DIARIO DE UN ESCRITOR

Arán, 31 de diciembre de 2011

Mademoiselle Bonnaire vino para despedir el año conmigo. Se lo agradecí, aunque lo hiciera a las dos y media del mediodía, ocho horas y media antes de que 2011 expirara. Se lo agradecí porque cruzó la frontera, dejó solas a sus ocas y vino a mi casa bajo la lluvia persistente que en las cumbres es nieve. Se lo agradecí con una copa de vino blanco y dos platas de canapés que pacientemente elaboré para la ocasión: salmón ahumado con rodaja de pepinillo y lecho de mantequilla; jamón de york con huevo hilado; queso azul con nuez; micuit con almendras.
Intercambiamos regalos. Me obsequió con dos libros, sobre magos y brujas de los valles pirenaicos, y yo le entregué un libro de fotografías de Bretaña que compré en Altair días atrás pensando en ella y uno propio, dedicado, Lifting, porque le haré reír, y eso habrá que hacer en 2012 hasta que la risa se nos congele.
Mademoiselle Bonnaire es friolera. Lleva dos camisetas, una camisa, un jersey y un abrigo, más las botas, sin las que no sería ella. Bebemos vino blanco, comemos y hablamos. Yo me intereso por el negocio de foie y le digo que si no sacrifica en un momento u otro sus ocas difícilmente podrá sobrevivir en estos tiempos de crisis. Pero ella quiere a sus animales, se ha encariñado de ellos y desiste de torturarlos. Sus ocas comen lo que quieren y cuando quieren. Nunca las ha alimentado con un embudo clavando sus patas palmípedas en tierra para que no se muevan mientras le pasa la comida y destroza su hígado. La entiendo. Ella no es como mi marero protagonista del relato que ya he dado esta mañana por definitivamente terminado.
Brindamos. Cuando le voy a desear un feliz 2012 me lo saca de la boca. Los franceses nunca deseamos un feliz año hasta que éste no nace, me dice con una voz gutural que me recuerda a Edith Piaff. Es muy francesa. Orgullosa de serlo tanto como yo soy indiferente de ser español o catalán. Admiro, y envidio, el chauvinismo de nuestros vecinos. Yo, de considerarme algo, sería graciense, por mi barrio de Gracia de Barcelona, o aranés, porque éste es mi paisaje sentimental.
El último día del año que agoniza es triste. No porque se muera el año. También. Sino porque llueve; lo hace desde primera hora de la mañana y las nubes lo envuelven todo, bajan de las montañas al valle, devoran el pueblo, hacen desaparecer el prado con los caballos que es la postal que tengo cuando me levanto de la cama y bajo al salón comedor a encender la estufa de leña cada mañana, una rutina hibernal
Se está muy poco tiempo Mademoiselle Bonnaire. No puede dejar solas a las ocas de su granja de Foz. Es una esclavitud eso de ser granjera y tener animales a tu cargo, le digo, pero le agradezco que en un día así, con lluvia, se haya molestado en venir a verme con esos dos libros de regalo bajo el brazo que leeré. Así es que a las tres y media la acompaño a la puerta y, en ella, no sé bien cómo ni por qué, en vez de besar su mejilla para desearle una feliz despedida de año, puesto que no puedo felicitarle el 2012 antes de que nazca, mis labios van a su boca. Y allí, en el vestíbulo, nos estamos besando una eternidad, con la puerta abierta y la lluvia cayendo fuera, sin que sea capaz de cerrar la puerta, subir con ella las escaleras que hemos bajado y llevarla a la cama. Así es que se va, bajo la lluvia, con sus regalos bajo el brazo y la melena suelta. ¿Realidad o ficción? ¿Dónde están los límites? No existen. Todo se cruza. Soy un tipo que sueña que es escritor y vive en el Valle de Arán, y así seguiré creyéndolo hasta que un día despierte.
