DIARIO DE UN ESCRITOR
La Graciosa, 25 de enero de 2012
Siguen los fenómenos extraños mientras pedaleo con mi defectuosa bicicleta cuya cadena, cada dos por tres, se sale del engranaje y va haciendo un ruido de mil demonios. Voy a la parte norte de la isla y contemplo como los surfistas, incansables, van tras su ola perfecta. Yo busco esa perfección en el paisaje. Y descubro nuevos rincones de esta isla de bolsillo, un acantilado impresionante de roja volcánica negra azabache contra el que el mar se estrella implacable una y otra vez, moldeándolo y formando en sus oquedades piscinas de agua transparente.
Me acerco hasta el borde, atraído por el abismo, y me siento. Y me quedo horas, hipnotizado, contemplando como el mar, con una fuerza extraordinaria, barre una y otra vez una plataforma de roca y se despeña de ella formando cascadas, hasta un pavoroso agujero que parece vaya a absorberme en su sima y escupirme en medio del océano. El mar bello, terrible y siempre mutable, nunca igual, que fotografío una y otra vez y en cada una de las instantáneas me ofrece una nueva cara, siempre impresionante. El mar que es un hervidero de espuma blanca que salta y ruge y me amenaza como una fiera gigantesca. Regreso conmocionado. Y tanto me gustó el espectáculo marino que como deprisa, tomo de nuevo la bici y voy al mismo escenario de la mañana. Pero es diferente. Me doy cuenta entonces hasta que punto nos engañan los sentidos o sencillamente cambia la perspectiva de las cosas. El acantilado no me parece tan alto ni tan tenebroso como por la mañana y el mar, a pesar de que sopla el viento y éste orla de blanco las olas, no golpea con esa fuerza matutina sino que lo hace suavemente. Tanto ha cambiado el paisaje que empiezo a dudar que ése sea el mismo acantilado que me tuvo en estado hipnótico por la mañana. Pero lo es, porque el viento no ha borrado todavía las huellas de mis sandalias que dejé y me guían a ese balcón. La única explicación posible es que ahora la marea sea baja. Pero si la marea es baja, el acantilado tendría que parecerme más alto y no lo es. Realmente estoy perplejo.
Atardece, y yo espero, por la posición de las nubes que llenan el cielo, una puesta de sol tan espectacular como la de ayer, con esos tonos rojizos. Pues tampoco. No sé por qué razón la puesta de sol es completamente azulada, no despide el astro rey, cuando se acuesta por el horizonte, un solo rayo bermellón. No lo entiendo. No entiendo nada de la naturaleza cambiante del que soy un pequeño espectador que se hace preguntas y disfruta de ella. Quizá, para compensar ese acantilado tenebroso que de pronto ha desaparecido, ese mar furioso que se tornó calmo, o esa puesta de sol azulada en vez de roja sanguínea, un enorme arco iris traza un puente inmenso desde la isla Montaña Blanca a la Montana Bermeja.
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Un abrazo