problemas muy a fondo.
-Amen -corearon todos.
-Yo lo arreglaría declarando a la homosexualidad legal por cojones -chilló el Ministro de Disfraces Políticos, que por las noches actuaba como travesti en un cabaret.
-¡Formalidad! Se dice por decreto.
-Situación la es gravísima -machacaba el vicepresidente, alardeando de su facilidad de palabra y profundidad de pensamiento.
-¿Y si hablaramos del tiempo?
-Muy oportuno -apoyó el Ministro de Ocultación y Turismo-. Así cuando salgamos podré informar a la prensa de que en Argolandia no pasa nada, ni siquiera una nube.
-Es situación gravísima la -vociferó el vicepresidente a la pared de enfrente.
-¡La, la, la! -asintieron los ministros puestos en pie, con el brazo derecho en alto y extendido.
-Situación es gravísima la.
-¡Alirón, alirón, Argolandia campeón!
-Señores -concluyó el vicepresidente después de beberse un vaso de agua para aclarar la voz-, el consejo ha terminado. Hemos discutido desde todos los ángulos posibles la gravedad de la situación. Que se publique de inmediato una orden ministerial recogiendo los acuerdos adoptados. Nos cabe el honor de haber salvado el país y la reputación de nuestro generalísimo.
El vicepresidente se trasladó a la clínica donde Rosendo Diamante, muy compungido, no osaba moverse. Su sombra, negrísima, crecía sin pausa.
-¿Qué? -inquirió ansioso el dictador.
-Excelentes noticias. Se ha decidido que aquí, en Argolandia, la tranquilidad es absoluta.
-¿A mí con esas, cretino?.
-¡Oh, perdón, excelencia, es la costumbre!
-¿Que no ves la monstruosa sombra que me acecha?
-Hay indicios clínicos muy fundados que demuestran que, efectivamente, la sombra de vuestra excelencia es... –e hizo un gesto vago en el aire con las manos- ¿Me entendeis, excelencia?
-¿Marica, insinúas?
-Si antes agrandaba por celos, ahora lo hace de satisfacción. Claro, siempre detrás de vuestra excelencia, fascinada... Los doctores piensan aconsejaros que os pongais un tapón..., en fin, por si las moscas. Nuna se sabe si en un descuido de vuestra excelencia...
-¡Horror! ¡En qué situación me veo! ¡Yo que siempre he dado por ahí a los demás!
-Será pasajero, excelencia, no sufráis. En muy pocos días podréis continuar dando gusto a vuestro pueblo.
Rosendo Diamante observó a su ministro con ojos espantados.
-Acerca el oído -ordenó.
-¡Clemencia, clemencia, mi general! ¿Cómo habeis descubierto que hace seis meses que no me lavo las orejas? ¡Qué sangre fría, qué perspicacia demostráis incluso en los momentos angustiosos y críticos!
-Tus orejas me importan un bledo -interrumpió impaciente-. Escucha, baja la cabeza -El vicepresidente se acercó a Rosendo Diamante-. ¿Qué haré, si me ponen el tapón, para... cagar? ¿Qué comerán entonces los quinientos mi argolanos?
El vicepresidente se emocionó:
-Permitid que llore unos instantes... ¡Qué bondad la vuestra, preocupándoos tanto por vuestros súbditos! –Después de soltar unas cuantas lágrimas, añadió-: Dejádme que piense, excelencia.
-Pues piensa rápido. No sé por qué pero tengo ya unas ganas terribles de ir al lavabo.
-Podeis promulgar una ley diaria -sugirió.
-¡Magnífica idea! -Quedó pensativo unos instantes. Acto seguido preguntó-: ¿Será más o menos lo mismo que cagar, verdad?
-Sin duda, sin duda...
-Aunque también podría pronunciar más discursos.
-¡Bellísimo, bellísimo! Qué sensibilidad...
-... que traten, por ejemplo, de los secaderos de bacalao o del arte rupestre. Eso siempre interesa a las masas.