Cuando se termina un año se suele recapitular. Y eso hago, sentado en el sillón orejero, vigilando que el fuego no se apague, mientras veo, y no veo, porque en algunos tramos de la película dormito, Manual de amor que, cuando la estrenaron, me pareció horrenda pero hoy aguanto con agrado. Será que me estoy reblandeciendo. Será ese largo beso que nos hemos dado, o no, Mademoiselle Bonnaire y yo horas antes en la puerta de la casa.
2011 queda dividido, en su meridiano, por mis dos vidas. La séptima que murió en el sur; la octava que nació en el norte. De la séptima tengo que esforzarme para que definitivamente no se borre de mi cabeza después de haberse borrado del corazón. Paradójico que, después de haberme estado atormentando los recuerdos y las vivencias irrecuperables, los eche ahora de menos sabiendo que todo aquello no volverá y morirá definitivamente con el olvido. Pero todo es relativo. Quien vivió la séptima vida me resulta en estos momentos un perfecto desconocido, alguien al que desde la octava vida no comprendo. Así es que este 2011 tuvo dos muertes. Una, a mediados del año, y otra, hoy. Y el 2011 de medio año que nació en cuanto llegué con mis pertenencias al Valle de Arán ha sido gratificante en líneas generales. Tres novelas publicadas y un libro colectivo, en el plano literario; descubrir mi devoción de abuelo, en el plano personal.
En ese 2011 de sólo seis meses he trotado por los montes de mi Valle; he disfrutado de su fauna; he compartido veladas con familiares, amigos y amigas; he sido, creo, buen anfitrión con todo el que se ha acercado a este lejano paraje; me he convertido en un cocinero aceptable; he recurrido mucho a este diario como terapia personal; he hecho muchas amistadas virtuales y a algunas las he rozado; me he integrado en este pequeño núcleo rural que me ha acogido con cariño; he hecho buenas amistades entre los lugareños; me he hundido en alguna que otra depresión de la que he salido porque no tenía otra opción; he coqueteado con el hielo en la carretera llevado por mi instinto suicida; he leído menos de lo que hubiera deseado; he ido al cine siempre que he bajado a Barcelona; he mantenido algunos amigos en el sur; he perdido muchos otros en esa latitud porque quizá nunca lo fueron; he consolidado mi relación con La Arquitecta; me he indignado siempre que me han provocado; he seguido inmerso en todo lo que sucedía a mi alrededor a pesar de estar rodeado de montañas pero no por ello aislado y ajeno; me he comprometido en labores sociales, manifestándome cuando tocaba; he viajado a Toulouse y Miami por razones profesionales; he aprendido a utilizar el hacha y a hacer fuego siguiendo el manual de una amiga; y he conocido a Mademoiselle Bonnaire a quien no sé si besé o no este mediodía cuando marchó a su granja de Foz o sencillamente fue un simple deseo que no se llegó a materializar.
2012, que está a punto de llegar, lo refleja con su mala leche habitual El Roto en su viñeta de hoy en El País. El psicópata de La matanza de Texas que viene con la motosierra para recortarnos a todos. Tan malo nos imaginamos ese nonato que seguro que no será para tanto y hasta, quizá, sea un buen año. Brindaré para que así sea.

Comentarios

Blas Malo Poyatos ha dicho que…
2012 viene con rebajas de parte del chatarrero: tendremos que vender biondas, catenarias, raíles de ancho europeo, aves que no vuelan y puertos a los que no llega nadie ni volando.

Tiene razón, hizo bien, Jose Luis: al campo, fuera de todo, agua, tierra, campo y lejos de los Presupuestos Generales. Por eso mismo, las Alpujarras tientan.

Al menos el sol sigue saliendo.

Un saludo
José Luis Muñoz ha dicho que…
Habrá que aprender a arar, a sembrar, a ordeñar y olvidarnos de todo ese humo especulativo en el que hemos vivido. Al final la riqueza es lo que se puede palpar. Avísame, amigo Blas, cuando te exilies en La Alpujarra que iré a hacerte una visita.

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