DIARIO DE UN ESCRITOR

Vic, 24 de diciembre de 2011


Mi cena de Nochebuena en la comuna libertaria de Vic es tan parca como solitaria. El Filósofo Rojo, mi amabilísimo anfitrión, se quedó en la capital para cumplir con deberes familiares propios de estas fechas y yo me subí en uno de esos trenes que llegan hasta Puigcerdá y bajan de temperatura de estación en estación: salí con 17 grados de Barcelona y llegué a Vic, una hora más tarde, con 3. Cargado con botellas de Viña del Vero Gewutztreminer (mi blanco preferido, pura fruta, seguido por el Calvente granadino, más fuertecito y alcohólico), un vermú (coño, sin T me suena mal) rojo Martini y un Orujo el Afilador, más una buena provisión de libros (si se ha de regalar, regalo siempre libros) que compré en Barcelona, recorrí las calles húmedas de Vic desde la estación al barrio de mi amigo maldiciendo la distancia y tentado de coger un taxi, cosa que no hice porque no sé cuál es la dirección.
Es célebre una anécdota de Agatha Christie, la abuelita del crimen que pasaba por ser una señora muy virtuosa mientras jugaba a detectives en sus entretenidas novelas, que me viene este día a la memoria. Creo que desapareció una semana, hubo un vacío misterioso en su vida ( o quizá dos semanas, o un mes, o unos días) y nadie supo qué hizo en ese interregno la escritora de Diez negritos. Vete a saber adónde se fue esos días que se esfumó. Un amante, una cura de desintoxicación, una visita a un hijo secreto...Se dice que apareció en un spa a las tres semanas, y nadie supo a ciencia cierta si se trató de una operación de marketing, para que se vendieran mejor de lo que ya se vendían sus novelas, o bien fue un toque a atención a su esposo Archibald que le estaba siendo infiel con una dama. Creo que incluso se hizo una película tratando de rellenar ese lapso de tiempo misterioso en que la escritora británica se esfumó sin dar razones, como si una nave marciana se la hubiera llevado consigo, mi querida Marciana de Miami que enseña a bailar el tango a los alienígenas.
Yo, como Agatha Christie, no sé bien qué hice los dos días anteriores a éste, ni dónde estuve, ni si estuve en alguna parte. Cuarenta y ocho horas, con sus anécdotas, que mi mente ha borrado por infaustas. Hay un dicho, no sé si relacionado con el síndrome de Murphy, ese de la tostada que siempre cae del lado de la mantequilla (tiene una explicación científica: pesa más ese lado precisamente por la mantequilla; más todavía si se le añade mermelada; por lo tanto la tostada, en su caída, se voltea y cae inexorablemente de forma tal que nos joroba el desayuno y nos deja el suelo hecho un asco) que dice que si las cosas salen mal siempre pueden ir a peor. Pues eso pasó en esas cuarenta y ocho horas en las que no sé en dónde estuve, ni qué estuve haciendo, ni con quién, ni porqué, ni a santo de qué. Pero regresé a la normalidad de estos días, tras hacer borrón y cuenta nueva, a las compras navideñas que este año no son compulsivas (no había colas en El Corte Inglés; no había colas en La Casa del Libro; no había colas en Altair; no había gente en la calle, que todos andamos asustados por ese fantasma de la crisis). Anduve comprando regalos librescos para mis seres queridos. Incluí en ellos a Mademoiselle Bonnaire. En los seres queridos y en los regalos librescos. Me acordé precisamente de ella al mediodía, comiendo con el Filósofo Rojo en un restaurante de Vic, el Giardineto, no comiendo exactamente sino disfrutando con la comida, que es un placer extraordinario, el último que nos quedará en la ya próxima vejez que ambos acariciamos por nuestra fecha de nacimiento a mediados del siglo pasado. Me acordé de la granjera de Foz, y sus ocas indultadas por su bondad infinita, precisamente mientras me deleitaba con una ensalada tibia de micuit con manzana caramelizada; no sé de quién me acordé, o sí, del cocinero a quien quería besar en la cocina, cuando se deshizo en mi paladar un rape exquisito con salsa de almendras; y levantamos las copas a la alegría gastronómica, al placer epicúreo, mientras dábamos cuenta de un flan de crema catalana caramelizado con bolita de helado de coco y azúcar cristalizado en forma de árbol de navidad. Puedo afirmar que la de hoy fue la mejor comida del año, y no la más cara por ello, así es que ésa fue nuestra particular forma de celebrar la Nochebuena por adelantado que tuvieron un par de viejos amigos, que hace más de cuarenta años disfrutan de su relajada amistad, al mediodía. En esas dos horas de experiencias gustativas ambos fuimos felices. Ni que decir tiene que el Filósofo Rojo sacó a colación la filosofía a mi pregunta de por qué el cristianismo satanizaba el sexo, así que hablamos de Platón, de Sócrates, de Aristóteles (habló él mientras quien esto escribe asentía como disciplinado alumno) y yo, en un momento de lucidez (o estupidez), después de elucubrar sobre la duración de los duelos (los dos años que me dijo me parecieron excesivos y trataré de acortarlos por todos los medios) le pregunté qué habíamos venido a hacer exactamente a este mundo del que nos vamos tan pronto que no nos enteramos. Pregunta estúpida por mi parte que quedaba contestada al momento por lo que había desfilado por el mantel de nuestra mesa: comer esa maravillosa ensalaba tibia de micuit con manzana caramelizada, ese rape con salsa de almendra y el flan de crema catalana con helado de coco. ¿Para qué queríamos más razones?