-¡Qué exquisitez! Escuchando vuestras palabras, el pueblo olvidará que pasa hambre. Con vuestra venia, mientras la nación os escucha embelesada, podríamos aprovechar para enviar al extranjero unos cuantos camiones cargados de divisas.
-Sí, hazlo. Y fleta de paso unos aviones que transporten todas las obras de arte del Museo de Argópolis; y la catedral entera; y mis siete toneladas de medallas y condecoraciones; y a mi mujer, bien envuelta...
Nada dio resultado, sin embargo. Rosendo Diamante, comparado con su sombra, que se desarrollaba a un ritmo frenético, parecía un enano, un microbio con estrellas de general. La vitalidad se le escapaba a chorros. Acabó miserable e indefenso a merced de sus íntimos, quienes, no obstante, acordaron que a toda costa convenía mantenerle con vida.
-Si se nos muere -y es capaz de morirse-, ¡adiós prebendas! ¿Qué harán entonces los trescientos mil argolanos? ¿A quién criticarán, sobre quién contarán chistes? Se aburrirán de tal manera que empezaran con huelgas, revoluciones y tonterías, como si estos lustros de paz hubieran sido un sueño. ¿Qué será de nosotros? Evidentemente el general no puede morir.
Se convocó una consulta de médicos eminentes, venidos desde todos los rincones del mundo.
-Yo recomendaría que el generalísimo fuera siempre bajo palio -sugirió uno-. De ese modo quedaría protegido del sol y la sombra se desvanecería.
-¡Imposible! -intervino el Ministro de Injusticias Sociales-. Eso sería tanto como pretender modificar las Leyes Fundamentales. En Argolandia nada debe impedir el libre paso de la luz. Por algo somos demócratas.
-Pues le podríamos extirpar los testículos. Siendo la sombra gay, ¿qué interés tendría por un general sin sus atributos masculinos?.
-¿Qué dice usted? ¿Cómo se le ocurre proponer que ceguemos la fuente de su mala leche? ¡En Argolandia se gobierna con eso que usted quiere arrojar a la basura!
-Entonces -reflexionó un tercer doctor-, posiblemente no quede otro camino que separar la sombra del cuerpo. Es una intervención quirúrgica delicada que no sé, no sé...
Los doctores se pusieron manos a la obra con el beneplácito de la familia de Rosendo Diamante, la aprobación del gobierno y la bendición de la Santa Iglesia Reformista Argolana, que celebró innumerables misas por el rápido restablecimiento del Jefe del Estado. Algunos aprovecharon para rezar, con gran devoción, por su eterno descanso.
 La operación duró cuarenta días al cabo de los cuales, ¡pobrecito!, Rosendo Diamante no tuvo más remedio que despedirse de este mundo. Para que no hiciera el viaje solo se decretó que le acompañaran, con gastos pagados, quienes habían participado en el desaguisado -médicos, enfermeras, ayudantes de quirófano, anestesistas y auxiliares sanitarios- en prueba de agradecimiento por sus servicios y desvelos. En el Gran Salón de Palacio se les condecoró, justo antes de emprender ese viaje eterno, con la Gran Cruz Laureada de San Argolín, mártir y obispo. Ocurrió que, con la agonía terrible del benefactor de la patria y las honras fúnebres que luego se le dispensaron, nadie reparó en que la sombra enorme, en efecto separada del cuerpo, aprovechaba para escapar por una de las ventanas del hospital. Advirtieron su descuido cuando, después de un trueno parecido a una sarcástica carcajada, el cielo de Argolandia se cubrió repentinamente de espesas y oscuras nubes y empezó a diluviar sin descanso. Tanta fue la lluvia que cayó en los meses y años siguientes que los ríos, lagos y embalses se desbordaron y el país entero quedó sumergido en agua y lodo.
Así llegó de nuevo la noche a Argolandia: por obra y gracia de la sombra imperecedera del dictador, sombra inmensa, cada vez más ancha y larga, cada vez más mala sombra.
-Bien es verdad que antes, con Rosendo Diamante, se vivía mejor -dijo un argolano al otro argolano superviviente.

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