Nochebuena es una noche buena, valga la redundancia, para saber quién se acuerda de uno y quién no. Uno anota debidamente en su libro de contabilidad sentimental las presencias, pero también las ausencias. Del sur me llegó una felicitación por audio de MM. Esa guapa chica, camarera de Las Titas, actriz y escritora, tiene la voz muy cálida, además de unos ojos preciosos, y un carácter maravilloso. Lástima que diste mil kilómetros, pero se puede poner remedio a ello. De Málaga me llegó sincero afecto de una profesora melómana y su alumna feliz y radiante por una maternidad reciente. También una voz del norte, de un chicarrón vasco. Y del centro, una chica sabia y sensata, cuya madurez admiro, que me dio, a distancia, las primeras nociones sobre el arte de hacer fuego y cortar leña con hacha sin llevarse los dedos por medio. Hubo una fruta que me escribió en verde cosas preciosas. Pero hubo ausencias sonoras y sentidas, imagino que reactivas más que proactivas, que quizá se activen, o no, la última noche del año en donde ni yo mismo sé en dónde estaré ni si estaré. Quizá desaparezca de nuevo como lo hice hace días, emulando a la abuelita del crimen, y despierte en una cama de La Habana, con un mojito en la mano, o en el desierto de Namibia, en la cima de la duna 45.
Y mientras esto escribo miro las dos botellas de las que daré cuenta en solitario brindando conmigo mismo, que es con quien vivo constantemente salvo transustanciaciones puntuales que no me fueron demasiado bien: una botella de whisky escocés Macallan de 12 años y un orujito Mosteiro de Xagoaza que me ha dejado, amablemente, el Filósofo Rojo para que ahogue mis penas y soledad relativa (la gata Espurna debe de andar por alguna parte de la casa, pero no la veo porque es la discreción personificada), por lo que tengo el dilema de qué probar primero después de que ya me haya bebido dos copas de Calvente con la modesta cena de atún con pan con tomate de primer plato y tortilla de dos huevos y pan con tomate, de segundo, en que ha consistido mi estoica cena de Nochebuena. Empiezo por el orujo, que me entra divinamente. Seguiré con el whisky. Y luego, dando tumbos, subiré a mi cama si es que llego a ella. Para eso también venimos al mundo. Y la vida mata, como me ha recordado amablemente una inteligente amiga con un oxímoron perfecto. Creo que le pediré permiso para titular con él mi próxima novela. La vida mata.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Yo, si te abriga, cereales con leche, una maría monumental y una sobredosis de Sons of Anarchy que sólo consiguen poner sordina al latido interior que como el corazón delator de Poe me recuerda machacón la maleta que tenía que haber hecho y me he negado, y el precio que costará en repudio familiar el no haberme prestado, por una vez, a representar un papel encasillado hasta la naúsea en la recreación anual de la Gran Batalla Familiar: Siempre me toca el de imputado. Los delitos, eso sí, varían, en eso somos originales..,pero siempre acabo condenado.
El papel de malo sólo tiene su aquel en la primera media hora de la farsa, en la que todavía eres listo; el resto ya es una dolorosa caída hasta morir y resucitar al tercer dia cuando te prometes solemnemente que ni una vez más.
Por una vez he cumplido una promesa y eso, en los tiempos que corren es un acto revolucionario.
Jon Elías
Jon Elías ha dicho que…
Yo, si te abriga, cereales con leche, una maría monumental y una sobredosis de Sons of Anarchy que sólo consiguen poner sordina al latido interior que como el corazón delator de Poe me recuerda machacón la maleta que tenía que haber hecho y me he negado, y el precio que costará en repudio familiar el no haberme prestado, por una vez, a representar un papel encasillado hasta la naúsea en la recreación anual de la Gran Batalla Familiar: Siempre me toca el de imputado. Los delitos, eso sí, varían, en eso somos originales..,pero siempre acabo condenado.
El papel de malo sólo tiene su aquel en la primera media hora de la farsa, en la que todavía eres listo; el resto ya es una dolorosa caída hasta morir y resucitar al tercer dia cuando te prometes solemnemente que ni una vez más.
Por una vez he cumplido una promesa y eso, en los tiempos que corren es un acto revolucionario.
Jon Elías
Anónimo ha dicho que…
En esta noche solitaria he disfrutado muchisimo cada escena...cada palabra escrita...lastima que no pueda acompañarte con esas dos botellas que esperan por ti.
Me encanta tu escritura.... me envuelve cada frase.... delicioso.
José Luis Muñoz ha dicho que…
Pues sí, Mar, porque seguro que tu compañía sería bien recibida. Muchas gracias por tus palabras.
José Luis Muñoz ha dicho que…
Macallan, Jon Elías, cumplió bien su papel y me sedó hasta la mañana siguiente sin consecuencias. Un punto de alcohol da lucidez. Un exceso, a algunos pocos, genialidad: Poe, Lowry. Pero lo que más bebo, hasta caer, es literatura. Con ella me emborracho sin límites. Gracias por tu texto lúcido y brillante. Un abrazo.
Jon Elías ha dicho que…
A mi me encanta la lectura pero me es muy difícil encontrar ese libro que embriague y se quede pegado a las manos como esa copa que permanece misteriosamente firme cuando el resto del cuerpo se tambalea y las pestañas arden. Leer es un imprescindible placer cotidiano,como la barra de pan sin la que la comida no me sabe. Y no podría ir al dentista si no me gustara leer. Cruzar el charco o lo que es peor, viajar en un "Cercanías", son impensables sin un buen aislante de material impreso.
Sin embargo hace demasiado tiempo que no leo algo que me...¿Mate? ¡Inmejorable sitio para usar esa expresión!
"En la carretera" me impactó; no puedo describir mejor el efecto que me causó esa forma de narrar: Un gancho corto, seco, doloroso y letal. Desde entonces, y ya han caído las hojas de muchos libros no he tropezado con algo realmente psicotrópico. Hasta Vargas Llosa, desde su aznarización, no sé si arregló el Perú pero sí creo que jodió sus novelas. He exigido la clonación urgente de Delibes pero me dicen que me espere a la resurrección de los muertos.
No puedo decir aquello de "mejorando lo presente" porque nunca he entendido realmente que para hablar de una hermosísima mujer ausente tengas que mentir a las presentes; y en este caso porque no he leído tu obra.
El miércoles saldré de la cueva y solucionaré eso: A ver qué tal me pone el cuerpito tu veneno!
Jon Elías ha dicho que…
Siguiendo con la Nochebuena congelada en el tiempo por la escritura, dos comentarios:

- "Women in love" que he tardado pq no encontraba subtítulos que cuadraran me pareció excesiva.
Supongo que el director busca eso: Una corriente interna de brutalidad que va aflorando como una gotera mal curada, en el entorno de unas clases sociales elevadas a las que se les suponen las buenas maneras e incluso la altura moral simplemente por el hecho de serlo. Un trabajo de los actores monumental, "British Actor´s Studio."
Un placer que te agradezco y que te habilita para recomendarme otra...jejjejjee ¡Lo que te faltaba!No, no: Es broma. Mi padre, siempre que le pedía que me recomendara un libro, levantaba la cabeza del que estaba leyendo y cogía el primero de la pila de papel que le acompañaba a todas partes en sus periplos caseros busacando un rincón donde, imagino, no viniera nadie a tocarle los...Papeles. A mi lo que me tenía quemado es que siempre, de toda su biblioteca, el mejor era el que tenía más a mano...Él se lo buscó al enseñarme a leer en casa cuando tenía 3 años!
¿Quién recomienda al que recomienda' That´s the question, querido Watson.
(Yo no me atrevo pq las has visto todas pero me fastidia no poder hacerte el regalo de un tesoro desconocido.)
- Sobre tu obra he cumplido a medias: no pude salir de casa el dia que quise. (Llevo 6 años y medio sin salir de mi castillo más que al super y poco más así que no era de extrañar...) Pero le encargué 3 a Negra y Criminal por esta vía y aún no me han llegado; el remedio a mi ignorancia queda pendiente de Correos.

P.D.: Mi aitá a veces decía de alguien que tenía "cara de perro Pachón" refiriéndose alguien a quien no consideraba muy listo, supongo; el humor de mi padre era casi envasado al vacío de puro hermético.

Un abrazo
José Luis Muñoz ha dicho que…
No, creas, amigo, que lo he visto todo. Me falta Chuck Norris, Van Damme, Bruce Lee...Me alegro de que disfrutaras con WOMEN IN LOVE. Como dices, Ken Russell es excesivo. Ahí se moderó. Luego ya se pasó y desmelenó. Hizo una cosa muy rara que era LA PASIÓN DE CHINA BLUE, una de las últimas de Tony Perkins, como predicador psicópata, y Kathelen Turner que tenía una frase memorable: Nuca olvido la cara del hombre sobre el que me siento, o algo parecido. No, me faltan cosas por ver. Pero más por leer.
Espero que Paco Camarasa, el librero de Negra y Criminal, se afane en buscar esos libros. Si te falla, porque el hombre anda liado en muchas guerras, prueba con Estudio en Escarlata de Madrid, tienen todos mis libros. Un abrazo, Elias, y gracias.

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